Un día en la vida

Ayer, cuando íbamos rumbo al consultorio del Piantao, un coche se detuvo a mitad de la calle frente a nosotros. Yo iba conduciendo y le saqué la vuelta, volteé a mirar por qué la conductora del coche de adelante se había bajado y entonces lo vi: un gato atropellado, maullando desde el piso. Frené de golpe, el Piantao se bajó. La otra conductora lloraba y gesticulaba mientras el Piantao levantaba con sumo cuidado al gatito (de no más de 6 meses) haciendo como una mesa con sus manos. Le dijo a la chica que lo llevaba al veterinario, ella le hizo jurar que así sería. De regreso en el coche vi a esa criaturita sobre las manos de mi esposo: era un taby anaranjado, delgado, pequeño. Sus ojitos se entrecerraban, ya había dejado de maullar. Conducí torpemente hasta la veterinaria, ubicada a dos minutos de donde estábamos.
Pero en el camino, el gatito murió.
Yo le dije al Piantao nomedigas cómo está, nomedigas noquierosaber, trataba de no mirar al felinito indefenso mientras conducía. Así que no me dijo, pero él sintió el momento en que el gatito falleció. Cuando llegamos a la veterinaria ya no había nada qué hacer.
Al menos no murió en el pavimento, maullando, sin entender qué sucedía ni poderse mover.
La imagen se imprimió en mi mente con tal fuerza, que incluso ahora, más de 24 horas después, no puedo dejar de pensar en eso. Yo no sé si mis gatos lo perciban, pero cuando estoy en casa Mao no se despega de mí. Cuánto tiempo llevaba ahí, por qué la demás gente no hizo nada, por qué -en primera instancia- fue atropellado, son preguntas que ni siquiera vale la pena hacerse.
El tema es que siento una desesperanza profunda y una gran tristeza al pensar que nunca podré ver a una humanidad sensibilizada ante la vida, la belleza y el prójimo, sea éste un árbol, una persona, o un gatito indefenso maullando desde el pavimento.

Obsolescencia

He leído mucha teoría estos últimos años (3 años o algo así) para escribir mi tesis, y siempre me da un poco de ternurita cuando leo textos de principios de los 90 (suena cercano, pero eso fue hace por lo menos 20 años) y se lee en ellos la gestación de grandes preguntas sobre la tecnología y el futuro de los libros y la literatura. Algunos teóricos se van al extremo casi de la ciencia ficción, donde el papel ya no existe y lo in es la literatura hipertextual (jijiji tan noventas como ellos solos). Otros satanizan las nuevas tecnologías y las tachan de frívolas, resaltando la complejidad en la categorización de los textos producidos así o su falta de calidad. Lo bueno es que según yo ya superamos el asunto de papel vs. soporte electrónico, ya sabemos más o menos de qué va la cosa y las preguntas se encuentran (o debieran encontrarse) en otros lugares.
Mientras escribo la página en la que voy (jeje) en la que hablo sobre literatura enriquecida y libros/aplicaciones para iPad e iPhone, y me pongo a pensar… si mi tesis se imprime en octubre, digamos, y en un golpe de suerte puedo publicarla en el 2014 (se vale soñar) o acaso en el 2015… ¿cuánto tiempo podrán ser válidos los planteamientos que en ella se desarrollan? ¿En qué punto a la gente le parecerán “retro” los temas que ahí se discuten? ¿Cuánto falta para que alguien escriba en su blog que le da ternurita leer a los teóricos que explicaban cosas que ya no necesitan explicación?

