Y así nos podríamos pasar los días

Allá en los lejanos años 90 del siglo pasado, cuando estaba en secundaria (no sé, ¿segundo? ¿tercero?) compré dos discos. Bueno, un casete y un disco. En esos tiempos creo que mi hermana todavía creía en Santa Clos (¿o ya no?) pero mi hermano y yo, que ya éramos grandes, pedíamos lo que queríamos de regalo de Navidad. Ese año, no sé por qué, me dio la onda de comprar el Acústico desliz, de Fratta, y el Un mundo separado por el mismo Dios, de Nacho Cano. Yo creo que fue culpa de TeleHit. El caso es que me enamoré del disco de Fratta, el único que le he escuchado si soy sincera, y hoy que se me ocurrió escucharlo (creo que soñé con alguna canción de ese casete que escuchaba en el receso de la secundaria, en mi walkman) me sigue pareciendo un muy buen disco. Me encanta la participación de Rita Guerrero y Ely Guerra, incluso la de Julieta Venegas (aunque luego me cayera gorda). Qué gusto, qué lujo, ¿no? tener a Rita cantando un par de líneas de Luz de mar o diciendo que para volar no le hace falta nada (*suspiro*).
Si se sienten nostálgicos de los 90 (quién no, a estas alturas de la vida) corran a escuchar el de Fratta. Ninguna canción tiene desperdicio. Y si les da curiosidad el de Nacho Cano, también es muy buen disco, loquísimo. Seguramente recordarán El profesor de danza y su maravilloso video, en el que Cano luce muy muy guapo.

Colibrí

Un colibrí hizo nido en la enredadera del balcón. Lo descubrimos hace poco más de dos semanas. Desde entonces le hemos procurado macetas con flores, agua y cero molestias. No salimos a regar las macetas a menos que estemos seguros de que el colibrí no está en el nido. El colibrí se acercó a nosotros, nos permitió observarlo en pleno vuelo y cuidando de sus huevecillos. Todos los días lo saludábamos, lo mimábamos (de lejos) nos dejábamos enternecer por su postura.
El fin de semana lo vimos en una actitud distinta: parado en la orilla del nido, haciendo algo “hacia abajo”. Nos emocionamos mucho y pensamos en lo bello que serían los siguientes días.
Pero hace tres días que ya no está. Me asomo insistentemente al balcón, mañana, tarde y noche, pero nada. No puedo imaginarme algo bueno con esta situación. Supongo que eventualmente saldré al balcón y miraré dentro del nido, a ver si encuentro alguna pista de lo que sucedió con “nuestro” colibrí. Pero no quiero. Sólo quiero que vuelva.

La loca del tejido

No puedo expresar con palabras precisas lo maravillosa que me parece esta canción. Es la música, la letra, el video y todos sus detalles: los muñecos tejidos a crochet, los estambres de fondo, los que bailan, los granny squares… cada que lo veo descubro nuevas cosas y noto el gran trabajo de la elaboración del set.
Llevo apenas tres años tejiendo y a los que me conocen no les tengo que explicar que se me ha vuelto un vicio. Mi primera Navidad como tejedora le hice bufandas a todo mundo -unas más agraciadas que otras. Ahora ya regalo prendas -según yo- más pensadas. He tejido prendas bastante feas pero creo que cada vez me sale menos mal, aunque no creo que me salve de que mis hijos me canten esta canción (y por supuesto terminaré como la abuela que hasta al tostador de pan le hace un cozy).

(Hablando de tejer y de hijos, antier le tejí una bufanda circular a Mao con lana de merino italiana. El gato será gato pero no es tonto, no se la ha quitado.)

Un viejo gato gris mirando por la ventana

viejogato
El día de mañana estaré presentando Un viejo gato gris mirando por la ventana, el nuevo libro de Toño Malpica publicado por el FCE.
Ojalá puedan acompañarnos, la presentación será en la Feria Internacional del Libro Monterrey, mañana jueves 16 de octubre a las 4.30 pm en la sala D.

Manda fuego, de Alberto Chimal

**Este es el texto que leí en la presentación del libro Manda fuego, de Alberto Chimal. Casa Universitaria del Libro, septiembre 26 de 2014

