Era casi mediodía cuando de pronto recordé que ese día era el día de mi boda. Tuve apenas cinco minutos para reflexionar sobre si quería casarme o no, recordar que hacía casi un año le había pedido a mis padres que me separaran la iglesia para ese día. Recordé vagamente que regresaron a la casa y me dijeron “la iglesia ya está separada para la fecha que nos pediste”. ¡Pero si yo no me quiero casar! pensé, o bueno, quizás sí, o quizás no… tenía muy poco tiempo. Las bodas no se cancelan el mismo día, al menos no por un olvido gravísimo como el mío. No tenía vestido, ni quién me peinara, ni lazo (recordaba vagamente haberle pedido a Dalina que fuera mi madrina de lazo, pero ya luego no le dije más), ni arras, ni anillos, ¡nada! No tenía vestido y eso era lo más grave.
Pero lo que sí tenía eran dudas, que al final resolví con un: ok, me caso, no importa, ya veré. Si el asunto me sale malo siempre habrá maneras de arreglarlo. Lo que sí no podré arreglar será el enfado de todos mis invitados al enterarse en ese justo instante que la boda se cancela. Hay algunos que hasta vienen de otros continentes, no puedo cancelar ahora.
Y entonces corrí a casa de Dalina a recordarle del lazo, que por alguna razón ella estaba haciendo a mano, y lo tenía guardado en un mueblecito que no existe en realidad. Luego de recordarle de la boda y dejarla apuradísima haciendo el lazo, yo me salía volando a buscar una estética. Milagrosamente me acordaba de una que además vendía vestidos de boda (¡claroooo!) y cuando llegué, la chava estaba desocupada. Le conté rápidamente mi historia y se paró de su silla en un salto, me sentó frente al espejo y un chavo de la estética se disponía a peinarme mientras ella iba por los vestidos. El chavo me dijo que mi cabello tenía demasiadas capas como para hacerme un peinado alto, que simplemente me iba a planchar el cabello y a maquillar. Teníamos poco más de una hora para la misa. (Ahora que lo pienso, jamás pensé en hablar con el novio a ver cómo le iba a él, o si se había acordado. Extraño.) La chica regresó con los vestidos, que eran espantosísimos y gigantes, parecían batas de abuelita mal lavadas (las batas, no las abuelitas. Aunque quién sabe). Y me decía “es que te dije que necesitaban compostura, que no eran vestidos que te pudieras poner inmediatamente…” y yo espantada. Bueno, al final elegí uno, una especie de bata a medio chamorro con cuellito plisado. Entonces recordaba que no tenía ramo, y que esas cosas se hacen con tiempo. Mientras me planchaban el pelo, se me ocurrió que saliendo de la estética podía ir a una florería, a comprar una docena de… no sé, rosas blancas, y amarrarlas con un listón de raso o de seda, lo que fuera que tuvieran ahí. Me quedaba menos de una hora para que terminaran el peinado y el maquillaje, a lo mejor sí alcanzaba a ir por las flores. Qué angustia, qué ansiedad… ¿por qué no planeé todo esto antes?
Cuando desperté, me sentía ansiosa porque todavía no tenía el ramo.