El otro día tuve uno de esos sueños que son como varios episodios de series inconexas, que se mantienen unidos porque comparten los personajes. Y en uno de esos episodios (después de visitar con Marce la nueva casa de Kaput, ubicada en lo alto de una montaña frente al mar que tenía una brevísima playa, a un lado de una cueva de mármol en la que estaba esculpida una santa) me encontraba yo con mi par de amigos visitando unos departamentos extrañísimos pero muy atractivos. Una especie de mezcla entre la nostalgia budapestiana y una arquitectura neovictoriana. A lo lejos veíamos uno que parecia estar en renta y, como Marce estaba buscando casa, decidimos subir los cuatro pisos para llegar a ver ese departamento.
La puerta estaba semiabierta, así que entramos. El lugar era pequeño, las paredes estaban pintadas de un color verde oscuro, los muebles estaban esmaltados en negro, había muchas lámparas pequeñas y encendidas. Una decoración muy minuciosa y que no perdonó un sólo espacio vacío.
Había una mujer robusta sentada frente a un radio viejo, de madera, perfectamente conservado. De la bocina salía música de Goran Bregovic. Me le acerqué y cuando me miró supe que no iba a hablar ni inglés ni español. Le dije “Goran Bregovic! Nice!” levantando el pulgar derecho y apuntando al radio con la mano izquierda. La señora sonrió, nos sonrió a todos, y con gestos y palabras en ruso (en mi sueño sabía perfectamente que era ruso, aunque no lo entendía) nos invitaba a pasar y sentarnos.
Nos sentamos a la mesa, pequeña, para cuatro, con un mantel de encaje hecho con gancho, color blanco viejito. Empezó a abrir los múltiples cajones en su oscura casa y a sacar… pues… chácharas rusas. Comida, accesorios, juguetes… chácharas. Tal cual lo que podrías encontrar en las tiendas para turistas. Nos explicó que ella vendía esas cosas para subsistir. Nos mostraba cada cosa que sacaba, sonreía, trataba de convencernos de llevarlo. Abrió cajones y cajones y cajones de madera esmaltada en negro. Preciosos cajones llenos de chácharas, seguramente hechas en China, yo pensaba.
Y mientras miraba todo aquello, en mi sueño, pensaba que qué curioso que cada vez era más común encontrar mujeres rusas en México que precisamente se dedicaban a vender chácharas que traían de allá. ¿Cómo llegan en primera instancia? Pues claro, se casaban con hombres mexicanos. Qué curioso que cada vez haya más. Todo esto pensaba en mi sueño, y en el mismo sueño concluí mis pensamientos en torno al tema tomando una nota mental: “Debo escribir un post al respecto en mi blog. Y “Little Russia” sería un buen título para él”.
Siendo yo Marce, propongo que me lleves a buscar ese departamento. Quiero vivir ahí.
La neta creo que te hubiera gustado un chorro, jaja, hasta en sueños te sé el gusto :)