desierto

No hubo puerta que se cerrara, pero cuando te vi partir algo en mi pecho dio un azotón. Fue la tristeza que me invadió de golpe al saber que esta vez te ibas para siempre, que esta vez no habría cartas a mi favor. Cruzaste la puerta con decisión y yo sólo veía tu espalda alejándose, tu cabello flotando como serpientes negras al viento -Medusa que me tenía petrificado.

Te llevabas el color más allá del umbral que ahora nos dividía, te llevabas incluso el mío. Con cada paso que te alejaba de mi yo me volvía una fotocopia gris, una fotografía sin arte que mostraba sin pudor mi tristeza. Te llevabas el color de las cosas, y sólo valía la pena ver lo que acariciaban tus ojos: el árbol al fondo, la montaña que fue testigo. Más de una vez quise preguntarle hacia dónde fueron tus pasos, hacia dónde llevaste el color de las cosas, porque desde entonces no he podido recuperarlo.

Nunca lo supe, pero quiero imaginar que mientras te alejabas, caían lágrimas de tus mejillas que el desierto bebió con avidez. Quizá en esos lugares humedecidos creció uno que otro sueño, de esos que sin falta me asaltan cada noche mientras duermo.

Puerta de arena

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