y despertar a tu lado, cada amanecer…

*Este es un post cursi, advertidos están.*
El otro día me estaba acordando de una historia… verídica, muy verídica, vivida muy de cerca. C.C. no me dejará mentir. Me acordé de una chava -bueno, señora joven- que trabajaba en el mismo lugar que yo. Ciega. Vamos a llamarle Lucy. Lucy perdió la vista en un accidente de trabajo, no sé exactamente las circunstancias (un golpe en la cabeza, quizá) pero el asunto resultó en una inflamación del nervio óptico que la privó de la vista. Cuando ella llegó a trabajar con nosotros, tenía poco de haberse quedado ciega… en los entrenamientos de repente lloraba, estaba muy sensible. Tenía, no sé, a lo más un año. Pero aparte de que es una persona bien chida, muy inteligente, es bien luchona. Está casada y tiene dos hijos, un niño como de 10 y una hija adolescente, como de 16, no recuerdo bien las edades. Total que a todos nos caía muy bien y a mi parecer, era una de las que mejor desempeñaba su trabajo.
En diciembre del año pasado (para entonces ella llevaba al menos unos 3 años siendo ciega), cuando regresé de mi correspondiente semana de vacaciones, Lucy fue a la oficina. Tenía algo de tiempo de no verla, pero tampoco mucho. Como siempre, la saludé y le ofrecí mi brazo para guiarla hacia adentro de la oficina. Cuál sería mi sorpresa cuando me dice (en tono super juguetón): “Susy, ¡ya puedo ver!”. Y yo me saqué de onda, claro está: qué pedo con los ciegos de hoy en día. Me quedé así como inundada por la sorpresa, cuando procede a contarme su historia.
Resulta que durante las vacaciones, un día cualquiera (que por diosidencias de la vida era día de navidad, oh sí, la realidad supera a la ficción) suena su celular con la alarma para despertarla. Alguna canción de Shakira. Ella abre los ojos y *ve* el techo, entonces piensa, “estoy soñando”. Presiona ese botón que todos amamos de “cinco minutos más”, y se vuelve a dormir. Cinco minutos, y Shakira canta de nuevo. Ella abre los ojos otra vez, y nuevamente ve el techo. Parpadea. Apaga la alarma. Parpadea. Empieza a mirar alrededor (en esta parte estoy alucinando, si llevas tanto tiempo de no ver, ¿hacia dónde diriges tus ojos? ¿qué sería lo primero que buscarías? ¿te tallarías los ojos como en las pelis? ¿llorarías de felicidad? claro que llorarías… qué bendición abrir los ojos y ver a tu amor durmiendo a tu lado.) Entonces despierta su marido: ¡puedo ver! ¡puedo ver! Me imagino entonces las lágrimas, los abrazos. El marido le pregunta: “¡¿Cómo me veo, como me veo?!” a lo que ella responde: “¡Más viejo!” y se ahogan en risas. Entonces llegan los hijos, que seguramente oyeron el alboroto. El niño le pregunta, “Mamá, ¿cómo me veo?” “bien guapo, mijo, bien guapo”.
Y así fue como Lucy recuperó la vista. No completamente, como antes, pero apenas el día anterior no veía nada.
Las reflexiones se las dejo a ustedes (son bienvenidos a comentar al respecto). A mi esta historia me fascina, me toca el corazón por ella (feliz) y por toda la gente que nunca podrá recuperar la vista; pero sobre todo, por toda la gente que tiene vista pero jamás podrá ver.

