Tree of Codes

Tree of CodesTree of Codes by Jonathan Safran Foer
My rating: 4 of 5 stars

El primer aspecto que me llamó la atención de este libro fue, obviamente, el darme cuenta de que todas las páginas estaban cortadas. Es decir, había huecos en los que anteriormente había palabras y sólo algunas de ellas podían leerse todavia. En un principio no creí que un ejercicio así pudiera dar como resultado una historia coherente, pero afortunadamente me equivoqué.
Tree of codesEl título Tree of Codes es una adaptación del título de otra novela, The Street of Crocodiles, ejercicio que es a su vez un ejemplo de lo que el autor hace con esta historia. The Street of Crocodiles es una novela del escritor polaco-judío Bruno Schulz de quien, debido a su trágica historia de vida durante la segunda guerra mundial en Polonia, sólo se conservan dos obras. Jonathan Safran Foer realiza un homenaje/reescritura sobre esta novela de Schulz, cortando palabras o fragmentos de ella para encontrar su propia voz narrativa y reescribir la historia.
El ejercicio de exhumación es visible en la materialidad de la obra, aspecto esencial para su entendimiento. Las hojas se encuentran recortadas, dejando al descubierto sólo las palabras que son relevantes para el autor. No lo hace de una manera tan vistosa como Tom Philips en A humument, obra que pudiera comparársele, pero no es necesario, pues el involucramiento del lector con la página llena de recortes conlleva un goce estético más allá de la palabra escrita.
Creo que el resultado final es un libro donde puede percibirse la voz del autor, una historia nueva y una materialidad que da significado.

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Manual de mecanografía al tacto

máquina
Cuando estaba en tercero de secundaria, había una materia que se llamaba (o le decíamos) “Tecnológicas”. En ella aprendíamos taquigrafía y mecanografía, tanto hombres como mujeres. Teníamos exámenes y hacíamos tareas. De taquigrafía no me acuerdo mucho, solo que el palito largo era la m (algo así: ___ ) y la bolita era la a, si era más pequeña era la e, y si tenía un punto era la i. Si hago un esfuerzo me acuerdo de un poco más, pero la verdad es un aprendizaje que nunca utilicé para nada.
Luego teníamos la clase de mecanografía. Nuesto libro de texto se llamaba “Manual de mecanografía al tacto” y nos ponía a hacer ejercicios del tipo qwert con izquierda y yuiop con derecha, o sea, asignar dedos a las teclas o teclas a los dedos para memorizar el teclado y así poder escribir rapidísimo. Planas y planas y planas. Luego mi papá me compró una máquina de escribir bien chida, con letra cursiva, que terminó perdida y ahora me lamento por ello (muchísimo). Confieso que ya al final del año, algunos ejercicios los hice en Word (apenas empezaba a hacer mis pininos en la computadora recién adquirida) y los imprimía tramposamente después de haber aplicado el copy-paste.
La sala de máquinas estaba en el tercer piso de la secu, al que casi nadie subía. Eran no sé cuántas mesas con su respectiva máquina: no todas funcionaban, no todas tenían cinta. Había que llevar la cinta y el korex (las hojitas esas blancas para corregir) porque si usabas el Liquid Paper se tardaba horrores en secar y luego era un batidero si tecleabas antes de que secara. Las teclas eran durisisisisísimas, antes de afinar la puntería se me iban los dedos entre ellas y las micas de plástico me raspaban los costados o se me rompían las uñas, que solía usar largas.
Recuerdo que era una clase divertida, el tacatacataca de las máquinas era constante y un poco ensordecedor. A veces tecleábamos cualquier cosa, o las letras de las canciones que nos gustaban, nomás, para conservarlas. Me gustaba el ruido de mis uñas contra las teclas, pero además había que apachurrar fuerte las letras si no no se pintaban en el papel. A veces tecleaba tan rápido que dos letras se “enredaban” frente a la hoja y había que destrabarlas, nunca se salía con las manos limpias de esa clase.
A causa de este aprendizaje siempre he golpeado durísimo el teclado, supongo que por este entrenamiento con máquinas de escribir viejas y duras. Cuando entré a la prepa y cambié a la computadora, la gente se admiraba de lo rápido que podía escribir sin mirar al teclado, usando los diez dedos de las manos (aunque ahora casi no uso el meñique izquierdo pero sí el derecho). También se admiraba del ruidazo que hacía, entre que seguía usando las uñas largas y me gustaba pegarle al teclado, aunque no hiciera falta, supongo que sí era mucho escándalo para algo tan equis como escribir en la compu. Mi papá también me decía que me iba “a echar” el teclado, lo que en nuestro slang significa que lo iba a descomponer o romper o algo así. Afortunadamente todos los teclados de mis computadoras (las que he usado a lo largo de mi vida) han resistido bien mis viejas costumbres.

Todavía me gusta pegarle al teclado, castigarlo. Extrañamente le quita un poco el aburrimiento a mi trabajo, como que me mantiene despierta y siento que mientras más fuerte le pego, más rápido escribo. Hoy me acordé de todo esto porque estoy transcribiendo citas de libros a Word, y es una maravilla poder escribirlas de jalón, rapidísimo y sin quitarle los ojos de encima al libro. Sé que ahorita ya no es un talento especial, que todo mundo escribe rápido, pero la verdad es que usar todos los dedos definitivamente da más velocidad y sobre todo más precisión a la hora de teclear (“tipear” como decía mi maestra de meca).

Pienso en esto y me parece tan curioso que en la secundaria me enseñaran estas cosas. Quién iba a imaginar que me resultaría tan útil.