porque tantas veces te tuve entre mis brazos…

Ya van dos veces que te sueño en esta semana, y el significado de esto me tiene preocupada. La primera vez iba yo en mi coche… era una colonia que no conozco, que nunca he visto, y era de noche. De pronto algo le pasaba a la batería, y el coche se mataba. Te llamé para pedirte ayuda pero estabas lejísimos y yo muerta de miedo, en ese lugar que quién sabe dónde era. Corte a: una convención en un hotel. Eran pasillos amplios, de alfombras rojas y paredes oscuras, muy lujoso. Yo caminaba por un pasillo del sexto piso, la alfombra suave bajo mis pies, cuando de pronto te vi entrar a un cuarto. Tú no me viste. Llevabas en la mano un par de zapatos de tacón negro que ibas a devolver a su dueña, tu amante, esa mujer que estaba en el cuarto al que entrabas. Un rato después, no sé cuánto, salías sigilosamente (ya sin zapatos en la mano) y yo “casualmente” pasaba por ahí, pero fingía no verte. De reojo atrapé tu mirada sorprendida y asustada; yo fingí indiferencia. Me saludabas o me decías algo, pero la pregunta de fondo era “¿me viste salir de ese cuarto?”. Yo no te contesté.

Ayer estábamos en un lugar lleno de gente, no sé qué era. Estábamos haciendo fila en un buffet en el que ya casi no quedaba comida, sino más bien platos con desperdicios caóticos. Tú insistías en que querías besarme, yo me derretía por dentro pero por fuera todo era un “no”. Te burlabas de mí porque las ganas se me desbordaban por los ojos aunque todo el tiempo me negaba. Eventualmente nos sentamos a una mesa, pero tú me tomaste por la cintura y me alzaste en brazos, me llevaste hasta la sala de la casa de mi amiga (llegamos ahí en tres segundos) y me acostaste sobre la cama (ya no era una sala, sino una habitación recién remodelada). Entonces me besaste. Mi cuerpo era de atole calientito, y tu beso me supo a vértigo. Sentía que todo daba vueltas mientras me besabas el estómago, alrededor del ombligo. Yo seguía diciendo que no con los ojos entrecerrados, tú seguías con la amenaza de más besos. Entonces algo nos detuvo. Y desperté.

el ojo de la hormiga que se cerró de sueño

Ayer eras tú otra vez, pero bajo otra forma. Eras casi un niño, o al menos eso es lo que decía tu cuerpo. Pero tu mirada no, tu mirada decía completamente otra cosa. Recuerdo despertar a la sensacion de un beso tuyo, tu cuerpo sobre el mío. Despertar sin abrir los ojos, despertar abriendo los labios que son como ojos pero beben. Tu lengua delgada me acariciaba el filo de los dientes en un beso fresco, un beso de fruta jugosa, un beso con sabor a flores de colores brillantes. La oscuridad era todo lo que veía. Tu cuerpo pesando sobre el mío, tus manos en algun punto sobre la almohada, tus manos de niño -luego lo supe, cuando abrí los ojos. Tu rostro se alejó un poco del mío y entonces pude ver esos ojos que delataban tus sentimientos ocultos, tu ansiedad, una edad que definitivamente no tenías. Me miraste con una de esas miradas que provocan vértigo: era como una pintura, tu rostro era un cuadro en que la perversión se retrataba con cara de niño, de efebo perfecto, de cabellos dorados que brillan sin sol, dieciseis años a lo más. Quise tocarte pero detuviste mis manos contra la cama y acercaste de nuevo el laberinto de tu boca. Yo no opuse resistencia a recorrerlo, y tampoco me importaba no encontrar la salida. El beso fue aún más dulce. Abrí los ojos al momento en que separaste tus labios de los míos, y miré otra vez tus ojos llameantes. Vi que tus labios estaban mojados de sangre que, no sé de qué manera, supe que no era mía. De pronto vi como a tu espalda llegaban decenas de pequeños insectos, y al mirarlos con más detenimiento, vi que eran catarinas rojas. Suavemente, las sacudí de tu espalda, acariciando los finísimos vellos dorados.

