it’s just a little pinprick

Mi ancestral miedo a las agujas ha determinado en gran medida mi relación con la medicina y los(as) médicos(as). Recuerdo que la última vez que me sacaron sangre para un análisis, antes de mi edad “adulta”, fue cuando tenía… no sé, seis años. Un grupo de enfermeras me sostuvieron a la camilla de un cuarto blanco en el hospital del niño de Saltillo, yo gritaba y pataleaba y berreaba y todo ese espectáculo que hacemos los niños cuando hay agujas de por medio. La última vez (en mi vida) que me inyectaron en el glúteo, fue cuando tenía 11 ó 12 años, y casi salgo corriendo de la casa/consultorio de la dra. Lupita allá por Mitras Centro.
De verdad, detesto las agujas.
Muchos años después, a mis 21, cuando estaba a punto de irme de intercambio a España (oh, Madrid, Madrid), resultó que me tenía que hacer un examen de sangre como uno de los requisitos para obtener el visado. Yo palidecí… ¿sangre? ¿agujas? ¿hospitales? ¿alcohol frío en la coyuntura de mi brazo evaporándose y anunciando al mismo tiempo el acercamiento de la laceradora aguja? Pos bueno, qué le hago, España es España y ninguna aguja en el mundo me la va a quitar. Así que fui valientemente, y bueno, tampoco dolió tanto, pero igual me juré a mi misma que esa sería la última vez.

Un par de años después de eso, quise ponerme un arete en el ombligo. Obviamente eso incluía una aguja, y mucho más gruesa. Pero en ese momento estaba harta, confundida, estresada, enfrentando un cambio y perdiendo la protección que te otorga la escuela mientras eres estudiante. En pocas palabras, acababa de graduarme y entrar a mi primer trabajo. Así que fui a un puestucho rascuache ahí en el mercado fundaposers, y zaz. El vato batalló un chorro, dijo -a manera de reproche, por supuesto- que estaba demasiado tensa y al intentar atravesar la aguja, ésta se regresaba. Eventualmente (y no con poco dolor) logró atravesar ese pedacito de carne y colocarme descuidadamente un arete, que hasta la fecha conservo y hasta me lo cambio de vez en cuando por algunos más lindos cuando me toca bailar. Me sentí orgullosa en el momento porque voluntariamente había accedido a la aguja; las endorfinas no se hicieron esperar y me sentí mucho más relajada. Me fumé un cigarro, agarré un camión a casa de la Nutria quien, después de mirarme con ojos reprobatorios, me curó la perforación con isodine.

Un año y medio después de ese arete, cuando perdí ese primer trabajo por razones que nunca podrán justificarse, decidí hacerme otra perforación. Para entonces yo era om yoga om, y las yoginis sabemos manejar perfecto nuestra respiración, y sabemos que el cuerpo se expande cuando estás concentrado y exhalas. Fuuuuuuuuuu. Inhalas en 6 tiempos y exhalas en 6, abres tus pulmones, tu cuerpo se abre, etc etc etc. Así que calmada y serenamente o muy en la onda Dalshim, fui a ese lugar de piercings en Morelos para perforarme la parte superior de la oreja. Cuando exhalé, la aguja atravesó mi oreja sin mayor problema, sin dolores, sin siquiera estremecerme un poquito. Rubí (la perforadora en cuestión) me dijo wow, ¿cómo le hiciste? las viejas son bien chillonas. Y yo le contesté: pequeña saltamontes, es el yoga. Bueno, hasta el mail me sacó y me dijo que quería entrar y nosequé. Yo salí feliz, con mi orejita portando orgullosa un nuevo arete. Eso fue hace… casi dos años.

La semana pasada, el doctor dijo que necesitaba un examen de sangre. Oh no, not again. Quesque si las bajas defensas, la anemia o ve tú a saber. El punto es que ahora no me quejé (bueno, quizá un poquito) pero el lunes pasado en la mañana yo estaba muy valiente con el brazo extendido sobre una almohadita, mirando hacia otro lado que no fuera la acción en sí. La cosa duró casi nada. Salí feliz (recordé aquellos tiempos de la infancia, ahora ya superados) y me sentí entrar en una nueva etapa de mi vida, sin miedo a las agujas. Portaría orgullosa ese moretón que me quedó en el lugar de donde extrajeron la sangre.

Al siguiente día, me sentía verdaderamente mal. Mal. Así, moribunda. Llegué a rastras con el doctor y le dije que por favor por favorrrr me diera algo en calidad de urgente. Me dijo pues deja veo que te inyecto. ¿Inyecto? No, si tanta *tanta* prisa no tengo. Pastillitas está bien.

Y esa es la larga historia de por qué toda la semana he cargado una bolsa de cartón con cinco cajas de medicina adentro. Una semana después, ya casi me las termino.

2 Replies to “it’s just a little pinprick”

  1. yo estoy igual de orgulloso de haber superado mi miedo al dentista… pero yo si tengo traumas, mi mamá hizo que me pusieran amalgamas en los dientes de leche… desde los 5 o 6 años cada par de meses me tenian que inyectar en la boca :(

    Ahora voy yo solito y ya ni me duele….

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