the silent dance

He ido limpiando mi escritorio poco a poco. Hoy desocupé casi toda la credenza, y la mitad de mi cajón de archivos. Sobre mi escritorio ya sólo está el portaretrato digital, mis dos botes llenos de plumas, el Dalí que me regalaron Sergio y Dalina, el mini-calendario de Chococat, una postal que trajo Damián de China. Ya sólo unas pocas cosas de las muchas que se movían como objetos sin dueño, como historias portátiles. Siempre tengo muchas mugres en mis espacios de trabajo o vivienda, recreando la historia de mi vida.
El 15 de julio será mi último día en esta oficina que con tanta emoción ocupé en julio pero de hace dos años. Dos años. Me detengo a pensar qué es lo que ha pasado en dos años, y no me caben en la cabeza tantos recuerdos. Estoy convencida de que nunca tendré otro trabajo siquiera parecido: aquí hice amigos duraderos, conocí mis propios límites y mis talentos, conviví con gente que no existía en mi realidad anterior, aprendí, viajé, descubrí, lloré, crecí. Y además de todo, mi trabajo ayudaba para que otros pasaran por procesos parecidos: en un recorrido de 70 minutos, muchísima gente abrió los ojos y aprendió a ver por primera vez.
Escribo esto y se me llenan de agua los ojos. Es un verdadero error que esto termine, pero desgraciadamente, quien tiene que decir que sí, está diciendo que no. No hay mucho por hacer.

La oscuridad es una metáfora interesantísima, en muchos niveles. En este caso nos ayudó a mostrar que los prejuicios no nos permiten hermanarnos con otras causas, con otras personas, no nos permiten entender al otro y ponernos en su lugar. En la oscuridad todos somos iguales, y curiosamente, es la luz la que nos impide verlo. La ceguera, en ese sentido, es un catalizador de la empatía. No quiero decir que absolutamente toda la gente ciega es por naturaleza empática o tiene una percepción perfecta de su realidad, pero sí puedo afirmar, basada en mi experiencia, que ciertamente es algo que facilita las cosas.
La discapacidad, por otra parte, es una realidad a la que no estamos acostumbrados, y de eso he hablado mucho anteriormente. No se trata sólo de respetar los espacios para personas con discapacidad en los estacionamientos, aunque como dije antes, esto ciertamente es un reflejo de todo un proceso mental: hay tantos errores en la concepción de la discapacidad, que todos necesitaríamos tener pláticas especiales en la escuela a ver si así nos queda claro. Desde el típico “es un angelito” hasta la agresión con el “está idiota”, lo que tenemos es un catálogo de ejemplos de falta de información. Si no conozco la discapacidad, ponerme en el lugar de ellos está cabrón: de ahí la importancia de tener de manera PERMANENTE un proyecto que sensibilice a los insensibles regiomontanos que supuestamente no tienen discapacidad. Para empezar.

Pero bueno, el tiempo se acaba, se cierra el telón y se encienden las luces. La oscuridad termina. Mucha gente con discapacidad se queda en la búsqueda de un nuevo trabajo, esperando que su labor de concienciar a las empresas y empresarios haya tenido fruto. No nos queda más que cruzar los dedos. Los de la oficina nos quedamos unos días más, a ver cómo la instalación que costó el trabajo y las lágrimas de tanta gente, se va desmantelando poco a poco. Los pasillos desolados. El polvo se acumula, siempre puntual. Las piezas fuera de lugar, cajas vacías. Los materiales de los talleres que conocí desde que eran cuartos vacíos y sin pintar, en cajas, esperando un destino en el que puedan ser útiles. No sé cómo explicarles el vacío. Tuvimos 111,444 visitantes y trabajaron cerca de 50 personas en este edificio. Hoy sólo somos seis, y otras personas que vienen y van, limpiando y llevándose cosas. No hay niños por la mañana, ni gente ansiosa por entrar, ni gente saliendo del recorrido limpiándose las lágrimas o abrazando a su guía. Nada, la espantosa nada.

Lo peor es que la agonía se ha venido alargando. Primero el cierre: ese día hubo recorridos hasta las 11.15 de la noche. A las 12.40 estábamos todos cruzando el umbral de la puerta de salida, las luces apagadas, el edificio que hacía unas horas albergaba a decenas de personas esperando encontrar lugar para entrar estaba completamente vacío y en silencio. Cruzamos la puerta y se echó llave. Eramos 9, 10 personas mirando la puerta cerrada, tratando de no llorar (otra vez): hasta aquí llegó el sueño. Tomamos una copa de vino ahí afuera. El cielo estaba estrellado.
Luego hemos tenido más reuniones, una animada (última) cena con todo el personal, el cierre “oficial”, los últimos detalles administrativos. No podemos decir adiós de una buena vez, el adiós se reparte entre un encuentro y otro, prolongando la agonía, como si fueras a muchos funerales de la misma persona.

