El pasado 31 de octubre, falleció el último gran muralista mexicano José Reyes Meza. Tamaulipeco de nacimiento, ahora sus cenizas flotan en la laguna del Champayán que él tanto repitió en sus pinturas (mismas aves, misma vegetación), cenizas que se esparcieron por el agua al son del huapango, tal como fuera su última voluntad.
Todos los que de alguna manera lo conocimos nos dolemos por su partida; aquel que le escuchó al menos un par de palabras, que tuvo la oportunidad de husmear en su estudio, que hasta pudo probar alguno de sus afamados platillos. Yo lo conocí a través de sus cuadros. Un día entré a casa de mi gran amiga Ximena -su nieta-, y lo primero que me impresionó fue su gran biblioteca, la vibra de su casa (“la casa del pintor”) lo colorido de sus objetos, la tradición en sus libreros, las pinturas en las paredes. “Esas pinturas son del abuelo”. Y luego el estudio. Qué lugar lleno de colores, lienzos, objetos misteriosos, trazos en las altas paredes, cuadros embalados y otros a medio hacer. Cuando pienso en su obra pienso en México, en colores colores y más colores, en vida (incluso en la muerte), en belleza.
Nunca se vendió, él siempre lo dijo, Ximena siempre nos lo contó. Nunca siguió por la línea que le trazaron, por eso es que no está por todos lados, por eso es que su obra no es tan comercial como la de otros. Afortunadamente, aunque él ya no esté en este mundo, estamos muy a tiempo de conocerlo y difundir su obra para que muchos otros la conozcan y reciban.
Sé que mis palabras no llegan a hacerle homenaje, pero no quería que el hecho pasara sin que al menos pudiera hacer manifiesta la admiración y el respeto que siento por él, por su arte y su sabiduría. Si no lo conocen, este video donde se le entrevista es la oportunidad perfecta.
Descanse en paz el pintor José Reyes Meza.