Let’s dance

Siempre me ha gustado bailar. Desde que lo recuerdo, al menos, me ha encantado participar en bailables de la escuela, destrozar mis pies bailando en diversas fiestas y antros. Tarde descubrí que las clases de baile también son super divertidas y más aún cuando hay festivales, porque entonces la diversión incluye otro de mis gustos: los escenarios.
Desde que descubrí las danzas árabes y su música no me he despegado de ellas; aunque me encuentre en la categoría de “principiante perpetua” por no poder continuar mis estudios de manera formal, siempre que puedo voy a seminarios, festivales y presentaciones. Así he tenido la oportunidad de tomar clases de danzas árabe, tribal y tribal fusión con gente como Amir Thaleb, Yousef Constantino, Jill Parker, Ariellah, Kajira Djoumahna, Shahdana, Virginia, Sera Solstice, Dariya Mitskevitch y otros muchos talentos nacionales e internacionales (y un taller de derbake con Tobias Roberson, de hecho ahí tengo un par de cameos en el video, jiji).
Después, hace más o menos 4 años, empecé con las clases de tango argentino -maravilloso tango. Fue muy difícil, porque estaba acostumbrada a bailar en solitario, a mi tiempo, con mis decisiones. Y el tango es trabajo en equipo, es choque de fuerzas cuya unión debe resultar armónica y estética. Lamentablemente, por tanto trabajo no puedo asistir ahora a clase, pero siempre que puedo voy a las milongas y de hecho organizo una aquí en Monterrey, cada tres meses (aprox).
En diciembre empecé a ir a clases de flamenco y las estoy disfrutando muchísimo. No soy ninguna experta y sé muy poco, la verdad, pero me encanta. Me gusta escucharlo, reconozco algunos nombres de grandes cantaores y ritmos gracias a lo que Lix y otras personas me enseñan (intencionalmente y sin querer) y también a que para Romanistán he tenido que investigar dos que tres cosas.

Cada estilo de baile es muy distinto (aunque hay fusiones de bellydance con flamenco y con tango, y quizá el bellydance y el flamenco estén más cerca por ser danzas gitanas) pero hay un elemento muy importante que para mí tienen en común: la pasión. Sé que no hay baile sin pasión (y en general, nada que valga la pena carece de ella) pero hay una posibilidad de expresar el ser de una manera menos contenida y más visceral en estos tres bailes que en otros. También están cargados de elegancia y erotismo, de clase y de historia, pero al mismo tiempo son ritmos del pueblo y se bailan sin pudor en la calle, al calor de las palmas, el tintineo de monedas y de instrumentos desgarrados.

He intentado bailar otros ritmos (como la salsa o el hip hop) y descubrí que no se trata de ganas de bailar así nada más, sino que para disfrutar bailarlos, tienen que ser ritmos que te muevan (en más de un sentido), que te apasionen, cuya música te atrape. Descubrí que no podría bailar (así en serio, más allá de una fiesta) al ritmo de una música que no me conmueva hasta las lágrimas, que no me dé vértigo. Y eso es exactamente lo que me sucede con estos tres géneros: tanto me gustan que no podría irme de esta vida sin saber responder con el cuerpo a sus peticiones.

Abrazos y más abrazos

En las primeras milongas a las que fui, no bailaba mucho. Me daba vergüenza mi falta de relajamiento (y de talento) al momento de bailar: eso me ponía más tensa y más nerviosa, y era un asunto de no acabar. Normalmente sólo bailaba con el maestro (cuando se apiadaba de mí y me sacaba a la pista) y luego poco a poco con mis compañeros de clase. Pero cuando se me acercaba alguien a quien no conocía y me jalaba a la pista me entraba automáticamente el nervio y se me bloqueaban las piernas.
Quisiera decir que ahora es completamente distinto… no lo es, al menos no en su totalidad. Pero sí puedo decir que me encuentro en otra etapa.
Ya se lo he contado a mucha gente, pero en enero tuve una especie de revelación. Bailé con una persona con la que nunca había bailado antes y, mientras bailábamos, me dijo algunas cosas que me hicieron cambiar totalmente de actitud en las milongas. No sé cómo le hizo, es más, ni siquiera recuerdo sus palabras textuales. Pero de alguna manera logró que desconectara mi cerebro de mis piernas y todo fue mucho más fluído y feliz. También es que logró entenderme: no sólo le pedía a mi cuerpo que se moviera de tal o cual forma, sino que estaba al pendiente de los movimientos que pidiera mi cuerpo. Suena muy erótico pero tiene sentido, estamos hablando de tango.
Después de eso todo fue diferente. Más bien era yo la diferente. Antes me generaba angustia en lugar de agrado la idea de ir a una milonga. Ahora trato de no perderme casi ninguna y no me da miedo hacer el ridículo, más bien trato de relajarme lo más que puedo y ser muy receptiva al diálogo con mi pareja de baile. No siempre triunfo, ni soy la mejor bailarina, pero el nivel de disfrute de la actividad es mucho muy superior al de antes. Ya no me la paso sentada la mayor parte de la noche, ahora regreso a casa con los pies hinchados y algunos pisotones. Incluso mis zapatos lucen más desgaste. Y es que la verdad, el tango me ha hecho muy feliz ahora que nos entendemos mejor.

En tus brazos

Yo me cegué en tus ojazos y fui a caer en tus brazos. Y entre tus brazos yo fui feliz, porque te amé con delirio. Yo fui a caer en tus brazos y así llegué hasta el martirio. Te juro que enloquecí, cuando por dentro me vi, y comprendí lo que hacía. Quiero mirar hacia Dios, aunque me muerda el dolor, aunque me cueste morir.

En tus Brazos from Eleonora AG on Vimeo.