Yo sólo veo mi escritorio vaciarse poco a poco. Ya respaldé toda la información digital, estoy en los últimos detalles de mi último proyecto. No sé cómo le hice para no casi no llorar. Sólo unas lágrimas discretas, y todo lo demás me lo tragué. Por eso he estado tan enferma y cansada desde el lunes anterior, mi cuerpo no me perdonó que no me haya desahogado. Yo son bien chillona, pensé que iba a estar llorando tres días seguidos. No lo he hecho. No creo que suceda. Es tal la magnitud de tristeza y enojo, que simplemente no puedo darle forma.

Me estresa perder el trabajo. Me estresa perder *este* trabajo, con todo lo que significa para mí y para muchas otras personas. No sé qué haré después. No tengo mucha claridad mental, necesito vacaciones. No puedo imaginar qué será de nosotros, veo a mis compañeras de la oficina hablando de otros trabajos, de otros lugares, y simplemente no lo concibo. Ellas tampoco. Durante todo un mes, pero más los últimos días, todo era un “esta es la última vez que…”
Cada que miro el lobby vacío pienso en todas las historias. Podría llenar páginas y páginas de anécdotas de todo tipo, de la gente que trabajó aquí, de los visitantes. Lo miro vacío y revuelto, y me acuerdo de una canción de Human Drama, que Indovinna compuso también en circunstancias de abandono (aunque diferentes) y como que un poquito de esperanza me llena el corazón.

Pienso, y quizá sea un consuelo de tontos, pienso que al menos tuvimos la oportunidad.

The silent dance
Of the ghosts we left
Will forever end in each others arms
We can remove what we see
What we feel will never leave
These four walls

Human Drama – The silent dance

es que cuando tengo gripa, tipo, no puedo respirar

Hace un par de días, tenía frente a mí a un grupo de chavas de prepa… les calculo unos 17, 18 años, de una prepa fresísima de aquí de la ciudad. Pero fresísisisisima. Tan fresa, que seguramente el pago de la colegiatura es inversamente proporcional al IQ de los que estudian ahí. En fin. Es una escuela de mujeres, y estaban todas sentadas frente a CC y yo, y él les explicaba lo que estaban a punto de vivir, y cómo es que al dejar de utilizar un sentido (la vista) iban a poder ponerle más atención a los demás sentidos, como si se desarrollaran. Yo de pronto interrumpía contestando algunas preguntas, y en eso CC les contaba que al final del recorrido, que es completamente a oscuras, iban a poder consumir un alimento, también en completa oscuridad. En eso, la airhead 1 interrumpe:
Airhead1: Pero, o sea, tipo, ¿cómo me va a saber la comida si no la puedo ver?
CC (haciendo un esfuerzo mayúsculo por no reírse): A ver, ¿tú comes con los ojos?
AH1: Nooh…
Yo (tratando de emular su código, a ver si me entendía mejor): Precisamente. Deque, la comida no te sabe rica porque la veas, es más, ni siquiera por que, tipo, se vea rica. Es como, tipo, te ha pasado, deque, el plato se ve suuuper rico y a la mera hora ni al caso? La comida te sabe porque la puedes oler…
AH1: Ahhh… pero osea, tipo, también cuando pierdes el olfato pierdes el oído, no?
Yo (whaaaaat?) (tratando de adivinar el hilo de su pensamiento): Este… noo… A veces pasa que con una infección fuerte de la garganta, puedas llegar a perder el oído… o que cuando tienes gripe no puedes respirar y por eso la comida no te sabe…
AH1: Aja, pero de que, tipo, cuando yo tengo gripa no puedo respirar…
Grillos: cri-cri, cri-cri
Yo (pensando: claro, los mocos de seguro se te fueron al cerebro): Ajá…
(Mutis. Tres minutos después, CC y yo muriendo de la risa afuera del edificio).

