Un colibrí hizo nido en la enredadera del balcón. Lo descubrimos hace poco más de dos semanas. Desde entonces le hemos procurado macetas con flores, agua y cero molestias. No salimos a regar las macetas a menos que estemos seguros de que el colibrí no está en el nido. El colibrí se acercó a nosotros, nos permitió observarlo en pleno vuelo y cuidando de sus huevecillos. Todos los días lo saludábamos, lo mimábamos (de lejos) nos dejábamos enternecer por su postura.
El fin de semana lo vimos en una actitud distinta: parado en la orilla del nido, haciendo algo “hacia abajo”. Nos emocionamos mucho y pensamos en lo bello que serían los siguientes días.
Pero hace tres días que ya no está. Me asomo insistentemente al balcón, mañana, tarde y noche, pero nada. No puedo imaginarme algo bueno con esta situación. Supongo que eventualmente saldré al balcón y miraré dentro del nido, a ver si encuentro alguna pista de lo que sucedió con “nuestro” colibrí. Pero no quiero. Sólo quiero que vuelva.
La loca del tejido
No puedo expresar con palabras precisas lo maravillosa que me parece esta canción. Es la música, la letra, el video y todos sus detalles: los muñecos tejidos a crochet, los estambres de fondo, los que bailan, los granny squares… cada que lo veo descubro nuevas cosas y noto el gran trabajo de la elaboración del set.
Llevo apenas tres años tejiendo y a los que me conocen no les tengo que explicar que se me ha vuelto un vicio. Mi primera Navidad como tejedora le hice bufandas a todo mundo -unas más agraciadas que otras. Ahora ya regalo prendas -según yo- más pensadas. He tejido prendas bastante feas pero creo que cada vez me sale menos mal, aunque no creo que me salve de que mis hijos me canten esta canción (y por supuesto terminaré como la abuela que hasta al tostador de pan le hace un cozy).
(Hablando de tejer y de hijos, antier le tejí una bufanda circular a Mao con lana de merino italiana. El gato será gato pero no es tonto, no se la ha quitado.)
Bir fincan kahvenin…
Bir fincan kahvenin 40 yil hatiri vardir
(Una taza de café la recordarás durante 40 años)
Proverbio turco
Hay otro proverbio turco que no puedo encontrar, que dice algo así como que nunca olvidarás tu primera taza de café turco. Ciertamente yo no la olvidaré y les puedo presumir por qué: ocurrió hace relativamente poco, en mayo de 2009, en la ciudad de Estambul. Casualmente en esa época hay un festival de no recuerdo bien qué, pero cubren los camellones y parques de la ciudad con la flor de Turquía: los tulipanes. Miles y miles de tulipanes brillantes, asomándose en las jardineras y los parques, enmarcado la vejez de los edificios. La ciudad brillaba de colores. En cierto momento me encontré caminando frente a Hagia Sophia y me detuve en un café con vista a la Mezquita Azul. Acababa de iniciar mis clases de turco, pero con lo poquito que sabía pude pedir mi café az şekerli (es decir, con poca azúcar). Un derviche empezó a girar en el escenario al ritmo de la música. La tarde caía. Entonces bebí mi primera taza de café.
Recuerdo varias otras tazas. Una, por ejemplo, en casa de la vecina de Gamze, quien nos invitó a tomar el café a las tres (Gamze, su mamá y yo) y ellas platicaban felizmente en turco mientras yo bebía de una hermosa taza y admiraba la minuciosidad con la que estaba servida la mesita de la sala: dulces, galletas y aperitivos, todo servido en platos divinos y en porciones pequeñas y hermosas. Las mujeres chismeaban, supongo. Yo miraba y bebía.
En otra ocasión, Can y Ceren nos invitaron a tomar un café en un pequeño lugar de Taksim; Ceren dijo que era de los mejores lugares para tomar café. Había unas pequeñas mesas con pequeñas sillas (no es metáfora), por lo que estábamos sentados los cuatro casi al nivel del suelo, al aire libre. Los meseros preparaban el café en unos fogones dispuestos en la banqueta. Preparar el café es un ejercicio de paciencia, el preciado líquido no debe hervir sino más bien calentarse a fuego muy lento para que espese. Pobre del que descuide la estufa mientras lo prepara, es un caos limpiar el polvo finísimo del molido turco (me ha pasado).
