Ayasofya

Y en honor al post anterior, una foto viejita de Ayasofya, tomada alrededor de 1850-1900, antes de las hordas de turistas y vendedores. N me pasó un link con unas fotos chidísimas de la vieja Constantinopla, que en serio tienen que ver.
Aquí les dejo una.

Hay lugares que nunca dejan de sorprenderme.
Bueno, ya entrados en gastos les dejo otra de las fotos, esta es del interior de Ayasofya.

Y finalmente, esta es una que tomé en el último viaje, en julio de este año. No se compara con las anteriores pero hacer contrastes temporales me divierte.

Trastecitos

Cuando estaba chiquita (dos post seguidos que empiezan con recuerdos de la infancia, qué miedo) tenía un puñado de trastecitos de plástico -sartenes, platitos, tacitas, etc.- con los que me gustaba jugar. Pero me gustaba jugar todavía más con dos jueguitos de té hechos de porcelana que mi mamá guardaba en la gaveta del comedor. Y como buena niña ñoña que era y que sigo siendo, nunca rompí ni un plato (insertar expresión angelical aquí) y si lo hice, no me acuerdo, jaja.
Mi fijación por los trastecitos sigue existiendo. En particular por las tazas, vasos y platos. De sartenes ni me hablen, aunque si son fiuchas como las primeras sartenes que me compré y todavía tengo, entonces a lo mejor me interese un poquito. De cubiertos tampoco me hablen, son aburridísimos. Aunque si son de bambú
Ok, ok. Trastecitos. Si aunamos una fijación a otra, los resultados pueden ser obsesionantes.
Conocí la marca Paşabahçe (Pashaba/j/che) en Turquía (¿dónde más?) porque está en todos lados. Paşabahçe es una marca de productos hechos de vidrio, en principio, pero luego se extiende a muchos productos más artesanales o de otros materiales, como sartenes para la cocina, etc.
Esta marca, que existe desde 1935, se estableció en Estambul en el barrio que lleva el mismo nombre y fue apadrinada por Atatürk y su deseo de desarrollar la tecnología y la producción del vidrio. Actualmente cuenta con un montón de tiendas para clientes de todos los niveles: desde el vasito de té más humilde hasta vasijas con réplicas bizantinas, caligrafía otomana, réplicas de objetos sirios y egipcios del siglo XII y XV realizadas en vidrio esmaltado, y la Osmanlı Collection Series, cuyos integrantes fueron realizados imitando el esplendor de la vida en el palacio del sultán. Pueden ver todas las colecciones especiales aquí, son verdaderamente hermosas.
En fin, obtuve mi primer jarra de esta marca en… un lugar cero glamoroso pero no menos maravilloso ubicado en McAllen TX: Ross (<3). Cuando la vi me quedé con cara de "oh jarrita Paşabahçe, qué haces tan lejos de Ala?" así que me la compré, o mejor dicho, me las compré porque eran dos diseños diferentes. Hace poco encontré otro diseño distinto en un Waldos (ajá, explíquenme?) y también me lo compré, je.


La que se llama Luna fue la que recientemente compramos.

En esta ocasión que fuimos a Estambul quisimos hacernos de un juego de té, así que en los alrededores del Mısır Çarşısı (o mercado de las especies) que es donde se vende el vasijerío pa’ la raza, compramos este:




El de arriba es el juego de té que usamos solamente para la visita, para el diario usamos otro que encontramos… ¡otra vez en Waldos! por la irrisoria cantidad de 70 pesos (o algo así). Lo chistoso es que lo venden como “tazas para capuchino” pero pues la neta es que no, no son para eso, porque además son muy pequeñitas… qué capuchino tan triste sería, jaja.


Están super prácticas, allá en Estambul nunca me tocó vasito de té con agarradera (ma che cosa) pero son super prácticos y somos felices desayunando con té negro :)
Nota: esos cubitos de azúcar también me los traje cargando de allá. Un kilo. Soy un poco loca y obsesionada, sí.

Y finalmente una joyita. Este fue el regalo que Gamze nos hizo al Piantao y a mi por nuestra boda: nada más y nada menos que un integrante de la colección Osmanlı, edición limitada. Dos hermosísimas tacitas para el café turco, que nos ha dado cosa estrenar pero que a lo mejor usaremos en nuestro primer aniversario (JAJA). El diseño de la taza corresponde a uno de los diseños que se utilizaban para los trajes del sultán.



La foto no le hace justicia, por supuesto. Queremos tanto a nuestras tacitas <3 Ya por último, estas tacitas no son marca Paşabahçe pero son las que usamos para el diario. Cómo no inspirarse cuando tu café turco se sirve en una tacita como esta.