La tarea de invitar a leer un libro puede ser tan fácil o tan difícil como uno la asuma. Sin embargo, hay algo muy cierto en casi todos los casos: nuestros afectos están en los libros que recomendamos. Por lo menos en aquellos que recomendamos de manera honesta, para los que tenemos adjetivos que no nos caben en la boca: “en serio, léelo, te va a encantar, es maravilloso, buenísimo, fascinante, está súper padre, está bien chido, está conmadre, lo vas a leer en una sentada, no te va a soltar, te va a marcar, en serio, vas a querer comprar diez copias más, ándale, interrumpe tu lista de lecturas y hazle un huequito a esta; es más, ten, te lo presto”, entre otras frases y un largo etcétera. En la recomendación habrá otros muchos adjetivos y frases que nos salen de las vísceras pues esos libros que nos han enganchado, por lo menos en primera instancia, no admiten objetividades. Así pues, intentaré invitarlos a leer el libro que hoy nos reúne aquí, Manda fuego, sin miedo a dejar ver mi propia fascinación por el universo literario presente en él, que me resulta trastornante, vasto, novedoso y, por supuesto, lleno de imaginación.
La buena literatura es aquella que no nos deja indiferentes, que no nos permite volver a la cotidianeidad al cerrar el libro como si nada hubiera pasado, como si nuestro espíritu no se hubiera transformado o virado el rumbo, como si no hubiésemos notado que hay algo más grande que nosotros y que nos envuelve en forma de palabras, de personajes, de vida más allá de lo tangible. La literatura que vale la pena es aquella en la que hay espacio para poner de todo, para experimentar, para romper las formas rígidas que, a veces a propósito o a veces sin querer, nos imponemos. Alberto Chimal, en la vastedad de su obra, ha encontrado muchísimas formas de contar historias y en este libro tenemos un puñado de ejemplos. Desde las intertextualidades hasta el vértigo, desde la brevedad hasta las profundidades, desde la velocidad hasta el suspenso, Chimal nos da a raudales páginas de esa buena literatura, de esa que vale la pena, de esa que nadie debería perderse.
Manda fuego es una excelente droga de entrada para aquellos que no conocen la obra de Alberto, pero también es una buena oportunidad de acercarse a una antología personal que contiene textos emblemáticos y multifacéticos como “Shanté”, novela corta; un guiño a Calvino en “Las ciudades latinas”, una colección de imágenes violentas y fascinantes en “Álbum”, un raudal de vida y azar en “Catarata”, un universo dentro de este universo en “Mesa con mar” y “Se ha perdido una niña”, dos de mis favoritos. Muchos otros textos de este libro merecen sendos elogios que ya ustedes, lectores experimentados de Alberto o primerizos curiosos, enunciarán en su momento.
Italo Calvino en su libro Seis propuestas para el próximo milenio (1985), enuncia seis rasgos o características que él considera indispensables en la literatura del siglo XXI, y una de ellas es la rapidez. Decía el escritor italiano: “Mi temperamento me lleva a ‘escribir breve’ y estas estructuras me permiten unir la concentración de la invención y de la expresión con el sentido de las potencialidades infinitas”. Y así ocurre con estos cuentos. Cada narración es una potencialidad, con nexos y conexiones dentro de las mismas historias y hacia afuera del libro. Esta multiplicidad (otro término de Calvino) es la que, a modo de una red, atrapa a su lector y no le permite discernir entre la realidad de la vida cotidiana y la realidad del cuento.
Como profesora de producción editorial siempre digo a mis alumnos que lo que tenemos entre las manos es un fragmento de placer: tangible, estético por dentro y fuera, que invita a la posesión a través de la lectura y el tacto. Sin embargo, el placer de leer este libro no sólo se limita al objeto como tal (pues es un objeto muy lindo) y a su contenido literario (fascinante), sino que, además, acompaña a este libro un disco en el que Alberto lee algunos de sus textos. Este disco es la prueba fehaciente de que estamos no sólo frente a un buen escritor, sino frente a un excelente narrador oral, que lo mismo puede envolvernos en sus historias cuando lo leemos como cuando lo escuchamos. Las inflexiones, tonos y demás características de la voz de Alberto lector, nos permite entrar en los cuentos por otra puerta, la del que escucha, en una oportunidad que no todos los buenos escritores nos pueden brindar pues, lamentablemente, no todos los buenos escritores son buenos lectores en voz alta. Sin embargo el caso de Alberto es uno de esos afortunados, donde los afortunados, por supuesto, somos nosotros.
Alberto Chimal es, indiscutiblemente, una figura imprescindible en el panorama de la literatura contemporánea en México. Con mucha frecuencia escucho a persona (amigos, estudiantes) decir que no leen literatura mexicana porque es muy “tradicional” o “costumbrista”. Yo no sé si es culpa del sistema educativo, o de los prejuicios literarios, pero si de verdad se asomaran a ver lo que hoy esta literatura nos ofrece se quedarían asombrados. Este libro es una prueba de ello.
Ya para terminar, me gustaría retomar la frase de Stanley Kubrick que pueden encontrar en el epígrafe del libro y dice: “Debemos conseguir nuestra propia luz”. Alberto ciertamente ha conseguido la suya, a través de su literatura, y desde hace mucho está listo para compartirla con nosotros. Con la fuerza de un fuego espiritual caído del cielo, las palabras de Alberto Chimal resonarán desde el futuro hasta el principio de los tiempos.