No puedo evitar sentirme obsoleta desde ya mientras escribo. Es horrible :/

Los ojos en el agua

Hace algunos años (muy poquitos, como 16, ja) cuando estaba en la secundaria, participé en una obra de teatro breve llamada “Los ojos en el agua”. No recordaba el autor, pero Google me dijo que es Eligio Coronado, regiomontano, y la escribió en algún punto a principio de los 80.
Es una obra muy triste, que trata sobre un pueblo al sur del estado que la está pasando mal durante la sequía. Recuerdo a un personaje, que era como el viejo sabio del pueblo, llamado Malaquías, a quien más bien recuerdan (creo que el personaje ya había fallecido al empezar la historia) y otro personaje importante, de quien no recuerdo el nombre, que era quien se animaba a cruzar el desierto y sus siete puertas para llegar a la ciudad y traer el agua al pueblo. Mi papel era el de la madre de este joven.
Por ahí debe andar el libreto rodando entre mis papeles, recuerdo que lo guardé porque me impactó y me gustó mucho la obra, con todo lo triste que era.
Hay ciertos momentos en los que recuerdo esta obra, sobre todo cuando hace calor y hay sequía, precisamente, y más ahora con las noticias que han estado circulando sobre el azotado sur de Nuevo León. Mientras comprábamos los garrafones de agua que donamos a una de las tantas iniciativas ciudadanas que llevaron víveres, pensaba en esta obra, la sequía, el sol, cómo el personaje muere porque no alcanza a cruzar la última puerta del desierto… me entristece, por supuesto, que haya este tipo de situaciones (que las hay en muchos lugares) pero más cuando están tan cerca y la ayuda no les llega… y luego pienso en la deforestación, los incendios, el sobrecalentamiento… es como una maraña de cosas en la que una lleva a la otra y no termina la cosa.
Total que al siguiente día despierto sintiendo un poco de frío. Escucho un ruido como de agua corriendo, pero pienso “no creo que esté lloviendo, a lo mejor alguien lava su banqueta”. El ruido es insistente. Me levanto y abro la cortina: todo está mojado, la calle, los coches, las ventanas escurren. El cielo está totalmente nublado, la neblina blanca cubre la parte alta de la sierra madre que veo desde la ventana. Despierto de golpe con la sorpresa de una lluvia pesada y pienso: hay esperanza.

Multitasking o las ideas a empellones

Hay días en los que trabajo mucho. Me duele el trasero de estar aplastada frente a la computadora -donde, desafortundamente, ocurre el 95% de mi trabajo. Tengo que hacer estiramientos y todo, subir y bajar las escaleras, pararme a acariciar a algún gato (es muy curioso cómo todos se reúnen en el estudio desde donde trabajo, de pronto volteo hacia atrás y parece que hubo una explosión de gatos y quedaron tirados por cualquier lado). El asunto es que no puedo mantenerme concentrada sobre una sola idea, llega un punto en el que tengo más de diez pestañas del Chrome abiertas con temas distintos pero relacionados, estoy escribiendo más ideas en la libreta a mi lado, escribo un correo y platico con el Piantao -todo al mismo tiempo. A veces hasta me pinto las uñas mientras todo esto ocurre.
Mucha gente podría pensar que esto es digno de presunción, pero la verdad es que a mí me agobia.

Lo curioso es que mucha de la literatura que analizo (al mismo tiempo, para freírme prematuramente el cerebro) le pide al lector que esté como en varios lugares al mismo tiempo. Pienso por ejemplo en The great fire of London de Jacques Roubaud y sus intersecciones y bifurcaciones: básicamente son extensiones de las ideas que narra en la línea “principal” del texto, hay que cambiar de página para ir a ellas cuando el autor lo solicita, a la manera de un hipertexto pero en papel. No resulta un texto enredado ni nada parecido, pero obviamente el lector ya no se puede sentar en sus laureles sólo viendo cómo la historia le pasa por delante, sino que tiene que involucrarse (físicamente, omg) con ella.