O sea que se podría decir que sí, que todavía juego a los trastecitos. Sólo que ahora son un poquitín más sofisticados o, por lo menos, traídos de más lejos :)

Recuerdo de un trayecto

El último día de nuestro viaje de luna de miel amanecimos en Estambul. Nuestro vuelo salía a las 6 am (Lufthansa siempre me la aplica) por lo que teníamos que estar en el aeropuerto alrededor de las 4, ergo, había que salir muy temprano del hotel. Contratamos un transporte hotel-aeropuerto, una camioneta (la somnolencia no nos dejó verla a detalle, pero creemos que era una sprinter) que pasa por varios hoteles de la zona, recoge a las personas y las lleva al aeropuerto. Calculo que eran pasaditas las 3 am (bueno, es un decir que amanecimos allá) cuando la camioneta llegó por nosotros, y ya traía algo de pasaje. De ahí fuimos a otros dos hoteles, luego a cambiar de chofer y nos enfilamos al aeropuerto. El cielo estaba completamente negro, las luces del puente Gálata jugaban a lo lejos, y nuestro chofer fresco manejaba a velocidades indecibles mientras escuchaba esta canción (favor de poner play y dejarla mientras sigue leyendo el resto del post):

Todos los pasajeros íbamos aterrados sintiendo cómo la fuerza nos jalaba de nuestros asientos, rezando (o maldiciendo) en diferentes idiomas a la vez. Como nadie llevaba cinturón de seguridad, el movimiento de nuestros cuerpos era más violento, así que lo mismo saltábamos en los topes, nos ladeábamos en las curvas o nos embarrábamos en el asiento de enfrente al desacelerar de golpe.
Pero lo que nunca olvidaré son las curvas: casi casi sentías cómo la camioneta se despegaba del piso y se ladeaba peligrosamente, generando un cierto vertiguito que de pronto era peligrosamente agradable. Al ir sentados hasta atrás, y con la camioneta llena, no nos era posible ver la calle por lo que la angustia (y la sorpresa) eran mayores con cada movimiento. El punto es que el recorrido lo hicimos en tiempo record, supongo que por la falta de tráfico pero también por la velocidad (¡tuvo que ser!). Los otrora adormilados pasajeros, ahora llenos de adrenalina, bajamos de la camioneta y tomamos nuestras agitadas (y aplastadas) maletas, enfilándonos hacia adentro del aeropuerto. Había un hombre alemán en la misma fila de de Lufthansa donde nos paramos nosotros, que también había viajado en la camioneta del terror. Nos miró y preguntó si veníamos en ese ride, y dijimos que sí, a lo que contestó: “What a ride! That guy was just fucking insane!”. No pudimos sino asentir.

El viaje a ninguna parte

No les traje fotos del concierto de Beirut, ni de las comilonas, chocoaventuras, recurrentes visitas a cielito querido, el quick-tour al Soumaya, conatos de accidentes automovilísticos en el tráfico del DF, caminatas domingueras por reforma, el metro o la lagunilla, pero tendrán que creerme cuando les digo que todo el fin de semana estuvo genial.
Ahora, de vuelta a la realidad (TESIS TESIS TESIS, realidad que por si acaso se preguntan será la misma de aquí a verano de 2013) y con los gatitos. Bueno al menos otras personas sí se preocuparon por reunir un poco de evidencia.

Macarons (2)

A propósito del post de ayer, me acordé de esta foto (click para verla en grande): macarons en el McCafé de Viena. Sí, macarons en el mcdonalds (buenas con el glamour…)


¿Ven además ese delicioso postre con fresas que está abajo? Viena era así: postres deliciosos hasta en el lugar más charchino. Hermosas confiterías. Dulces por todos lados… *suspiro* en fin.

De algún viaje en 2005

Tomado de una libreta encontrada por ahí.
“Con los viajes no sé qué me pasa, que durante el trayecto no puedo evitar sentirme tristísima. Será la nostalgia de haber salido de casa, el beso de adiós, el pensar que durante días, algunos, muchos o pocos, estaré lejos de todo lo que conozco. En este momento me encuentro sentada en el área de comidas de un aeropuerto grandísimo. Veo a la gente, toda tan distinta, y me siento perdida en el fin del mundo. Tantos idiomas, tantas maneras de caminar y de vestir.
Cuando miro a la gente, pienso mucho en la fragilidad. En lo frágiles que somos, en la poquísima fuerza que se requiere para que nos rompan el corazón, para que nos atropelle un coche, para que nos hagan llorar. Somos como cascarones de huevo sin relleno, caminando por el aeropuerto, jalando una maleta llena de cosillas varias que por una u otra razón nos resultan necesarias.
Hace rato iba sentado a mi lado un anciano, quizá más viejo que mi abuelo. Su pasaporte decía Italia. Usaba un aparato auditivo en el oído izquierdo. Me enterneció mucho ver su itinerario de vuelo -bastante largo, por cierto- todo escrito con su letra temblorosa pero clara. El aire acondicionado del avión era excesivo, yo me moría de frío y pensaba en el señor de al lado, si acaso él también tendría frío, si no le agobiaba que la azafata no hablara su idioma y además no hiciera nada por darse a entender. En ese momento me dolió su soledad, su fragilidad, la lentitud de sus movimientos largamente meditados, su desesperación al intentar explicar a la mujer afroamericana que revisaba sus pertenencias en el puesto de seguridad que eso era un pote de crema de afeitar y no pensaba abandonarlo.
Luego lo perdí de vista. Me pregunto si estará bien, si no tendrá que esperar mucho a que salga su vuelo a Roma, si no se sentirá solo mientras espera en una silla a que llamen su vuelo.”