Y ahí terminó mi sueño. Me desperté con una sensación muy extraña, como de nostalgia, como de vacío. Como si me hiciera falta un beso.

bostezos/suspiros

Es otra vez el sueño. Me pesa principalmente en la cabeza, en la frente especialmente. Camino cuidando que la cabeza no se desprenda de mi cuello, entrecerrando los ojos, maldiciendo los lentes de contacto. En mi oficina hay aire acondicionado, muy frío, y yo me pongo un suéter muy lindo que todavía huele a Praga. Y eso me provoca más sueño: sentir la suavidad de la cara interior de la tela, acariciándome, apapachándome, y allá afuera hay un sol de esos de Monterrey, infatigable, eterno. Pero dentro es frío, y la silla es cómoda, y el suéter que me recuerda a ese chico (“o” por masculino, adjetivo por edad) que conocí en el Karlovy Lázne, y tenía usaba un suéter suavecito y con olor a jabón, en el que yo recargaba mi barbilla mientras bailábamos algo a destiempo y él me abrazaba como si yo fuera La.

Cerré los ojos durante algunos segundos, y ese tiempo fue suficiente para tener un sueño: alguien quería matarme pero a fin de cuentas yo lograba matarlo primero. Matarla, porque era una mujer.  Ahora escribo y no sé qué estoy diciendo, porque el sueño me come: olvido qué se siente tener extremidades (excepto los dedos, porque escribo) y soy algo que se está desvaneciendo a bostezos pero que sin embargo rechaza la horizontalidad del descanso. Ya podré dormir cuando me muera. Mientras tanto, trato de atraparte en este espacio, este hueco entre el estar dormida y estar despierta. Y tarareo una canción de La Barranca. No sé si eres un sueño tú, o sueño es lo que vivo todo el tiempo…

Y como decía en las cartas que escribía en la secundaria: CDT

Millones de gracias por sus felicitaciones (o como dicen los españoles: gracias totales). Han sido días preciosos de desveladas inimaginables. Me hace muy feliz saber que tengo amigos tan maravillosos.

leer en sueños

No sé quién me dijo que no se podía leer en sueños. Que recuerdas quizá el contenido del texto, pero uno es incapaz de descifrar, propiamente, las combinaciones de letras. Pero juro que ayer leí en sueños, una historia que además, estaba contada en post de fotologs y correos electrónicos.
Creo que paso demasiado tiempo en internet.

otro sueño

Eran calles como de ciudad extranjera, calles de aire, de cemento gris construyendo la noche. Recuerdo que estaban húmedas y vacías, y en la humedad de la superficie se reflejaba la temblorosa luz de los faroles. Yo caminaba por una calle ancha y sin coches, pisando las líneas que dividían los carriles. Llevaba puesto un abrigo largo y negro (con el que siempre viajo) y con las manos en los bolsillos avanzaba en la madrugada oscura, sobre la ciudad desierta. Luego de caminar un rato por esa calle, con ese malestar que provoca el estar despierto mucho tiempo, encontre en la acera derecha, a lo lejos, un lugar colorido. Tan colorido, que contrastaba notablemente con el panorama gris y frío del cemento. Este lugar (un bar, un café, un centro de reunión) estaba lleno de gente, pero sólo en el interior del recinto. Afuera era como otro mundo. La gente del lugar estaba sentada en mesas, bebiendo lo que parecía ser jugos de frutas, o algo muy colorido y seguramente dulce. A pesar de que estaban distribuídos en diferentes mesas, todos parecían conocerse, por lo que pensé que quizá se trataba de compañeros de una misma escuela, o algo así. Yo me detuve, extrañada, a mirar ese lugar. Pegué mis manos en el vidrio y me asomé hacia adentro. Pude ver una barra, mesas, mucha luz y risas… no sentí nostalgia, ni siquiera ganas de entrar ahí, sólo extrañeza. ¿Por qué un lugar así, estaría en un sitio como este? Seguí mi camino, muy despacio, rodeando el lugar.
Cuando me encontré frente a la puerta principal, a la que se llegaba por unas escaleras, vi que salía apresuradamente un joven muy apuesto, el que yo había visto detrás de la barra sirviendo las bebidas. Este hombre, al mirarme, se detuvo en seco a mitad de las escaleras, como si hubiera salido a alcanzarme y yo lo hubiera sorprendido apareciendo justo frente a él. Nos miramos por cinco segundos, tiempo suficiente para enamorarnos perdidamente, y la sonrisa que apareció en nuestros rostros fue la más sincera respuesta.
Me puse muy nerviosa por aquel brevísimo encuentro, así que seguí caminando, a falta de una mejor idea. El corazón me latía muy rápido. Sentí pasos detrás de mí. El chico me había tomado por el hombro, e hizo que lo mirara. Me tomó la mano, y siguió caminando a mi lado. Yo me reí tontamente. Entonces vi sus manos perfectas y hermosas, que cortaban la oscuridad de la calle y la noche y el frío y la soledad. Sus manos que tomaban las mías mientras me miraba a los ojos con sus ojos enamorados, y nos decíamos las palabras más tibias y dulces que podíamos encontrar dentro de nuestras bocas. Yo trataba de explicarle todos mis defectos, para asegurarme de que me aceptaba a pesar de ellos, pero él me detuvo y dijo que habría tiempo, siempre hay mucho tiempo para todo. 