El asunto de la multiplicidad o la multiplicación de las posibilidades aplicado no sólo a la teoría literaria sino a la cotidianeidad, es que resulta un gran gasto de energía mantenerlo. (La idea anterior ejemplifica lo expuesto: he pensado tantas cosas a la vez que probablemente mi enunciación no tenga sentido). Al momento de enfrentarse a tantas teorías sobre cómo abordar el análisis de la literatura hipertextual lo que hay que tener es capacidad de abstracción (y de concentración) para poder escuchar realmente cuáles son las necesidades del texto. Lo curioso es que lo que ocurre en la teoría me sucede en cierta manera en la práctica: mi vida académica se ha vuelto hipertextual, múltiple, descentrada, rizomática y lo que sigue. Las ideas me llegan (o me caen encima) a raudales, abro doce documentos, me pongo enfrente diez libros de la biblioteca, dos libretas para notas y otras tantas pestañas del Chrome y trato de asimilar todo al mismo tiempo: es imposible leer todo esto de manera lineal. Luego me frustro, abro el facebook y ya saben a dónde va a parar todo.

Ni siquiera es que no sepa cómo investigar, aunque así pudiera parecer. Llevo mi tesis en un (nada deleznable) 60% de avance y la percibo más clara que nunca. Creo que el problema podría ser mi talento (o maldición) de tener capacidad de multitasking y mi imposibilidad de decir “eso lo investigo luego, cuando termine esto”. De hecho este post es un pequeño receso para ordenar mi mente y creo que cumplió su cometido: acabo de cerrar todo lo que tenía abierto (en papel y en digital) y estoy por concentrarme en UNA cosa de la lista de pendientes. Ya les contaré si logro mi cometido sin terminar en un mar de ideas que me asaltan a empellones.

¿Conoce usted el Mar muerto?

Ayer fuimos al centro comercial. Nos gusta ir en la mañana, hacer pagos (eso no nos gusta) comernos un elotito (aunque acabamos de descrubrir que usan elote congelado La Huerta) y tontear, sobre todo ahora que todavía quedan algunas ofertas por ahí.
Ya íbamos de salida cuando en el pasillo apareció un stand que no había visto antes, de algún producto cosmético. Había en ese stand una sola chica, que me lazó con un “disculpa”. Yo volteé a verla (apariencia genérica de demostradora de cosméticos) y vi que traía una cuchara con algún producto.
Me dijo:
-¿Me puedes mostrar tus manos? (con acento gringo finjidísimo).
Extendí mi mano derecha, y al tiempo que ella colocaba el contenido de la cuchara sobre ella (parecía algún tipo de exfoliante) me pregunta:
-¿Conoce usted el Mar muerto?

En automático giré la mano y regresé el contenido a la cuchara.
-Ah no, disculpa, no me interesa conocer tu producto.
-(cara de absoluta incredulidad) ¿Puedo saber por qué?
-Porque está hecho de sales del Mar muerto.
-…¿Y?
-El mar muerto se está… extinguiendo. Secando, pues. (Claro, iba a decir “el mar muerto se está muriendo”).
-Pero no entiendo…

Y aquí es donde me sentí super idiota. A ver, hay gente que no come carne porque los animalitos sufren, hay gente que no usa pieles por la misma razón, hay gente que sólo consume alimentos orgánicos, hay gente que etc etc tiene sus razones para dejar de consumir algún producto. Yo no utilizo productos cosméticos hechos de sal del Mar muerto porque el Mar muerto me parece uno de los lugares más increíbles del planeta y se está secando porque lo utilizan para hacer cosméticos y fertilizantes. Y porque sí, porque por donde pasa el hombre hace su mugrero.
Pero no sabía cómo decir eso a la chica que me miraba con cara de verdadera curiosidad, diciéndome “pero no entiendo” con acento gringo de infomercial. Si en el Mar muerto no hay fauna, ni flora, sólo un charcote saladísimo en el que flotas. Pues eso. A mí me gusta ese charcote saladísimo y por eso no consumiré tu producto que además tiene cara de que cuesta más de 300 pesos el frasco.
Tuve que explicarle muy despacio, con señas, articulando muy bien qué es lo que sucedía con ese tal Mar muerto, que tan muerto no estaba pero estará por culpa de ese y otros productos, pero siento que ella seguía sin entender. En ese momento dos líneas de pensamiento se desarrollaron a toda velocidad en mi cabeza: una, de neta esta chava está muy güey y no entiende que no es positivo que algo chido desaparezca del planeta por culpa del hombre. Otra, yo estoy muy fuera de contexto por andar con mis tonterías de “pobrecito Mar muerto”. De igual manera me sonrojé, y estuve a punto de decirle “a ver, sí, trae acá tu cucharita con tu exfoliante y empecemos de nuevo”.
Pero no fue así: simplemente le dí las gracias y me largué.
El acontecimiento siguió rebotando en mi cabeza por varias horas más. Pero la verdad es que por más tonta que me haya sentido expresando mi sentir respecto al Mar muerto, no puedo ni quiero hacer nada para cambiarlo. De hecho, los números son alarmantes:

