Hoy me desperté con un diente sensible. No sé si fue el ruido de la película Transformers (que fui a ver ayer, y me dejó una jaqueca inolvidable, aunque sí me gustó la película) pero el punto es que ese diente, ese maldito diente que me tiene tomando un medicamento que no me deja dormir ni digerir agusto, estaba sensible. Al alzar perezosamente la lengua hacia la cavidad posterior izquierda, y rozar los bordes de esa mutilada y recientemente asesinada muela, me di cuenta de que ni todos los cienmil antiinflamatorios que me he tomado ha curado del todo esa molestia, extraña por cierto, hasta para el experto en muelas.
El punto es que hoy era la muela. Luego era el estúpido curso de trabajo en equipo, al que asistimos obligados, ojeras colgadas, mi rostro sin maquillaje y cabello amarrado en un chongo simple. Tarde quince minutos. Actividades tontas, sin sentido, donde todos los integrantes del equipo fingimos trabajar en equipo para que la instructora nos deje en paz. En la mañana me preocupaba la muela, luego cómo librarme del curso mientras sentía mi cuerpo fundirse con la silla. Cosas tontas, cotidianas, intrascendentes.
Mientras, una amiga estaba pariendo una niña. Dos meses antes de tiempo. Ya el resto fueron imágenes de sangre, sensaciones de culpabilidad, preocupación, rostros tensos entre la gente conocida. Un cuerpecito colocado entre tubos, supongo, porque esas cosas yo jamás las he visto.
Nunca he tenido un hijo, pero sí tengo conciencia de mi cuerpo, de algunas partes de mi cuerpo, a veces por indefensas al dolor, al uso, al desgaste, etcétera. Pero la idea de un cuerpo adentro de mi cuerpo es una imagen muy fuerte, que para mí tiene una carga de mucha fragilidad. No pienso entrar en reflexiones al respecto, ya muchos se ha comentado y reflexionado sobre la vida, la fragilidad del hombre, los milagros, etcétera.
Uno piensa que lo peor que te puede pasar en el día, es que te duela una muela. Y para la mitad, resulta que una vida está en riesgo y tu mejor amiga te mandó a la verga.