Llegó el amanecer.
Con sus primeras luces se llevó toda la noche y sus misterios, y el lugar que antes había estado lleno de vida y color, ahora lucía vacío y sin luz. Yo seguía compartiendo ansiedades con el chico que había resultado ser el amor de mi vida, hasta que tuve que irme. Un autobús solitario pasó por la calle, y yo lo abordé, no sin antes despedirnos con muchos besos y deseos de encontrarnos pronto. Pero mientras el autobús avanzaba lentamente y yo miraba por la ventana, vi a mi chico irse caminando con otra. No la tomaba del brazo o de la mano, pero reían juntos mientras caminaban en la misma dirección en que iba mi autobús, así que pude seguirles la pista un tiempo. Yo no entendía nada. Eventualmente ellos dos se separaron y siguieron caminos opuestos. Pero en mí quedó una sensación de fracaso y vacío.

Insisto, todas mis historias terminan así.

más de sueños

Dicen que el mejor remedio para el insomnio es dejarse llevar por él. Siempre pienso en eso cuando tengo insomnio, abro bien los ojos y viendo al techo enfrento mi incapacidad para conciliar el sueño. Casi siempre es ansiedad. Pero luego de dos o tres vueltas y sacar los pies de abajo de la sábana, cierro los ojos y empiezo a contarme historias en donde, casi siempre, apareces tú. Qué predecible. Pero luego estas historias empiezan a tomar formas estéticas, agradables, y te conviertes en un personaje realmente fascinante. 

Lo malo es que justo cuando me doy cuenta de que debería de estar escribiendo, entro en una etapa previa a conciliar el sueño, en donde encender la luz, tomar una libreta y una pluma, y ponerme a escribir, no es lo más llamativo. O duermo, o escribo… mejor escribo. Me incorporo, enciendo la lámpara, tomo la libreta y la pluma. Y justo cuando apoyo la punta sobre el papel, tu imagen empieza a desvanecerse con el sueño.

Trato de evocarte a mi lado, en esa imagen que es mi favorita: tú estás dormido, y la luz de la calle se resbala en la línea de tu cuello que se pierde debajo del primer botón de tu camisa (debo confesar que es reiterativa esa imagen). Tus labios relajados, tus párpados quietos. Empiezo a dibujarte con mi pluma, de la única manera que sé dibujar: con palabras. Y tus rasgos empiezan a tomar forma, tu pecho empieza a subir y bajar, y tus cabellos se deslizan por la almohada cada que giras la cabeza.

Ahora el insomnio se convirtió en una necesidad de no dormir, en una vigilia voluntaria; mi pluma no puede parar de dibujarte, de describirte, de recorrerte mientras navegas en el sueño. Escribo y las hojas se me escurren apenas se llenan de palabras. Trato de no hacer mucho ruido mientras te voy dando vida, no quiero despertarte ahora que estás a mi lado. Pero en un cambio de página descuidado, te rocé la frente y abriste los ojos. Estabas ahí. Yo te miré con sorpresa y ambas manos ocupadas: en una la libreta, en otra la pluma.

Te incorporaste tallándote los ojos. Yo no cabía de asombro. Me sonreíste y, despacio, me quitaste las cosas de las manos. Llevaste mi cabeza hasta tu pecho, y acaricándome el cabello, dijiste que durmiera. Me acurruqué entre tus brazos y dejé que mi mente cayera hasta el fondo, muy hasta el fondo del ensueño. El ritmo de tu pecho que subía y bajaba me arrulló.

Cuando desperté por la mañana, todas las hojas que había escrito la noche anterior estaban en blanco. Y de ti, ni siquiera la marca en la sábana. Por eso, ahora todas las noches me mantengo despierta a voluntad. Me la paso escribiendo, tratando de buscar la combinación de palabras precisa que te dio vida en mi cuarto esa primera noche.