Desde entonces es un vicio adquirido. Siempre que hay visita en casa me gusta ofrecer un café turco (hay una variante del proverbio que dice que quien te invita un café turco tiene 40 años de mérito). Me gusta ver esas pequeñas tazas llenas de diseños típicos, esos pequeños vasos con agua fresca que se sirven para aclararse la garganta antes de tomar el café y dos cuadritos de lokum a un lado de la taza, sobre el platito. Disfruto la minuciosidad de la preparación, vigilar cada segundo del cezve puesto al fuego, servir con cuidado para que la “crema” del café cubra la superficie de la taza servida. Me llena de orgullo cuando me dicen que qué rico café, que cómo lo hice.
Y entonces les explico. Lo que no les confieso a mis visitantes es que ese café va rebosante de recuerdos: lleva los minaretes de Hagia Sophia, de Sultanahmet y de Eminönü, lleva los arcos de Yerebatan Sarayi, los tulipanes de las calles, el tram de Istiklal, el té negro que bebí al atardecer en Kadiköy, el harem de Topkapi, un paseo sobre el Bósforo, los colores del Gran Bazar, los olores del Mizir Carsisi, los pescadores en el puerto y hasta una imagen de esa señora que bailaba tímidamente y sola en un concierto de Tarkan. Y contiene otros ingredientes por el estilo, tantos que no puedo enlistarlos en este espacio.
No sé si mi café logre impregnar la memoria de mis amistades de un viaje que quizá no han hecho, pero espero que al menos por unos minutos se sientan en un lugar que no es el aquí.
Multitasking o las ideas a empellones
Hay días en los que trabajo mucho. Me duele el trasero de estar aplastada frente a la computadora -donde, desafortundamente, ocurre el 95% de mi trabajo. Tengo que hacer estiramientos y todo, subir y bajar las escaleras, pararme a acariciar a algún gato (es muy curioso cómo todos se reúnen en el estudio desde donde trabajo, de pronto volteo hacia atrás y parece que hubo una explosión de gatos y quedaron tirados por cualquier lado). El asunto es que no puedo mantenerme concentrada sobre una sola idea, llega un punto en el que tengo más de diez pestañas del Chrome abiertas con temas distintos pero relacionados, estoy escribiendo más ideas en la libreta a mi lado, escribo un correo y platico con el Piantao -todo al mismo tiempo. A veces hasta me pinto las uñas mientras todo esto ocurre.
Mucha gente podría pensar que esto es digno de presunción, pero la verdad es que a mí me agobia.
Lo curioso es que mucha de la literatura que analizo (al mismo tiempo, para freírme prematuramente el cerebro) le pide al lector que esté como en varios lugares al mismo tiempo. Pienso por ejemplo en The great fire of London de Jacques Roubaud y sus intersecciones y bifurcaciones: básicamente son extensiones de las ideas que narra en la línea “principal” del texto, hay que cambiar de página para ir a ellas cuando el autor lo solicita, a la manera de un hipertexto pero en papel. No resulta un texto enredado ni nada parecido, pero obviamente el lector ya no se puede sentar en sus laureles sólo viendo cómo la historia le pasa por delante, sino que tiene que involucrarse (físicamente, omg) con ella.
