Tú por tu sueño, y por el mar las naves

Anoche no pude dormir. Lo cual es raro, porque normalmente me acuesto y a los 3 segundos ya estoy dormida. Pero para mí, como para todo ser humano, supongo, es terrible no dormir. Yo creo que tiene que ver con que en mis años de estudiante casi no dormía: empezaba a leer o a hacer los ensayos por la noche, me despertaba temprano por la mañana y como si nada. Incluso recuerdo gloriosos días en los que pasaba toda la noche en vela haciendo algún trabajo final, y en la mañana iba a la escuela a entregarlo… no diré “como si nada” porque no es cierto, pero al menos podía mantenerme en pie, hablar coherentemente e incluso ingerir alimento. Digo esto último, porque ahora dormir mal implica despertar con el estómago revuelto y enfadado. No podré desayunar hasta dentro de unas horas.
Con el paso del tiempo -creo que cuando empecé a trabajar- me empecé a aferrar al sueño. Compré completita la idea de que debes dormir al menos ocho horas, de que si duermes temprano descansas mejor. Y cómo no creerlo, si a veces me tocaba dar clase de 7.30 am, y ya estaba del lado del maestro: tenía que brincar en una pata y hacer piruetas arriba del escritorio si quería mantener despiertos a mis alumnos. No podía simplemente, como cuando era estudiante, recostarme en el banco y fingir que ponía atención.
Total que tuve insomnio. Mucho insomnio. Recordé la observación de N sobre la inutilidad de luchar contra el insomnio, así que me puse a leer, y pude leer sin problema cuatro capítulos del libro, cuando normalmente leo uno y ya estoy bostezando (no que Pamuk sea aburrido, pero ese tonito de “cuando yo estaba chiquito me gustaba dibujar” sí suena a cuento de abuelito antes de dormir). El resto de la noche la pasé durmiendo a ratos. Lo peor es cuando despiertas y sabes que es muy tarde, o muy temprano según se vea, y quieres volver a dormir pero tu cerebro dice get this party started y entonces vienen así como avalancha el recordatorio de los pendientes, la reflexión sobre tal o cual tema irrelevante, el recuerdo de algún hecho vergonzoso, algún cumpleaños olvidado, en fin, bagatelas que van activando la conciencia por las razones más inútiles y que -otra vez- te espantan el sueño. Lucho contra eso, me concentro en algún paisaje pacífico, hasta le pongo música clásica que tengo guardada en el cerebro en algún disco de vinil viejito, y más o menos puedo volver a dormir. Hasta que otra vez…

Pero bueno. Puedo seguir quejándome por muchos renglones más, pero el asunto es que es un día ajetreado y tendré que aceptar mi ojerosa realidad por mucho que me pese. Además es una excusa perfecta para recordar ese soneto de Gerardo Diego, que alguna vez alguna persona inesperada me leyó por teléfono, pero eso es el detalle más irrelevante del asunto. No soy muy conocedora de la poesía, pero este es uno de mis favoritos.

Insomnio

Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.

En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.

Saber que duermes tú, cierta, segura
-cauce fiel de abandono, línea pura-,
tan cerca de mis brazos maniatados.

Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.

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