the silent dance

He ido limpiando mi escritorio poco a poco. Hoy desocupé casi toda la credenza, y la mitad de mi cajón de archivos. Sobre mi escritorio ya sólo está el portaretrato digital, mis dos botes llenos de plumas, el Dalí que me regalaron Sergio y Dalina, el mini-calendario de Chococat, una postal que trajo Damián de China. Ya sólo unas pocas cosas de las muchas que se movían como objetos sin dueño, como historias portátiles. Siempre tengo muchas mugres en mis espacios de trabajo o vivienda, recreando la historia de mi vida.
El 15 de julio será mi último día en esta oficina que con tanta emoción ocupé en julio pero de hace dos años. Dos años. Me detengo a pensar qué es lo que ha pasado en dos años, y no me caben en la cabeza tantos recuerdos. Estoy convencida de que nunca tendré otro trabajo siquiera parecido: aquí hice amigos duraderos, conocí mis propios límites y mis talentos, conviví con gente que no existía en mi realidad anterior, aprendí, viajé, descubrí, lloré, crecí. Y además de todo, mi trabajo ayudaba para que otros pasaran por procesos parecidos: en un recorrido de 70 minutos, muchísima gente abrió los ojos y aprendió a ver por primera vez.
Escribo esto y se me llenan de agua los ojos. Es un verdadero error que esto termine, pero desgraciadamente, quien tiene que decir que sí, está diciendo que no. No hay mucho por hacer.

La oscuridad es una metáfora interesantísima, en muchos niveles. En este caso nos ayudó a mostrar que los prejuicios no nos permiten hermanarnos con otras causas, con otras personas, no nos permiten entender al otro y ponernos en su lugar. En la oscuridad todos somos iguales, y curiosamente, es la luz la que nos impide verlo. La ceguera, en ese sentido, es un catalizador de la empatía. No quiero decir que absolutamente toda la gente ciega es por naturaleza empática o tiene una percepción perfecta de su realidad, pero sí puedo afirmar, basada en mi experiencia, que ciertamente es algo que facilita las cosas.
La discapacidad, por otra parte, es una realidad a la que no estamos acostumbrados, y de eso he hablado mucho anteriormente. No se trata sólo de respetar los espacios para personas con discapacidad en los estacionamientos, aunque como dije antes, esto ciertamente es un reflejo de todo un proceso mental: hay tantos errores en la concepción de la discapacidad, que todos necesitaríamos tener pláticas especiales en la escuela a ver si así nos queda claro. Desde el típico “es un angelito” hasta la agresión con el “está idiota”, lo que tenemos es un catálogo de ejemplos de falta de información. Si no conozco la discapacidad, ponerme en el lugar de ellos está cabrón: de ahí la importancia de tener de manera PERMANENTE un proyecto que sensibilice a los insensibles regiomontanos que supuestamente no tienen discapacidad. Para empezar.

Pero bueno, el tiempo se acaba, se cierra el telón y se encienden las luces. La oscuridad termina. Mucha gente con discapacidad se queda en la búsqueda de un nuevo trabajo, esperando que su labor de concienciar a las empresas y empresarios haya tenido fruto. No nos queda más que cruzar los dedos. Los de la oficina nos quedamos unos días más, a ver cómo la instalación que costó el trabajo y las lágrimas de tanta gente, se va desmantelando poco a poco. Los pasillos desolados. El polvo se acumula, siempre puntual. Las piezas fuera de lugar, cajas vacías. Los materiales de los talleres que conocí desde que eran cuartos vacíos y sin pintar, en cajas, esperando un destino en el que puedan ser útiles. No sé cómo explicarles el vacío. Tuvimos 111,444 visitantes y trabajaron cerca de 50 personas en este edificio. Hoy sólo somos seis, y otras personas que vienen y van, limpiando y llevándose cosas. No hay niños por la mañana, ni gente ansiosa por entrar, ni gente saliendo del recorrido limpiándose las lágrimas o abrazando a su guía. Nada, la espantosa nada.

Lo peor es que la agonía se ha venido alargando. Primero el cierre: ese día hubo recorridos hasta las 11.15 de la noche. A las 12.40 estábamos todos cruzando el umbral de la puerta de salida, las luces apagadas, el edificio que hacía unas horas albergaba a decenas de personas esperando encontrar lugar para entrar estaba completamente vacío y en silencio. Cruzamos la puerta y se echó llave. Eramos 9, 10 personas mirando la puerta cerrada, tratando de no llorar (otra vez): hasta aquí llegó el sueño. Tomamos una copa de vino ahí afuera. El cielo estaba estrellado.
Luego hemos tenido más reuniones, una animada (última) cena con todo el personal, el cierre “oficial”, los últimos detalles administrativos. No podemos decir adiós de una buena vez, el adiós se reparte entre un encuentro y otro, prolongando la agonía, como si fueras a muchos funerales de la misma persona.

Yo sólo veo mi escritorio vaciarse poco a poco. Ya respaldé toda la información digital, estoy en los últimos detalles de mi último proyecto. No sé cómo le hice para no casi no llorar. Sólo unas lágrimas discretas, y todo lo demás me lo tragué. Por eso he estado tan enferma y cansada desde el lunes anterior, mi cuerpo no me perdonó que no me haya desahogado. Yo son bien chillona, pensé que iba a estar llorando tres días seguidos. No lo he hecho. No creo que suceda. Es tal la magnitud de tristeza y enojo, que simplemente no puedo darle forma.

Me estresa perder el trabajo. Me estresa perder *este* trabajo, con todo lo que significa para mí y para muchas otras personas. No sé qué haré después. No tengo mucha claridad mental, necesito vacaciones. No puedo imaginar qué será de nosotros, veo a mis compañeras de la oficina hablando de otros trabajos, de otros lugares, y simplemente no lo concibo. Ellas tampoco. Durante todo un mes, pero más los últimos días, todo era un “esta es la última vez que…”
Cada que miro el lobby vacío pienso en todas las historias. Podría llenar páginas y páginas de anécdotas de todo tipo, de la gente que trabajó aquí, de los visitantes. Lo miro vacío y revuelto, y me acuerdo de una canción de Human Drama, que Indovinna compuso también en circunstancias de abandono (aunque diferentes) y como que un poquito de esperanza me llena el corazón.

Pienso, y quizá sea un consuelo de tontos, pienso que al menos tuvimos la oportunidad.

The silent dance
Of the ghosts we left
Will forever end in each others arms
We can remove what we see
What we feel will never leave
These four walls

Human Drama – The silent dance

One Reply to “the silent dance”

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *