En el sueño eras así, tal cual como te conozco, como te vi, como te ves en las fotografías incluso con los trucos de luz y sombra que ah cómo favorecen a los fotografiados. Eras exactamente igual y el aire frío nos partía la piel, la tuya blanquísima como iluminado por dentro, las gabardinas largas de lana, las manos dentro de los bolsillos. Yo bajaba las escaleras de ese edificio que parecía un aula de escuela, tú subías las escaleras con la mano en la mano de otra mujer. Y cuando nuestros codos chocaban, sentía como el sonido de una campana agudísima me recorría la columna vertebral. Tu aroma se me trepaba a la nariz sin que yo quisiera -un aroma onírico, una sensación en el pecho más que un aroma, un brinquito a destiempo del corazón al saber que te tenía dentro. Me mirabas mientras yo fingía ver hacia el frente, y en la orilla de mi ojo se mecía tu sonrisa chueca, como si sonrieras sólo hacia mi lado y no hacia el lado de la mujer que te acompañaba.
Y todo el sueño era así. Yo me infartaba cada que te veía, cada que cambiábamos de salón o de piso, tú siempre con esa mujer pero con la mirada en mí, yo haciéndome la loca pero con el pecho florecido. Todos los demás eran sombras en un día gris: siluetas disueltas en las paredes, en el aire, volúmenes cuyo único objetivo era hacernos chocar en las escaleras y sentir por algunos segundos invaluables la proximidad de nuestros cuerpos, llenos de calambritos.
Esa sensación de toparme contigo era el sueño en sí. Podría haber seguido soñando eso por años, incluso cuando desperté a las siete de la mañana y pensé “todavía me queda tiempo de sueño, duérmete porque quiero seguir soñando con él”. Mi cuerpo obedeció como nunca, y cuando regresé al edificio rogando por encontrarte de nuevo, te vi bajar las escaleras y dirigirte hacia la puerta. Solo. Corrí para alcanzarte, te tomé del brazo, y caminamos alejándonos del bullicio de la gente. Hacía frío y el sol brillaba. Tú me sonreíste con esa boca que no puedo describir, y yo te hablé en no sé qué idioma, y tú me contestaste en no sé qué idioma, pero supe y supimos que ni la otra ni los otros ni nadie importaba más. Yo sentía la emoción del primer amor, del primer sueño, toda la anticipación, la expectativa, ¿a qué sabrás, cómo te verás, cómo besarás? ¿cómo será todo ahora que ya te sé mío?
Nunca lo sabré. Porque desperté del sueño y no pude regresar. En la mañana nublada de hoy me sentí como desterrada de mí misma, injustamente alejada de una felicidad que no había pedido pero en ese momento necesitaba. Me arrastré como pude afuera de la cama, salí al trabajo. Tuve el soundtrack perfecto que repetí una y otra vez hasta que tuve que integrarme a la realidad de lo cotidiano. Y todo el día he tenido esa sensación esperanza de que quizá tú también hayas soñado lo mismo.
Me encantó :)
Me gusta mucho como escribes Susana.