tuve un sueño

Ayer te soñé. Eras tú, eras todos. Al principio te odiaba con fuerza, no sé realmente por qué. El rostro de uno, la sonrisa de otro, la mirada de otro más. Por alguna razón yo me veía obligada a viajar contigo, mi mochila al hombro y tú caminando delante con pasos que no te pertenecían. Corríamos las mismas calles oscuras y mojadas, saltando sobre los mismos charcos. Luego de un rato nos deteníamos exhaustos y nos recostábamos sobre el césped oscuro de un húmedo parque. Las estrellas salpicando nuestros rostros. Volteaba a verte, y de pronto tu mirada no era tan odiosa como al principio.
La noche siguiente tuvimos que compartir la misma cama. Yo inmediatamente te di la espalda, no sin antes advertirte que no quería que me tocaras. Entonces detrás de mí, a oscuras, vaciaste tu ansia mientras yo sentía cómo un par de ojos se clavaban en mi nuca. Me sentí un poco mal por ti, debo admitirlo, pero no estaba lista para permitir que entraras en mi vida.
Al siguiente día te odiaba mucho, mucho menos. Tus ojos de otro me dieron los buenos días, al tiempo que la mano (que no era tuya) me acarició la mejilla. Dijiste que mi mejor momento era cuando despertaba, y yo molesta te dije que eras un ridículo. El sol que entraba por la ventana pintaba dibujos anaranjados en las paredes, y tú me hablaste en alemán, en inglés, en italiano, en checo, en español, en todos esos idiomas que me han tocado el corazón.
Me asustó descubrir que quizá te quería. Así que me lancé a la calle, y al pisarla anocheció. Tú me seguías, me decías que teníamos que ir al supermercado (¡sabías que es uno de mis lugares favoritos!) a comprar comida, que debía comer algo. Entonces entraste a ese edificio de cuatro pisos iluminados con luz fluorescente mientras yo te esperaba afuera, mirándome en los charcos. Algo dentro de mí se hacía grande, se repegaba contra mis costillas y no me dejaba respirar. Pensé que quizá te perdería. Pero luego apareciste con una gran bolsa de papel llena de mis frutas favoritas. Tuve ganas de besarte y me contuve.
Después sucedió algo que todavía no entiendo. El siguiente episodio es algo confuso; sólo tengo imágenes difusas de mapas, maletas, abrazos, angustia, estampillas y tus ojos tristes. Los ojos que quizá, después de todo, sí te pertenecían. Te fuiste lejos. Yo esperaba con ansiedad tus cartas, tus señales, saber que existías allá afuera, donde la luz de mi día y las estrellas de mi noche no alcanzaban a alumbrarte. Tú me respondías a cuentagotas, y yo me marchitaba poco a poco, hasta que… hasta que… 

Desperté.

Y me di cuenta de que todos los hombres de mi vida eras tú.