Odio comer sola. Cuando tengo que comer sola, prefiero hacerme tonta un buen rato hasta que el hambre sea tan insoportable que no me quede otro remedio que comer. A veces no llego a este punto y sencillamente no como, o me como cualquier cosa azucarada para engañar al estómago y evadir el trámite (ya sé que está mal, no lo hagan).
Hoy me esperé hasta que el hambre fue mucha y hasta entonces salí a cazar mi comida. Me acordé de cuando me toca comer y ando de viaje: cuando viajo sola suele ser un problema, porque se entiende que todos los días desayunaré, comeré y cenaré sola. Así que bueno, tengo que valerme de artimañas para no sentirme tan sola en esos momentos.
Mientras me comía mi torta (frente a la computadora), me acordé de la primera vez que viajé sola a Estambul. Era un día cualquiera, quizá cerca de media noche, y tenía un hambre feroz. Como me estaba hospedando cerca de Taksim, que es una parte de la ciudad que casi no duerme, decidí ir a buscar algo qué comer. Encontré un carrito de kebabs en la acera, rodeado de hombres que cenaban. Elegir en qué idioma pedir las cosas es otro tema, porque pocas personas hablan inglés y yo me sé tres palabras en turco. Así que ahí champurreando las palabras nos entendimos el señor de los kebabs y yo.
Decidí quedarme a cenar ahí mientras medio hablábamos, así no la pasaba tan sola mientras comía mi kebab. Cuando me preguntó de dónde era y le contesté que de México, se quedó pensando un rato, como tratando de acordarse de un nombre… luego de un minuto hizo una expresión de acordarse y dijo “¡Eduardo Capetillo!”. Morí de la risa.
A veces, comer sola tiene sus encantos.
Multitasking o las ideas a empellones
Hay días en los que trabajo mucho. Me duele el trasero de estar aplastada frente a la computadora -donde, desafortundamente, ocurre el 95% de mi trabajo. Tengo que hacer estiramientos y todo, subir y bajar las escaleras, pararme a acariciar a algún gato (es muy curioso cómo todos se reúnen en el estudio desde donde trabajo, de pronto volteo hacia atrás y parece que hubo una explosión de gatos y quedaron tirados por cualquier lado). El asunto es que no puedo mantenerme concentrada sobre una sola idea, llega un punto en el que tengo más de diez pestañas del Chrome abiertas con temas distintos pero relacionados, estoy escribiendo más ideas en la libreta a mi lado, escribo un correo y platico con el Piantao -todo al mismo tiempo. A veces hasta me pinto las uñas mientras todo esto ocurre.
Mucha gente podría pensar que esto es digno de presunción, pero la verdad es que a mí me agobia.
Lo curioso es que mucha de la literatura que analizo (al mismo tiempo, para freírme prematuramente el cerebro) le pide al lector que esté como en varios lugares al mismo tiempo. Pienso por ejemplo en The great fire of London de Jacques Roubaud y sus intersecciones y bifurcaciones: básicamente son extensiones de las ideas que narra en la línea “principal” del texto, hay que cambiar de página para ir a ellas cuando el autor lo solicita, a la manera de un hipertexto pero en papel. No resulta un texto enredado ni nada parecido, pero obviamente el lector ya no se puede sentar en sus laureles sólo viendo cómo la historia le pasa por delante, sino que tiene que involucrarse (físicamente, omg) con ella.
El asunto de la multiplicidad o la multiplicación de las posibilidades aplicado no sólo a la teoría literaria sino a la cotidianeidad, es que resulta un gran gasto de energía mantenerlo. (La idea anterior ejemplifica lo expuesto: he pensado tantas cosas a la vez que probablemente mi enunciación no tenga sentido). Al momento de enfrentarse a tantas teorías sobre cómo abordar el análisis de la literatura hipertextual lo que hay que tener es capacidad de abstracción (y de concentración) para poder escuchar realmente cuáles son las necesidades del texto. Lo curioso es que lo que ocurre en la teoría me sucede en cierta manera en la práctica: mi vida académica se ha vuelto hipertextual, múltiple, descentrada, rizomática y lo que sigue. Las ideas me llegan (o me caen encima) a raudales, abro doce documentos, me pongo enfrente diez libros de la biblioteca, dos libretas para notas y otras tantas pestañas del Chrome y trato de asimilar todo al mismo tiempo: es imposible leer todo esto de manera lineal. Luego me frustro, abro el facebook y ya saben a dónde va a parar todo.
