algo falta.

La invitación quedó sobre la mesa. Al centro de la parte frontal del sobre, hay una etiqueta en la que puede leerse tu nombre. Perdona que ahora te hable de tú, es que has entrado a una categoría que no entiendo muy bien y sólo así puedo darme un poco de confianza. Leo tu nombre una y otra vez, como si mágicamente pudiera lograr sentirte de nuevo en el aire, con tu recargado perfume que se pegaba a la piel después de abrazarte y no se iba en el resto del día. Se me llena la mente de recuerdos, de frases que me dijiste (muchas de ellas sacadas de tu gran acervo literario) y me marcaron para siempre. Incluso cuando yo era estudiante de la licenciatura: afuera de ese salón en aulas 3, antes o después de clase, me dijiste tantas cosas que me ayudaron a confiar en mí, en lo que hacía, en quien era. Puedo decir que siento un secreto orgullo por las opiniones que tenías sobre mí, sobre mi cabello, sobre mis actitudes. Fuiste mi cómplice, siempre lo fuiste, no importaba si entre una plática y otra pasaban dos días o un año.
El último semestre de mi licenciatura fue particularmente difícil, y aunque no lo pedí, tú estuviste ahí. Te preocupaste por cómo me sentía, hablaste conmigo. Yo sufría un amor (no un desamor) y eso me afectaba por todos lados. Fue cuando dijiste esa memorable frase, apuntándome con tu dedo delgado: Esta señorita va a llegar muy lejos, si no se enamora.
Con esa invitación quería demostrarte lo contrario. Te escribí una larga carta que dejé con tus familiares, cuando fui a visitarte al hospital. Visitarte es un decir, no pude verte pero pude ver a la gente que te ama, percibir su angustia, compartir en un abrazo su preocupación y tristeza. Destruí el borrador, así que no puedo recordar precisamente qué te dije, pero sé que te dije que te quiero. Nunca te lo había dicho. Te quiero, perro, como te decían todos e incluso tú mismo. El perro. El maestro perro. El maestro Perro.
Hay tantas palabras pendientes en todos esos cafés que nunca nos tomamos. Me siento estúpida llorando frente a un monitor pensando en eso, en todo lo no dicho, sorprendida por la muerte. Una muda. Una mierda. El nudo en la garganta que se me hace, el nudo en la garganta que tenías con todos esos tubos. Yo pensando que pronto te iban a sacar de entre esa maraña y podrías eventualmente decirme de nuevo niña hermosa. Yo pensando que te vería ahí, en mi boda, dándote la contra y diciéndote que podía llegar lejos aún enamorada. Yo pensando que llegaría el momento en que pudiéramos, ahora sí, hablar de mi proyecto, que me dieras ideas. Oh, esas ideas que ya nunca vendrán de ti ni de nadie.
Un día me dijiste que me ibas a regalar un dije de ámbar. Nunca fui por él. Y me arrepiento tanto, al menos así hubiera tenido algo tuyo, pero ni una puta foto, nada. Eres un recuerdo que me abarca y me duele toda. Te fuiste hace apenas un par de horas y quizá muchos todavía no lo sepan, pero desde ese momento algo le falta a este mundo insoportable: tú, tu sarcarmo, tu sabiduría, tu humor, tu talento para enseñar a amar a la literatura. Nunca nadie como tú. Nunca nadie. Todos te vamos a extrañar como desesperados.
Chingado, Ramón, por qué te fuiste.

One Reply to “algo falta.”

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *