Nunca dejará de llover.
El agua se resbala por las paredes de la ciudad, alcanzando a acariciar los lugares más íntimos. La gente huye del azul del cielo que cae a pedazos, pedazos que absorben los agradecidos árboles y las sedientas calles que sólo suelen alimentarse de sangre y polvo.
La lluvia es un acontecimiento inusual en una ciudad reinada por un sol despeinado que nos sigue como un perro. Por eso, las manos se pegan a las ventanas de las casas, y contemplan los ojos al unísono la rítmica caída de las palmas de agua.
Una cascada invisible canta tras de todas las paredes en un susurro que arrulla. Los árboles inclinan la cabeza ante el paso de la lluvia, y el cielo, despreocupado, brilla azul y gris. El viento sana a la ciudad del calor de los días anteriores.
La lluvia no ha dejado de caer, y uno se siente desprotegido y se resguarda en la seguridad de cuatro paredes y un techo, o de un techo por lo menos. Y es que la lluvia purifica nuestro cuerpo, nuestra alma, y es necesario de cuando en cuando recibir un buen baño de lluvia.
Me pregunto cuándo será el día en que las personas, en lugar de abrir un paraguas negro y evitar pisar los charcos, extiendan sus brazos mirando al cielo y con una sonrisa, reciban en su cuerpo el azul vivificante.
Entonces, nunca dejará de llover.
El agua se resbala por las paredes de la ciudad, alcanzando a acariciar los lugares más íntimos. La gente huye del azul del cielo que cae a pedazos, pedazos que absorben los agradecidos árboles y las sedientas calles que sólo suelen alimentarse de sangre y polvo.
La lluvia es un acontecimiento inusual en una ciudad reinada por un sol despeinado que nos sigue como un perro. Por eso, las manos se pegan a las ventanas de las casas, y contemplan los ojos al unísono la rítmica caída de las palmas de agua.
Una cascada invisible canta tras de todas las paredes en un susurro que arrulla. Los árboles inclinan la cabeza ante el paso de la lluvia, y el cielo, despreocupado, brilla azul y gris. El viento sana a la ciudad del calor de los días anteriores.
La lluvia no ha dejado de caer, y uno se siente desprotegido y se resguarda en la seguridad de cuatro paredes y un techo, o de un techo por lo menos. Y es que la lluvia purifica nuestro cuerpo, nuestra alma, y es necesario de cuando en cuando recibir un buen baño de lluvia.
Me pregunto cuándo será el día en que las personas, en lugar de abrir un paraguas negro y evitar pisar los charcos, extiendan sus brazos mirando al cielo y con una sonrisa, reciban en su cuerpo el azul vivificante.
Entonces, nunca dejará de llover.