El mar, el mar…

Mar Egeo

Yo le tengo miedo al mar. Me fascina, pero me da pavor. Nunca me había gustado ir a la playa, hasta que conocí Playa del Carmen (así de chiflada soy), donde el agua es transparente y no me da pavor imaginarme cosas pasando a mi lado. En general, temo al agua turbia, al agua oscura, al mar abierto. No me da miedo pasar por encima, me da miedo el sólo hecho de imaginarme nadando adentro. Imágenes como la de un lago lleno de lirios bien podrían ser de pesadilla para mí. No me hablen de bucear, “esnorkelear”, nadar con delfines, con peces, con tiburones. No me hablen de cenotes, de mantos subterráneos, de cuevas; pero tan sencillo como no me hablen de nadar en el mar.
Por principio de cuentas, yo no sé nadar. O sea, puedo mantenerme a flote, pero nadar como el hecho de bracear y mover el cuerpo de determinada manera para avanzar cierta distancia y luego regresar, simplemente no puedo. Recuerden: yo nací en el norte del país, aquí no hay mar, no hay mariscos, no hay cultura de aprender a nadar o comerte un pescado entero porque es cosa de todos los días.
Hace un par de meses tuve la oportunidad de conocer otros lugares de Turquía que no había visitado antes. Viajé con mi amiga Gamze y tomamos un tour por las islas de Bozcaada, ubicadas en el mar Egeo. Yo sabía que en algún punto del viaje había mar incluído, pero las fotos me mostraron playas vírgenes de arenas blancas y aguas cristalinas. Accedí.
Bozcaada

Lo normal es tomar un barquito bien buena ondi, donde hay comida, bebida y una especie de segundo piso para salir a tomar el sol. La cosa es familiar, pero igual las bocinas resuenan con lo más selecto del pop turco o el arabesque, dependiendo del mood. La gente se saluda de un barquito a otro (regularmente nos topamos con uno o dos durante el camino) y como era temporada de cerezas, las hubo al por mayor durante todo el trayecto.
Relativamente cerca de la orilla (o sea, se alcanza a ver) el barco se detiene. La gente corre a ponerse sus trajes de baño y… brincan al mar. Dije “relativamente” cerca de la orilla, pero para mi aquella distancia era enorme… no sé, dos cuadras, tres cuadras. Yo me puse mi traje de baño porque pensé “nos acercaremos a la orilla y ya, ahi nadamos”. Pues nada. La gente se fue a la parte posterior del barquito, y a nadar se ha dicho. El agua era… AZUL OSCURO. Y profundisisisisisisísima. Fikri (nuestro guía) dijo que iba a investigar qué tan profundo estaba, y se zambulló. Tres horas Algunos segundos después salió y dijo que no había tocado el fondo. ¿Y querían que yo saltara a eso? ¿Cómo les explico el pánico, el TERROR que me provocaba la sola idea? Gamze y Fikri me decían, jump, jump, jump. Yo pensaba no: eso no está a discusión. Pero al mismo tiempo meditaba sobre si sería una buena oportunidad de vencer mi miedo.
Entonces dejé de pensar y salté.
El Egeo me tragó mitológicamente hasta el fondísimo de sus entrañas, donde quién sabe qué pueda uno encontrar. Por algunos segundos estuve en una oscuridad helada, total, que me presionaba desde todos los puntos posibles y me llenaba el cerebro de imágenes donde el agua era mi principal horror. Agité los brazos para regresar a la superficie lo más pronto posible. Cuando saqué la cabeza del agua y me limpié la sal de los ojos, todo lo que vi fue MAR. Esto es, azul intenso, una isla a lo lejos: eso es todo y nada más.
Yo sentía que el mismísimo kraken me iba a agarrar de las patas para ahogarme. Que todas las colonias de peces que alguna vez vi en el Discovery Channel iban a venir a rozarme las piernas. Que alguna serpiente marina/anguila/tiburón/aguamala me iba a quemar/morder/rozar los pies. Está de más decir que sentí claramente cómo me bajó la presión y en medio de todo ese calor y ese jaleo, yo estaba temblando pero de miedo adentro del agua. Empecé a tener dificultad para respirar, cuando Gamze me dijo “vamos a nadar”. ¿Nadar? ¿Qué acaso este acto de supervivencia en el que me mantengo a flote a pesar de todo… no es nadar? Me despegué como pude del bote, me alejé como 4 metros… y hasta ahí llegué. Regresé lo más rápido y me agarré de la baranda. Me quedé flotando ahí, como tonta, cuando el graciosísimo Fikri llegó por debajo del agua y me jaló de los pies.
Afortunadamente no hice ningún ridículo, estuve lo más que pude dentro del agua, y finalmente decidí terminar con el tormento y renunciar a los innecesarios actos de valentía psicológica y física. Al tocar el piso firme, sentí las piernas de atole y mi respiración se normalizó pasados algunos minutos. Me tomé una cerveza, claro está, y traté luego de seguir mi vida con normalidad.
Es una de las experiencias más fuertes que he tenido; no sé si sentirme orgullosa u horrorizada de mi supuesta valentía, pero aparte de eso, no creo que haya disminuído mi miedo a encontrarme en ese tipo de situaciones. A veces basta con estar nadando bajo el agua de la alberca y cerrar los ojos, y con eso tengo para sentir que me invaden todos los pánicos del mundo. Obviamente me gusta el agua, mantenerme en la orilla del mar es lo que más me gusta. Y afortunadamente en el viaje hubo más agua pero ya en la decencia de una playa heladísima, como dicen que es todo el Egeo.
Bozcaada

Sí, pueden estar seguros de que el agua era muy muy muy transparente. Si no, no hubiera entrado. Esta agua sí me gusta, matarilerileró.
Bozcaada

No sé cuándo vuelva a tener otra oportunidad de tener contacto con agua “en estado salvaje” y tampoco sé cuál será el resultado… pero por lo pronto, prefiero la seguridad de las albercas y las playas, sobre todo si éstas incluyen cervezas y cocteles coloridos. He dicho.

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