Ni siquiera es que no sepa cómo investigar, aunque así pudiera parecer. Llevo mi tesis en un (nada deleznable) 60% de avance y la percibo más clara que nunca. Creo que el problema podría ser mi talento (o maldición) de tener capacidad de multitasking y mi imposibilidad de decir “eso lo investigo luego, cuando termine esto”. De hecho este post es un pequeño receso para ordenar mi mente y creo que cumplió su cometido: acabo de cerrar todo lo que tenía abierto (en papel y en digital) y estoy por concentrarme en UNA cosa de la lista de pendientes. Ya les contaré si logro mi cometido sin terminar en un mar de ideas que me asaltan a empellones.
¿Conoce usted el Mar muerto?
Ayer fuimos al centro comercial. Nos gusta ir en la mañana, hacer pagos (eso no nos gusta) comernos un elotito (aunque acabamos de descrubrir que usan elote congelado La Huerta) y tontear, sobre todo ahora que todavía quedan algunas ofertas por ahí.
Ya íbamos de salida cuando en el pasillo apareció un stand que no había visto antes, de algún producto cosmético. Había en ese stand una sola chica, que me lazó con un “disculpa”. Yo volteé a verla (apariencia genérica de demostradora de cosméticos) y vi que traía una cuchara con algún producto.
Me dijo:
-¿Me puedes mostrar tus manos? (con acento gringo finjidísimo).
Extendí mi mano derecha, y al tiempo que ella colocaba el contenido de la cuchara sobre ella (parecía algún tipo de exfoliante) me pregunta:
-¿Conoce usted el Mar muerto?
En automático giré la mano y regresé el contenido a la cuchara.
-Ah no, disculpa, no me interesa conocer tu producto.
-(cara de absoluta incredulidad) ¿Puedo saber por qué?
-Porque está hecho de sales del Mar muerto.
-…¿Y?
-El mar muerto se está… extinguiendo. Secando, pues. (Claro, iba a decir “el mar muerto se está muriendo”).
-Pero no entiendo…
Y aquí es donde me sentí super idiota. A ver, hay gente que no come carne porque los animalitos sufren, hay gente que no usa pieles por la misma razón, hay gente que sólo consume alimentos orgánicos, hay gente que etc etc tiene sus razones para dejar de consumir algún producto. Yo no utilizo productos cosméticos hechos de sal del Mar muerto porque el Mar muerto me parece uno de los lugares más increíbles del planeta y se está secando porque lo utilizan para hacer cosméticos y fertilizantes. Y porque sí, porque por donde pasa el hombre hace su mugrero.
Pero no sabía cómo decir eso a la chica que me miraba con cara de verdadera curiosidad, diciéndome “pero no entiendo” con acento gringo de infomercial. Si en el Mar muerto no hay fauna, ni flora, sólo un charcote saladísimo en el que flotas. Pues eso. A mí me gusta ese charcote saladísimo y por eso no consumiré tu producto que además tiene cara de que cuesta más de 300 pesos el frasco.
Tuve que explicarle muy despacio, con señas, articulando muy bien qué es lo que sucedía con ese tal Mar muerto, que tan muerto no estaba pero estará por culpa de ese y otros productos, pero siento que ella seguía sin entender. En ese momento dos líneas de pensamiento se desarrollaron a toda velocidad en mi cabeza: una, de neta esta chava está muy güey y no entiende que no es positivo que algo chido desaparezca del planeta por culpa del hombre. Otra, yo estoy muy fuera de contexto por andar con mis tonterías de “pobrecito Mar muerto”. De igual manera me sonrojé, y estuve a punto de decirle “a ver, sí, trae acá tu cucharita con tu exfoliante y empecemos de nuevo”.
Pero no fue así: simplemente le dí las gracias y me largué.
