La música

Llevo dos días escuchando Eclipse de memoria, el nuevo disco de una de mis bandas favoritas, La Barranca. Estoy emocionada, pensando qué decirles que no suene a super fan ñoña (que lo soy) pero que tampoco resulte insuficiente para describir la maravilla que es este disco. De momento les comparto un textito que me encontré en la sección Postales que escribe José Manuel Aguilera en la página oficial del grupo. Esto lo extraje del post “El baúl de los intentos“.

¿Qué es lo que nos atrae de la música? ¿qué sustancia es la qué buscamos en su sustancia? La música puede ser una manera de olvidarnos de la vida, o más concretamente, del tener que vivir, como diría Pessoa. En ese sentido no es diferente del sueño, del amor, de las drogas. Excepto que por disfrutar la música no pagamos un precio, y si tal ves lo hacemos en los otros casos. Es cierto, tal vez paguemos algo por poseer el medio en el que está guardada. O por acceder al sitio en el que se presenta. Pero ese precio no compra a la música en sí. Hay algo hermoso en ese sentido: la naturaleza inasible de la música hace que, en un mundo en el que todo se compra y se posee, no pueda ser comprada ni poseída. Tal vez sea eso lo que buscamos en ella, una manera de trastocar o revertir la dirección de la realidad.
Desde ese punto de vista, el escuchar música es en sí casi un acto de subversión. Subversión en el sentido que Octavio Paz le confería al amor: amar es combatir, decía. Escuchar música es una forma de desencajarse del engrane de la vida actual: un acto que, por si mismo, no produce ninguna transacción material ni contribuye al Producto Interno Bruto. Visto así, es un acto de rebeldía.
Por supuesto, hay una industria -¿o había?- que intenta sacar partido de ese gusto por escuchar la música. Toda esa enorme maquinaria de los discos, las tiendas, las descargas, los lanzamientos de las semana, el Top Ten o Las 40 Principales, los videos, el glamour, los managers, las estrellas, los descuentos, las promociones y demás ilusiones, convierte nuestro deseo por la música en una transacción económica, que gira en torno al dinero, que lo genera, que depende de él. Pero, curiosamente, esto en sí nada tiene que ver con la música. Y así como vastas fortunas e imperios se han armado en torno a la música, bien pueden desaparecer (quizá están desapareciendo ya) más no por ello dejará de existir la música. Una sustancia que, a fin de cuentas, no puede ser comprada ni poseída.
El placer que nos produce el disfrute de la música se encuentra libre de culpas también.

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