si existe el tiempo, es hoy

Ya empecé a gritar por la ventana, por esta ventana de wordpress. Lunes por la mañana, arena y más arena en los ojos, pero la pasamos bien el fin de semana. Los domingos bajan las visitas a los blogs y los lunes se recuperan. Supongo que es toda la gente que, como yo, trata de aferrarse al ocio del fin de semana, o actualizarse en el chisme. En fin.

Ayer vi Hedwig and the angry inch, y me gustó mucho. La música es muy buena; me pareció muy triste, sin embargo.

Todo el fin de semana transcurrió en una plácida serenidad, en una ausencia de pensamientos, en una comodidad mental. Quizá porque el sábado me puse a acomodar algunas de mis cajas… siempre que acomodo mis cajas de triques me acuerdo de aquello que alguna vez, no recuerdo en qué episodio, le escuché decir a Odo sobre su incapacidad para comprender el comportamiento humano en torno a nuestra necesidad de guardar las cosas en cajas, y luego más cosas y luego más cajas ad infinitum. Exactamente así soy yo. Tenía tres cajas de zapatos llenas de cartas, y no sé, un día se me ocurrió que debería tirarlas todas. Así que las saqué de la parte superior del clóset, abrí las cajas y… me puse a leerlas. Me di cuenta de que he sido muy afortunada, que ha habido mucha gente en mi vida que me ha querido, y mucha gente a la que yo he querido también. Leí algunas cartas de personas en las que no pienso mucho, pero ahí en la carta, en su letra, estaban presentes como si hubieran estado frente a mi.
Encontré también un diario super ridículo que escribía cuando estaba en primaria, y casi todas las páginas estaban llenas de cuánto amaba a Pablo (Pablo: si encuentras mi blog no te rías, acuérdate de que yo estaba perdidamente enamorada de ti, según esto, y hasta novios fuimos y te regañó tu mamá y de pasada a mí). Hablando de galanes de primaria, el otro día me acordé de José Mario, al que amé locamente y con pasión durante todo tercero de primaria. Me acuerdo que era flaquito y blanco, de cabello güerillo y ojos azules, -nada tonta, la muchacha. Me dedicaba a perseguirlo toooodos los descansos de todas las semanas de todo el año (nah, creo que exagero) hasta que un día se quejó con la maestra y ella me gritó enfrente de toda la clase: “¡SUSANA! ¡DEJA DE PERSEGUIR A JOSÉ MARIO!” y yo me ahogué en las profundidades de mi banco y dije con un hilito de voz: “nomás quería darle esta tarjeta…” y alcé en la mano una tarjeta que tenía un Ziggy (¡sí! ese monito gordo y ridículo que aparecía en toda la parafernalia Hallmark) y recuerdo que en la portada decía “besos y abrazos, 10,000” y al abrirla “pero para tí son gratis”, y me la compró mi tía una vez que fuimos a Liverpool y me dijo “wiiiiii, es para un muchachooooo” y yo sonrojada pensé “mañana en el descanso se la doy a José Mario”. Pero la maestra, o más bien, el estúpido ese había arruinado todo así que cuando íbamos saliendo se la regalé a Monse (una niña preciosa con dientes perfectos) con ninguna intención en particular, más bien fue un “no se la pude dar a este niño, tómala y haz con ella lo que quieras”. Corría el año de 1994.
En fin, decía que tenía la negra intención de tirar todas las cartas, por lo menos hasta secundaria, pensé. Grave error. Afortunadamente pude rectificar mi torcido pensamiento a tiempo, y en vez de lanzar todo a la basura, corrí al Office Depot a comprar lindas, plásticas, transparentes e higiénicas cajas de plástico apilables para guardar chácharas. La frase de Odo seguía dando vueltas en mi cabeza: más cajas y más cosas y más cajas. Llegando a casa guardé todo ese tesoro de amor y despecho (hay cartas de alguno que otro cortón en mi vida) en una caja muy linda de tapa morada. Ahora sí, adiós humedad y bichitos, mis cartas están a salvo. En otra caja más grande guardé mis fotos, que debería tener en álbums pero no, siguen en esas bolsitas y cajitas del benavides y demás centros de revelado.