El asunto de la multiplicidad o la multiplicación de las posibilidades aplicado no sólo a la teoría literaria sino a la cotidianeidad, es que resulta un gran gasto de energía mantenerlo. (La idea anterior ejemplifica lo expuesto: he pensado tantas cosas a la vez que probablemente mi enunciación no tenga sentido). Al momento de enfrentarse a tantas teorías sobre cómo abordar el análisis de la literatura hipertextual lo que hay que tener es capacidad de abstracción (y de concentración) para poder escuchar realmente cuáles son las necesidades del texto. Lo curioso es que lo que ocurre en la teoría me sucede en cierta manera en la práctica: mi vida académica se ha vuelto hipertextual, múltiple, descentrada, rizomática y lo que sigue. Las ideas me llegan (o me caen encima) a raudales, abro doce documentos, me pongo enfrente diez libros de la biblioteca, dos libretas para notas y otras tantas pestañas del Chrome y trato de asimilar todo al mismo tiempo: es imposible leer todo esto de manera lineal. Luego me frustro, abro el facebook y ya saben a dónde va a parar todo.
Ni siquiera es que no sepa cómo investigar, aunque así pudiera parecer. Llevo mi tesis en un (nada deleznable) 60% de avance y la percibo más clara que nunca. Creo que el problema podría ser mi talento (o maldición) de tener capacidad de multitasking y mi imposibilidad de decir “eso lo investigo luego, cuando termine esto”. De hecho este post es un pequeño receso para ordenar mi mente y creo que cumplió su cometido: acabo de cerrar todo lo que tenía abierto (en papel y en digital) y estoy por concentrarme en UNA cosa de la lista de pendientes. Ya les contaré si logro mi cometido sin terminar en un mar de ideas que me asaltan a empellones.
Pues eso.
Lo que me desagrada no es la Navidad en sí, sino la alta comercialización que se hace en la época. Aunque trato de mantenerme al margen de lo comercial, es imposible sustraerse a un ambiente (sobre todo en esta ciudad, plagada de publicidad en todos lados) en el que sólo se piensa en las compras, por más que quieran agregarle un par de palabras tiernas para que no suene sólo a consumo. Por lo menos yo este año hice con mis manos 15 regalitos (8 tazas con sus “suéteres” y 6 bufandas) y bueno, ya es un algo. Además hacerlo fue una experiencia muy padre porque mientras tejía el objeto, pensaba en la persona a la que se lo estaba haciendo. Ojalá el próximo año pueda tejer más regalos. También pienso poner un nacimiento, digo, de eso es lo que se trata, y sería muy chido poder recuperar tan sólo un poco el sentido que tenía la celebración y la emoción que me daba cuando era niña.
Estaba leyendo un artículo sobre decoración navideña en Alemania, y la escritora (española) cuenta que allá en la ciudad donde vive todavía se reúnen para platicar historias de Navidad, y hacen coronas de adviento y todos se reúnen en torno a ella… en fin, que independientemente del credo de cada quién, la comunidad busca mantener vivo el sentido de la celebración. Espero poder lograr esto con el paso del tiempo y recuperar la Navidad que me robaron -o que yo perdí.
Mientras tanto, Feliz Navidad y todo eso :)
Las plantits
El señor de las plantits (plantitas) recorta todas las palabras que enuncia quitándole algunas vocales. Es un señor que viene cada cierto tiempo a la casa, timbra, y cuando abro regularmente se encuentra en la misma posición: una blanca sonrisa coqueta que resalta sobre su oscura piel y una planta en cada mano. “Buens, letrajelsplantits”, dice muy rápido. Apenas entiendo lo que dice pero no hace falta entender mucho, el señor vende plantas.
Esta casa no tiene jardín, apenas un pedacito de tierra en el que con trabajo han crecido las enredaderas, pero nos hicimos de un mueble de madera sobre el que hemos puesto algunas macetits con plantits, además de las que están en el balcón.
Al principio el señor me traía de todo: arbolitos, pinitos, de hoja, de flores… hasta que con el tiempo entendió mis gustos. Así que ahora que abro la puerta, me recibe con esa gran sonrisa y plantas rosas, fiuchas, moradas, rojitas… en fin, plantas que coinciden con la gama de colores que a mí me gusta. De modo que cuando viene el señor de las plantits, y *de verdad* no quiero gastar le pido a alguien más que abra la puerta. Me es imposible decirle que no.
(Así como a los gatos, que ahora hemos empezado a cultivar en macetits. Aquí una muestra: Julieta, gatita con nombre de planta).