El acontecimiento siguió rebotando en mi cabeza por varias horas más. Pero la verdad es que por más tonta que me haya sentido expresando mi sentir respecto al Mar muerto, no puedo ni quiero hacer nada para cambiarlo. De hecho, los números son alarmantes:
El mar Muerto, lago endorreico situado a 426 metros por debajo del nivel del mar, se seca y se muere en el desierto a un ritmo de unos 1,1 metros al año. Su superficie se redujo en un tercio en los últimos 50 años: de 960 kilómetros cuadrados pasó a los actuales 620. – Nota completa en IPS
En la nota de arriba vienen los detalles sobre un método bastante complicado y riesgoso con el que quieren jalar agua del Mar rojo al Mar muerto, pero a pesar de años de estudios, los expertos dicen que las aguas no se mezclarán y, en pocas palabras, echarán a perder todo.
La verdad es que la gran cantidad de minerales que contiene tiene un efecto muy benéfico sobre la piel. En las orillas se puede encontrar un barro negro (mientras más negro, mejor) que debes untarte en todo el cuerpo y enjuagar una vez que se seca. La piel queda hidratada incluso por varios días y si este barro es usado en el rostro, tiene además una función limpiadora. La neta es que sí es una maravilla pero el chiste es estar ahí, experimentarlo y aplicarte el barro directo del mar, como una experiencia única en la vida. Porque de otro modo sólo es la ilusión de que verdaderamente obtendrás los beneficios del Mar muerto…
No sé qué se habrá quedado pensando la morra de mí. Yo me sentí muy absurda, pero pues la neta es la neta y el Mar muerto es una de las experiencias más chingonas que he vivido. Por supuesto me entristece que eso también vaya a desaparecer, más pronto de lo que parece.
Incertidumbre
Detesto esos momentos de incertidumbre, donde cualquier decisión que tome me lleva a la toma de más decisiones que a su vez se complican y bifurcan, cuyas resoluciones dependen de factores sobre los que hay que tomar decisiones.
En otras palabras, qué complicado es a veces todo. Eso, o a lo mejor traigo un exceso de antibióticos que están haciendo merma en mis capacidades analíticas.
En momentos así, me pasa que me hago adicta a jueguitos tipo puzzle, bien tontos. Como Tetris Attack (que ya puedo jugar en línea, yei), o Candy Crush Saga, o Luxor, o Zuma. Cualquiera diría que es evasión, yo digo que me estoy estructurando. También funciona acomodar la ropa de los cajones, hacer limpieza del closet, tejer o alguna actividad que tenga que ver con acomodar cosas (papeles, fotos, armarios). Es bien raro pero me sucede ya desde hace muchos años: en cuanto me veo realizando obsesivamente alguna de las actividades anteriores, es que traigo algo en la cabeza que necesita acomodo.
Mi problema con la incertidumbre es que, como sobreanalizo todo, termino absolutamente abrumada.
Lo malo es que la lucha de los antibióticos contra las bacterias ha terminado con lo mejor de mí, así que sólo me queda aplastarme enfrente de esta computadora, haciendo click y click y click en mis múltiples opciones y enredándome más la cabeza.
Soundtrack de la vida
Creo que mi primer cassette, lo he dicho ya en incontables ocasiones, fue uno de Flans (precisamente llamado Flans) comprado en un supermercado en Saltillo y reproducido hasta el cansancio en mi grabadora rosa (y posteriormente en otras grabadoras). Durante la primaria no dejé de escuchar a Caló, a Thalía y a Alejandro Sanz -todos en cassettes, con el walkman colgado en la cintura. Tengo un recuerdo particular del disco de Sanz Viviendo deprisa, que esuché insistentemente en 6to año de primaria y es fecha que reconozco, conozco y me sé de memoria.
Y así con muchos otros artistas. Recuerdo mi primer semestre de prepa, por ejemplo, con Razorblade Suitcase de Bush, que fue quizá uno de mis primeros cd’s (junto con algunos de Caifanes comprados en Gigante, aunado a algunos cassettes robados en el mismo super).
El asunto era este: cada que comprabas un cassette o un cd nuevo había que disfrutarlo: abrías el papelito, sacabas el librito (qué triste aquellos discos y cassettes que no traían nada de info extra, ni letras) y escuchabas todo el disco leyendo las letras, cantándotelas, aprendiéndolas. Y como era difícil, dada la tecnología de la época, cargar muchos cassettes o muchos discos, terminabas dándole vueltas y vueltas al mismo, de modo que te lo aprendías de memoria. Todavía hoy soy capaz de cantar enteros los primeros dos discos de Bush, todos los de Caifanes, bueno, toda la música que escuché así, con cuidado.