Luego de eso fui al Price CostCo y había una islita con perfumes en oferta. Como siempre que se trata de perfumes me acerqué, y oh sorpresa, muchos perfumes que yo he usado. Con el 360° de Perry Elis me acuerdo un chorro de la secundaria, específicamente de segundo. Con el Cool Water me acuerdo de la prepa, específicamente de la persona que me lo regaló (la primera vez era navidad, ¡me acuerdo!) y de tantos momentos felices que pasé a su lado. Con el Eau d’Issey me acuerdo del primer semestre de la carrera. Es que la botella era muy pequeña, y no me duró tanto tiempo. También tenían el Dune, con el que me acordé de mi mamá, el CK One, con el que me acordé de primero de secundaria, y el Escape, que corresponde a tercero (me acuerdo de que Daniela y yo lo comprábamos en versión pirata allá en Novedades El Cisne, a 20 pesos). También estaba, claro, mi favorito: el Poison de Christian Dior. Ese me recuerda tanto Madrid. En fin, me llené los brazos y el cuello de todos los perfumes que habían significado algo en mi vida, y regresé a casa con la nariz inundada de recuerdos.

A veces es bueno mirar hacia atrás, y darnos cuenta de lo que somos: un amasijo de recuerdos.

nostalgia

Hoy hace un clima hermoso. Es el tipo de clima en el que mi gato busca recostarse contra mis piernas, debajo de las sábanas. Es el tipo de clima que te hace tener sueños profundos, en el que la comida te sabe mejor, en el que puedo levantarme  de la cama envuelta en sábanas y comer cientos de rebanadas de pan con nutella (y al mismo tiempo acordarme de aquella vez que me disfracé de Lisistrata para una obra en la escuela… dos veces fui Lisistrata, ja).

Pero también es el tipo de clima que me recuerda mis ciudades perdidas. Porque da la casualidad de que todas *esas* ciudades, las visité en invierno. O con lluvia, o con nieve, pero nunca con calor de 37 grados centígrados. Parece hecho a propósito, pero no. Madrid en invierno me resultó hermosa y perfecta, así como Praga con nieve, o Roma con lluvia o París con viento helado, o incluso Halifax, que a pesar de ser verano, para mí era como un otoño verde con el viento, la lluvia, el cielo nublado y el mar. Hay otras ciudades y otros recuerdos que siempre incluyen chamarras y bufandas y paraguas.

De unos años para acá, siento que la vida continúa en otro lado.  Que me encuentro dividida entre el querer quedarme como una persona “normal” y seguir echando raíces en este desierto, o querer irme a otro lado -no sé a dónde. Siento como si mi destino inevitable fuese irme, porque todo lo “normal” que quiero que pase no ocurre y mi vida da los twists más extraños cuando ni siquiera los estoy buscando. Así que en esas seguimos. Entre irse y quedarse pasa el día; mientras el aire frío entrando por la ventana y yo en una ciudad que hoy me es completamente ajena.

dame lo que me puedas dar

Hay recuerdos que me gusta guardar en mi vitrina emocional. Los guardo dentro de botellitas de colores (me imagino que son como de cristal de Murano) con formas caprichosas (como yo) y las coloco en la vitrina, a la vista. Su transparencia contiene los momentos que vale la pena tener al alcance, como para darse un apapacho de cuando en cuando. Sus contenidos se convierten, con el tiempo, en algo más que recuerdos; son como fórmulas para curarse la tristeza, para sacarse una sonrisa, para darle forma a una fantasía. Son, en pocas palabras, la botica de la nostalgia que a su vez sirve de aparato orna-mental.

