Yo sólo conozco metros extranjeros. La geografía de esta ciudad ha dispuesto las cosas para que el metro de aquí no me sirva para mis traslados. Al que le guardo especial cariño es al de Madrid. Y al de Istambul, sólo por ser el de Istambul.
De Madrid, recuerdo mis mañanas aceleradas para ir a la escuela. Había una estación en la que hacía un trasbordo particularmente largo, pero me gustaba porque en uno de sus pasillos (larguísimos) había tres músicos que tocaban tango. A lo lejos se empezaban a oír los compases, el pianito. Y conforme más me acercaba, la mar de gente a mi alrededor, se me iba olvidando dónde estaba y qué hora era, y en ese momento me daban ganas de ponerme a bailar y olvidar el día. Cuando pasaba justo por enfrente, les dejaba unas monedas y el músico de los ojos grises me agradecía con una sonrisa deliciosa.
Luego me alejaba caminando, rápidorápido como todos alrededor, y el sonido del tango se iba diluyendo en la atmósfera hasta que el mundo me tragaba de nuevo.
Recuerdo también una vez que subieron dos personas: uno llevaba una guitarra, e iba acompañado de una mujer. El vagón iba casi vacío. Me pregunté de dónde serían, qué iban a cantar. La sorpresa no me esperó: la guitarra hizo tunda tunda tunda mientras la mujer cantaba grabé en la penca de un maguey tu nombre, juntito al mío, entrelazados… me sorprendí muchísimo. Me pegó la nostalgia, como no, y ni siquiera recuerdo si les di una moneda.
En otra ocasión, el vagón del metro estaba llenísimo, no cabía un alfiler. Subió un chico delgado, alto, de cabello rizado y castañito. Se paró más o menos en medio del gentío y empezó a declamar un poema de Luis Cernuda. Por el acento supe inmediatamente que era argentino. El poema era ese que terminaba con “ashá, ashá, donde habita el olvido”.
En Istambul no tuve mucho tiempo para viajar en el metro (aunque sí usamos prácticamente todos los medios de transporte disponibles). Cuando regresábamos del Kanyon, una señora me miraba mucho (íbamos de pie) y le decía algo a otra señora que estaba a su lado. Yo las miraba con cara de “sé que están hablando de mí, ¡malditas!” y entonces una de ellas me dijo algo en turco. Puse cara de “no entiendo nada” y le dije, sorry, I don’t understand. Ella me dijo entonces algo como “you have a beautiful hair color”. Me sonrojé, bueno, la cara se me puso del color del cabello, me abaniqué con la mano y le dije “thanks!”. Me contestó “no no, do not be ashamed. it looks very good on you”. Yo pensaba justo lo opuesto, que estaban hablando para criticarme… pero no.
Hay otras anécdotas perdidas por ahí. Pero en general he de decir que me encanta viajar en metro, hay tantas cosas que puedes observar de la gente.
mmm… te falta el (ex) mejor metro del mundo, adivina cuál es :P
ahora es una bosta
no dan ganas de subirse y prefiero 40 veces caminar kilómetros antes que bajar a las entrañas de ese gusano tropical come gente!
además, ahora hasta stripers hay aprovechando los tubos que originalmente eran para afirmarse y no caer.
Freak, si, tal vez…
al menos no huele como el de Moscú
Saludos desde Dormilandia