Ya en la licenciatura me hice de un discman que reproducía discos con mp3, lo cual era genial porque ¡podías traer varios discos en uno sólo! aún así procuraba darle su debido espacio a cada artista, grabando discos de un sólo artista o dos. Así es como pasé mi viaje a Roma escuchando a Bunbury.
Tuve mi primer ipod hasta que cumplí 25 (y lo perdería poco después en un avión a París, pero eso es otra historia) y entonces fue que ya tenía muy claro que la forma de escuchar música era otra.
Actualmente mi last.fm dice que he escuchado 2,347 artistas en mi computadora, algo que hubiera sido imposible hace 10 años y no sólo por una cuestión de tiempo sino de tecnología. Hoy descargo varios discos de golpe, les doy una escuchada, y sólo si se trata de algo absolutamente maravilloso captan mi atención. Y no es necesariamente aquella atención (casi adoración) del que escucha un mismo disco por semanas, aunque si no traigo más discos en el coche puede que suceda. En mi época de pinchadiscos tenía que, forzosamente, estar al pendiente de las nuevas producciones (aunque terminaba pinchando lo más clasiquito) y ahora que tengo Romanistán, cada semana tengo que producir un programa con al menos 10 canciones que sean muy buenas y no haya tocado antes, aunque en ocasiones repito algunas joyitas.
El asunto es que la mayor parte de mis músicos favoritos son aquellos que descubrí antes de que escuchar música fuera un deporte extremo. La manera en cómo escuchamos música ahora me permite abarcar un espectro más amplio de géneros, artistas, tiempos. Sin embargo aumenta la angustia: antes sólo podía escuchar aquello a lo que tenía acceso, y no era mucho. Ahora no me da el tiempo ni la vida para escuchar todo lo que quisiera; lo mismo que me ocurre con la lectura y otras tantas cosas.
Yo quiero volver a mis cassettes y al tiempo en el que un mix tape tenía 5 canciones de cada lado, y no cientos de mp3 en un dvd. No cabe duda de que el mundo me genera ahora un vértigo agobiante.
Promociones que no son
El berrinche del día de hoy está patrocinado por: Viaja con Spring Air.
Mi papá compró un colchón Spring Air y le “regalaron” un vuelo redondo a cualquier destino nacional. Él amablemente me cedió la promoción, y a mí se me ocurrió que el Piantao y yo podríamos ir a ver a Shantel en la cd. de México en octubre, con un boleto gratis y sólo comprando el segundo. En ese momento, el vuelo en viva aerobús costaba como $1,500 pesos, que no está nada mal.
La promoción es tardada y complicada: tienes que llenar un formato en línea, enviar por mail unos documentos escaneados, llamar, esperar a que te llamen, etcétera.
En el inter del proceso, que tomó como semana y media, Interjet estuvo en oferta al 50%, permitiéndonos la posibilidad de comprar los dos vuelos (en un avión de verdad con sobrecargos de verdad, asientos numerados, en el horario de nuestra preferencia y sin retrasos de 6-8 hrs) por la cantidad de $3,500 pesos, los dos vuelos redondos. Dejé pasar la oportunidad, porque dije, estoy esperando a que me resuelvan mi vuelo gratis.
Luego de mucho guaraguara, llamé y me dieron mi itinerario. Resulta que la aerolínea es Viva aerobús, la hora de salida de mi ciudad es a las 7.00 am y la hora de regreso de allá es a las 10.00 pm (y aquí es donde me ataco de la risa: ¿ustedes creen que en una ciudad como Monterrey es muy saludable andar agarrando taxis desde el aeropuerto a las 12 de la noche?). Y yo “sólo” tenía que pagar los impuestos de mi vuelo y el segundo vuelo (que según esto ya iba con descuento). La cantidad asciende a… $3,150 pesos.
¿Pero qué no era una promoción? Buscando ahorita los vuelos en viva aerobus, sin promoción y en horarios decentes, me salen en 4 mil pesos. ¿Dónde está el vuelo gratis? Es una mentada de madre que me hagan darles todos mis datos, mis documentos, mi espera, mi paciencia y todo eso para que al final RESULTE que me salía 2 mil 25 mil veces mejor comprarlos cuando pude en Interjet.
Malditas promociones que no son: si vas a dar algo, dalo bien. Si no, ni me quites el pinche tiempo. ARGH.