El mar Muerto, lago endorreico situado a 426 metros por debajo del nivel del mar, se seca y se muere en el desierto a un ritmo de unos 1,1 metros al año. Su superficie se redujo en un tercio en los últimos 50 años: de 960 kilómetros cuadrados pasó a los actuales 620. – Nota completa en IPS

En la nota de arriba vienen los detalles sobre un método bastante complicado y riesgoso con el que quieren jalar agua del Mar rojo al Mar muerto, pero a pesar de años de estudios, los expertos dicen que las aguas no se mezclarán y, en pocas palabras, echarán a perder todo.

La verdad es que la gran cantidad de minerales que contiene tiene un efecto muy benéfico sobre la piel. En las orillas se puede encontrar un barro negro (mientras más negro, mejor) que debes untarte en todo el cuerpo y enjuagar una vez que se seca. La piel queda hidratada incluso por varios días y si este barro es usado en el rostro, tiene además una función limpiadora. La neta es que sí es una maravilla pero el chiste es estar ahí, experimentarlo y aplicarte el barro directo del mar, como una experiencia única en la vida. Porque de otro modo sólo es la ilusión de que verdaderamente obtendrás los beneficios del Mar muerto…

No sé qué se habrá quedado pensando la morra de mí. Yo me sentí muy absurda, pero pues la neta es la neta y el Mar muerto es una de las experiencias más chingonas que he vivido. Por supuesto me entristece que eso también vaya a desaparecer, más pronto de lo que parece.

Nomás, flotando.

Incertidumbre

Detesto esos momentos de incertidumbre, donde cualquier decisión que tome me lleva a la toma de más decisiones que a su vez se complican y bifurcan, cuyas resoluciones dependen de factores sobre los que hay que tomar decisiones.
En otras palabras, qué complicado es a veces todo. Eso, o a lo mejor traigo un exceso de antibióticos que están haciendo merma en mis capacidades analíticas.
En momentos así, me pasa que me hago adicta a jueguitos tipo puzzle, bien tontos. Como Tetris Attack (que ya puedo jugar en línea, yei), o Candy Crush Saga, o Luxor, o Zuma. Cualquiera diría que es evasión, yo digo que me estoy estructurando. También funciona acomodar la ropa de los cajones, hacer limpieza del closet, tejer o alguna actividad que tenga que ver con acomodar cosas (papeles, fotos, armarios). Es bien raro pero me sucede ya desde hace muchos años: en cuanto me veo realizando obsesivamente alguna de las actividades anteriores, es que traigo algo en la cabeza que necesita acomodo.
Mi problema con la incertidumbre es que, como sobreanalizo todo, termino absolutamente abrumada.
Lo malo es que la lucha de los antibióticos contra las bacterias ha terminado con lo mejor de mí, así que sólo me queda aplastarme enfrente de esta computadora, haciendo click y click y click en mis múltiples opciones y enredándome más la cabeza.