En ese mismo grupo, venía una chavita como de 16 años que tenía una vendita en la nariz. Tenía miedo de que la lastimaran, porque se acababa de operar la nariz. Le pregunté que por qué se había hecho la operación (ilusamente pensando que era una cuestión médica) y me contesta “ay, es que, no me gustabaaaa”. Ooook. My mistake.
Ese mismo día, llegaron otras chavitas de la misma calaña. Me tocó atenderlas en la taquilla, les vendí sus boletos y me preguntaron: “¿Aquí tienen cieguitoooos?” (nota: me caga que les digan cieguitos. NO se llaman cieguitos, son personas ciegas chingadamadre) a lo que con mi más bitchesca sonrisa le contesto “No, no tenemos cieguitos. Aquí trabajan personas ciegas, tipo, si quieres”.
Y así, recibimos cada caso… como recuerdo esa ocasión en que preguntábamos a un grupo de niños de otro de esos colegios de qué manera podían ellos ayudar a las personas con discapacidad. Los niños no tenían más de 11 años. Una niña del grupo levantó la mano y dijo “podría ser, tipo, que de todas las compras hechas con mastercard se done un porcentaje”. Ya uno no sabe si reír o llorar.
Yo creo que antes que atender a los grupos vulnerables (pobreza, discapacidad, marginación) deberíamos atender a los ricos pendejos. Crecen en círculos de pendejez extrema, luego pasan a otros círculos de pendejez extrema (algunos llegan a ser directores de empresas, funcionarios de gobierno, nada) y la vida se les desarrolla en un mundito donde creen que los pobres son los que andan en vocho (historia verídica). Y yo me pregunto, ¿para qué van a la escuela? ¿Cuántos de ellos se logran, cuántos pueden verdaderamente aprender algo del mundo en el que viven? No me refiero sólo a esta ciudad, y por supuesto, no me refiero a todos. Pero la mayoría de los casos que a mí me ha tocado ver, son francamente… deprimentes. No sé. No quiero juzgar, pero tengo demasiado material para pensar mal. Viéndolos a ellos, hasta Cindy es una persona más decente y brillante.

mil manos

Para olvidarnos del estrés de los impuestos y los seguros del IMSS, he aquí una belleza. Se trata de una compañía artística de personas con discapacidad, en China, que presenta un espectáculo impresionante de bailarinas y bailarines… sordos. Este espectáculo está inspirado en Bodhisattva -mejor conocida como Guan Yin, a quien tuvimos la oportunidad de conocer en el MUNE. Esta diosa representa a la caridad, y se dice que tiene “mil manos” para poder ayudar a todo el que se lo solicite.


Impresionante, ¿no? Aquí hay una notita en Reuters.

un acierto

Si bien los bancos el 99% de las veces son unos hijos de la ya saben, a veces tienen algunos aciertos. Por ejemplo, hoy con mi estado de cuenta del HSBC me llegó un volante que dice que ya venderán seguros de vida a personas con discapacidad. Y es que probablemente no sepan lo difícil que es para una PCD obtener un seguro de gastos médicos, ya no digamos uno de vida. Les ponen mil peros, pues claro, si lo que las aseguradoras quieren es que nunca tengan que usarlo, y si eres ciego, digamos, hay más posibilidades de tener un accidente por la vida.
Pues bien, este seguro de HSBC es el primero en todo México en tener este tipo de cobertura. Incluye dos aspectos: primero, los gastos funerarios para el beneficiario discapacitado, y segundo, en caso de que fallezca la persona que se hace cargo de la PCD, se le pagará a la PCD la suma monetaria previamente acordada. Un avance es un avance, yo digo. Espero que más acciones como esta vayan poco a poco brillando en las empresas de nuestro país.