Creo que mi primer cassette, lo he dicho ya en incontables ocasiones, fue uno de Flans (precisamente llamado Flans) comprado en un supermercado en Saltillo y reproducido hasta el cansancio en mi grabadora rosa (y posteriormente en otras grabadoras). Durante la primaria no dejé de escuchar a Caló, a Thalía y a Alejandro Sanz -todos en cassettes, con el walkman colgado en la cintura. Tengo un recuerdo particular del disco de Sanz Viviendo deprisa, que esuché insistentemente en 6to año de primaria y es fecha que reconozco, conozco y me sé de memoria.
Y así con muchos otros artistas. Recuerdo mi primer semestre de prepa, por ejemplo, con Razorblade Suitcase de Bush, que fue quizá uno de mis primeros cd’s (junto con algunos de Caifanes comprados en Gigante, aunado a algunos cassettes robados en el mismo super).
El asunto era este: cada que comprabas un cassette o un cd nuevo había que disfrutarlo: abrías el papelito, sacabas el librito (qué triste aquellos discos y cassettes que no traían nada de info extra, ni letras) y escuchabas todo el disco leyendo las letras, cantándotelas, aprendiéndolas. Y como era difícil, dada la tecnología de la época, cargar muchos cassettes o muchos discos, terminabas dándole vueltas y vueltas al mismo, de modo que te lo aprendías de memoria. Todavía hoy soy capaz de cantar enteros los primeros dos discos de Bush, todos los de Caifanes, bueno, toda la música que escuché así, con cuidado.
Ya en la licenciatura me hice de un discman que reproducía discos con mp3, lo cual era genial porque ¡podías traer varios discos en uno sólo! aún así procuraba darle su debido espacio a cada artista, grabando discos de un sólo artista o dos. Así es como pasé mi viaje a Roma escuchando a Bunbury.
Tuve mi primer ipod hasta que cumplí 25 (y lo perdería poco después en un avión a París, pero eso es otra historia) y entonces fue que ya tenía muy claro que la forma de escuchar música era otra.
Actualmente mi last.fm dice que he escuchado 2,347 artistas en mi computadora, algo que hubiera sido imposible hace 10 años y no sólo por una cuestión de tiempo sino de tecnología. Hoy descargo varios discos de golpe, les doy una escuchada, y sólo si se trata de algo absolutamente maravilloso captan mi atención. Y no es necesariamente aquella atención (casi adoración) del que escucha un mismo disco por semanas, aunque si no traigo más discos en el coche puede que suceda. En mi época de pinchadiscos tenía que, forzosamente, estar al pendiente de las nuevas producciones (aunque terminaba pinchando lo más clasiquito) y ahora que tengo Romanistán, cada semana tengo que producir un programa con al menos 10 canciones que sean muy buenas y no haya tocado antes, aunque en ocasiones repito algunas joyitas.
El asunto es que la mayor parte de mis músicos favoritos son aquellos que descubrí antes de que escuchar música fuera un deporte extremo. La manera en cómo escuchamos música ahora me permite abarcar un espectro más amplio de géneros, artistas, tiempos. Sin embargo aumenta la angustia: antes sólo podía escuchar aquello a lo que tenía acceso, y no era mucho. Ahora no me da el tiempo ni la vida para escuchar todo lo que quisiera; lo mismo que me ocurre con la lectura y otras tantas cosas.
Yo quiero volver a mis cassettes y al tiempo en el que un mix tape tenía 5 canciones de cada lado, y no cientos de mp3 en un dvd. No cabe duda de que el mundo me genera ahora un vértigo agobiante.
Fatiga mediática, que le dicen.
Sí, eso debe ser.