Hoy, el libro está más vivo que nunca, a pesar de su muerte “inminente” que se ha venido pronosticando desde hace no sé cuántas décadas. Redefiniéndose constantemente, eso sí, con los cada día cambiantes soportes tecnológicos que permiten otro tipo de acercamientos, como las versiones digitales, la literatura multimedia y la electrónica. Pero lo cierto es que por más pantallas táctiles y gracias tecnológicas que estos aparatos puedan tener, por más similitudes que en el formato, color y apariencia tengan a un libro de verdad, nunca serán como un libro de verdad.
Los que opinan como yo no me dejarán mentir en que el aroma, la textura del papel, el grosor de la página, el peso en la mano, la edad, la portada, la cuarta, incluso los errores de impresión hacen que cada libro, como objeto, tenga su propia personalidad. Y qué decir de los libros viejos, con todas sus heridas de guerra y dedicatorias de amor eterno entre personas que quizá nunca conocimos: “Juan, te regalo este libro como muestra del gran amor que siento por ti. Cuídalo siempre. Perla”. Las metahistorias en torno a algunos de nuestros libros les otorgan un valor aparte de lo literario. Yo no veo por dónde hacer esto con un pdf, o con un documento de Word. El libro, entonces, puede colocarse en la categoría de fetiche, con toda su carga mágica, religiosa y erótica, por qué no.
Además el libro es también un objeto de sensaciones. Dicen una frase que “una casa sin libros es como una casa sin ventanas”. Las ventanas (y los libros) dejan entrar la luz, permiten que el aire circule; nos dejan mirar hacia afuera, mirar hacia el otro: dan una sensación de libertad y amplitud contrario a la oscuridad, el encierro y la ignorancia.
Comprarlo es un placer culposo que, estoy segura, compartimos muchos. Salir a la caza de algún título, o de ninguno en particular y encontrarte con lo que buscabas (o no) genera una satisfacción que no tiene parangón. Quizá se quede esperando algunos días o meses sobre la mesita de noche, en lo que terminamos otro o la cotidianeidad nos devuelve algo del tiempo robado, pero lo cierto es que está ahí para nuestro disfrute en el momento que sea, más dispuesto que el más dispuesto de los amantes.
Debo confesar que en mi biblioteca son más los libros que no he leído. Mis ansias de tenerlos todos me han sumido en la más triste de las condiciones… no me refiero a la pobreza (todavía) sino al penoso resultado de la ecuación “muchos libros – poco tiempo”. Mi mamá suele usar una frase que no entendí hasta que me coloqué enfrente del librero: “hay más tiempo que vida”. Ciertamente habrá títulos que mi paso efímero por el mundo no me permitirá leer, pero como Borges en su “Poema de los dones”, me queda el consuelo de “figurarme el paraíso bajo la especie de una biblioteca”.
¿Por qué, entonces, ese afán, esa necesidad de tener tantos libros? Decía el poeta francés Mallarmé que “el mundo existe para llegar a un libro”. Visto así, mientras más libros tenga (según mi perspectiva) equivale a poseer más mundo. No en el sentido de la frase “Fulanita es de mucho mundo”, sino en un sentido borgiano: esa sensación de infinitud que uno tiene al asomarse a una biblioteca, la avaricia por tenerlos todos, pero también el luto por las palabras que algún día resbalarán irremediablemente de nuestra memoria.
Dice un proverbio árabe que “un libro es como un jardín que se lleva en el bolsillo”. Es una imagen hermosa que no necesita mayor explicación, pero que nuevamente remite a la posibilidad de grandes empresas en la imaginación; que afortunadamente no sólo se quedan ahí, sino que inundan nuestra vida de olores, de imágenes inalcanzables de otro modo.
“No es posible vivir sin libros” dice otro proverbio, pero ni siquiera necesita serlo para que a muchos se nos antoje evidente lo que plantea. En este día del libro y en cualquier otro, la cotidianeidad para algunos incluye una relación especial con estos seres de papel, y nos lleva a preguntarnos: ¿qué mundo sería este con más lectores? Me quedo con esta pregunta en mente y con la esperanza de que la labor, que muchos enamorados de las letras tienen, de atraer más lectores, dé fruto y nos permita cosechar un futuro esperanzador.
Me encantó tu post, y si tuviera los medios, correría en este momento a alguna librería (te invitaría, por supuesto).
Ñoñas sin remedio, ¿qué le vamos a hacer, sino es comprar más libros? jaja
¡Qué buen post! Como para leerlo ante un público y salgamos todos emocionados a nuestra librería favorita (la mía en estos momentos es ‘La ventana’). A mi me gusta una frase que dice que “Un mundo sin libros es un mundo sin oxígeno”.
Definitivamente si hubiera más lectores, no habría tanta violencia, porque leer (y el arte en general) nos vuelve más humanos, más respetuosos. Un libro impregna de Poesía (todo tiene una razón de ser) la vida más monotona. Para mi leer es una cita para no pensar, para escaparte a otros mundos y para asombrarse de cómo una persona pudo imaginar tantas cosas, crear un mundo aparte en donde uno va y se refugia.
Ayer vi una película en el cine que se llama ‘La Pontifice’ y te la recomiendo, habla precisamente del amor al conocimiento en una época en la que las mujeres no debían aprender a leer ni escribir.
@m vamos a gandhi a facturarle libros a tu tío ya sabes cuál, para que nos los piche jaja
@rizoma: Gracias!!! me encanta tu reflexión también, y gracias por recomendarme la peli, justo hoy me preguntaba de qué se trata :)
oye, una duda…….¿el mundo era un lugar asqueroso antes de gutenberg? el lenguaje escrito es una “novedá” en la historia humana. de hecho todavía hay culturas en este mundo que nunca desarrollaron lenguaje escrito.
comparto tu adicción a leer, es una delicia, pero no creo que sea indispensable para la vida. esto me hace pensar en la tecnología médica al año 2010, está cabrón vivir sin ella, pero la vida no es imposible sin ella.
pura curiosidad, nada más.
Bueno, considero que es obvio que se puede vivir sin lo que desconoces. Hasta que lo conoces :)