El proceso es bastante sencillo, sólo hay que tomar todo el momento que se desea guardar, tratando de mantener todos los detalles en su lugar, la mayor cantidad de ellos. Acariciar el momento, la imagen, la acción, el color, lo que sea. Acariciarlo y acicalarlo, besarlo, sonreirle, abrazarlo. Después, ponerlo cuidadosamente en palabras, elegir las más especiales, las que tengan más color. Escribir usando el recuerdo como tinta y la emoción como pluma. Después, se procede a vaciar dentro de la botella el contenido de las hojas, las impresiones, las emociones, todo lo que provocó aquel momento. Dentro de la botella de cristal tomará un brillo plateado, aunque en realidad depende del color de la botella. Yo en lo personal prefiero las azules, ese azul intenso característico de esa región, que además para mí (y para mucha gente) ha sido el color característico de la nostalgia y sentimientos afines. Se procede a cubrir la botella con una tapa, el material no importa pues el recuerdo ya no podrá escapar de ahí, ni se derramará. Finalmente, se coloca la botella en el estante que se desee, junto a todas esas otras botellas que brillan con esas luces que entibian el pecho. Sucede a veces que algunas se rompen como resultado de una reestructuración orna-mental, o simplemente se olvidan o caen detrás del mueble que las contiene. Al condenar estas botellas al olvido, el recuerdo pierde protagonismo pero nunca fuerza. Pero en el caso de las botellas rotas, nadie sabe qué sucede con esos recuerdos. Se dice que a veces provocan lágrimas, otras indiferencia, otras odio, otras tristeza. Es muy variable, y depende del coleccionista y sus botellas.

Yo ayer llené una de esas botellas. Fue algo completamente inesperado y lleno de fuerza, que me dejó pasmada y boquiabierta. Traté de ponerlo en palabras justo después de haberlo vivido, llené hojas y hojas de impresiones, las vacié con cuidado dentro de la botella, tratando de no derramar ni una sola conjunción, ni un solo verbo, mucho menos un adjetivo. Lloré un poquito de felicidad, y las lágrimas le dieron un brillo rosáceo al recuerdo. Este es un recuerdo especial porque se dará en una sola emisión: un sólo momento irrepetible, incontinuable, inexplicable, único. No habrá más continuaciones por más que yo quiera, tampoco preguntas, ni menciones futuras, ni segundas partes, ni análisis posteriores en conjunto. El tiempo se congeló ayer a las 2.47 de la mañana y todo el vértigo del mundo se paseó por mi estómago.

Aunque sé que nunca leerás esto (y así es mejor), gracias por darme lo que me pudiste dar. Quién tuviera y tengo yo.

in other words, please be true

Todo fue una gran señal compuesta de un complicadísimo artificio, un mecanismo de reloj antiguo cuyo tic tac nos fue acercando, tic tac. El punto es que ahí estabas tú, ahí estaba yo, y nos mecimos al ritmo de las casualidades. Siento que ahora te necesito, aunque quizá mañana no existas.

Si hay algo que detesto es el después. El durante es delicioso: la incertidumbre, la ansiedad, la felicidad inexplicable, el vértigo constante. Lo peligroso es idealizar, pero para qué resistirse, siempre sucede. Yo sólo espero que haya suficiente material para seguir endulzándome la boca y la mente, aunque la distancia nos mate poco a poco. Qué más da.

Ilusión:gentil narcótico que puebla de fantasmas los sentidos…

tus manos

Qué decir que no se haya dicho ya: tus manos son principio y fin de todo lo que has creado. Es como si tuvieran su propia personalidad, se nota cuando fumas, saludas, te cubres el rostro, exprimes un limón, o hasta cuando descuidadamente tomas mi mano y juegas con ella entre tus dedos. Tus dedos son delgados y largos, suaves al tacto pero fuertes cuando hace falta.
Yo no sé qué me pasa, pero no puedo dejar de mirar tus manos. Me encantan tus manos, como hace mucho no me encantaban unas manos.