dame lo que me puedas dar

Hay recuerdos que me gusta guardar en mi vitrina emocional. Los guardo dentro de botellitas de colores (me imagino que son como de cristal de Murano) con formas caprichosas (como yo) y las coloco en la vitrina, a la vista. Su transparencia contiene los momentos que vale la pena tener al alcance, como para darse un apapacho de cuando en cuando. Sus contenidos se convierten, con el tiempo, en algo más que recuerdos; son como fórmulas para curarse la tristeza, para sacarse una sonrisa, para darle forma a una fantasía. Son, en pocas palabras, la botica de la nostalgia que a su vez sirve de aparato orna-mental.

El proceso es bastante sencillo, sólo hay que tomar todo el momento que se desea guardar, tratando de mantener todos los detalles en su lugar, la mayor cantidad de ellos. Acariciar el momento, la imagen, la acción, el color, lo que sea. Acariciarlo y acicalarlo, besarlo, sonreirle, abrazarlo. Después, ponerlo cuidadosamente en palabras, elegir las más especiales, las que tengan más color. Escribir usando el recuerdo como tinta y la emoción como pluma. Después, se procede a vaciar dentro de la botella el contenido de las hojas, las impresiones, las emociones, todo lo que provocó aquel momento. Dentro de la botella de cristal tomará un brillo plateado, aunque en realidad depende del color de la botella. Yo en lo personal prefiero las azules, ese azul intenso característico de esa región, que además para mí (y para mucha gente) ha sido el color característico de la nostalgia y sentimientos afines. Se procede a cubrir la botella con una tapa, el material no importa pues el recuerdo ya no podrá escapar de ahí, ni se derramará. Finalmente, se coloca la botella en el estante que se desee, junto a todas esas otras botellas que brillan con esas luces que entibian el pecho. Sucede a veces que algunas se rompen como resultado de una reestructuración orna-mental, o simplemente se olvidan o caen detrás del mueble que las contiene. Al condenar estas botellas al olvido, el recuerdo pierde protagonismo pero nunca fuerza. Pero en el caso de las botellas rotas, nadie sabe qué sucede con esos recuerdos. Se dice que a veces provocan lágrimas, otras indiferencia, otras odio, otras tristeza. Es muy variable, y depende del coleccionista y sus botellas.

Yo ayer llené una de esas botellas. Fue algo completamente inesperado y lleno de fuerza, que me dejó pasmada y boquiabierta. Traté de ponerlo en palabras justo después de haberlo vivido, llené hojas y hojas de impresiones, las vacié con cuidado dentro de la botella, tratando de no derramar ni una sola conjunción, ni un solo verbo, mucho menos un adjetivo. Lloré un poquito de felicidad, y las lágrimas le dieron un brillo rosáceo al recuerdo. Este es un recuerdo especial porque se dará en una sola emisión: un sólo momento irrepetible, incontinuable, inexplicable, único. No habrá más continuaciones por más que yo quiera, tampoco preguntas, ni menciones futuras, ni segundas partes, ni análisis posteriores en conjunto. El tiempo se congeló ayer a las 2.47 de la mañana y todo el vértigo del mundo se paseó por mi estómago.

Aunque sé que nunca leerás esto (y así es mejor), gracias por darme lo que me pudiste dar. Quién tuviera y tengo yo.

auch

“Aunque pueda parecerlo, yo no tengo una mirada pesimista sobre el hombre”, agrega el director. “Es verdad que mis personajes están terriblemente solos, pero quieren dejar de estarlo. Buscan desesperadamente algo, lo malo es que lo que buscan ya pasó. Ahí surge la nostalgia, la culpa y el dolor. Resultaría aburrida una película sobre un hombre y una mujer que se aman y se conocen en el momento preciso y son felices. ¿A quién le importa eso? Nosotros queremos saber qué les ocurre a esas personas que no se encuentran nunca, que sobreviven sabiendo que en realidad para ellos sólo existió aquel amor.”

Una de esas citas que duelen. De Wong Kar-Wai (director de In the mood for love y 2046, dos maravillosas películas).

Grrr. La nostalgia. Maldita nostagia. Qué razón tiene.

tus manos

Qué decir que no se haya dicho ya: tus manos son principio y fin de todo lo que has creado. Es como si tuvieran su propia personalidad, se nota cuando fumas, saludas, te cubres el rostro, exprimes un limón, o hasta cuando descuidadamente tomas mi mano y juegas con ella entre tus dedos. Tus dedos son delgados y largos, suaves al tacto pero fuertes cuando hace falta.
Yo no sé qué me pasa, pero no puedo dejar de mirar tus manos. Me encantan tus manos, como hace mucho no me encantaban unas manos.

(des) esperar

Un timbrazo telefónico sin atender. Un correo electrónico sin respuesta. Una propuesta indecorosa ignorada. Una canción que no termina de sonar. Una ansiedad sin remedio. Tu boca cada vez más lejos. Tu rostro indeciso. Una noche demasiado larga. Una respuesta retardada. Un silencio hecho de elástico. Un sombrero a la conciencia. Un grito encerrado en el estómago. Un cursor que parpadea. Las calles vacías al anochecer. El frío de madrugada en la borrachera. Ver tu espalda alejarse. Tus labios que se me olvidan. Comerme las uñas. Una llamada pospuesta. 

Yo espero en tus silencios. Porque sé que sólo estás cerca cuando quieres.

Y no me resta otra cosa que no sea esperarte.

una noche en el parque

Te dije que sentía un hueco en el estómago. ¿Tienes hambre? No en el estómago, más bien arriba. Tú me abrazaste y el latido de tu corazón me hizo cosquillas en la oreja. ¿Me cuentas un cuento que no le hayas contado a nadie?, dijiste. Claro, pero sólo si te duermes en mi regazo.
Después, te robé un beso.
Y sonreíste.

you look like rain

Nunca dejará de llover.
El agua se resbala por las paredes de la ciudad, alcanzando a acariciar los lugares más íntimos. La gente huye del azul del cielo que cae a pedazos, pedazos que absorben los agradecidos árboles y las sedientas calles que sólo suelen alimentarse de sangre y polvo.
La lluvia es un acontecimiento inusual en una ciudad reinada por un sol despeinado que nos sigue como un perro. Por eso, las manos se pegan a las ventanas de las casas, y contemplan los ojos al unísono la rítmica caída de las palmas de agua.
Una cascada invisible canta tras de todas las paredes en un susurro que arrulla. Los árboles inclinan la cabeza ante el paso de la lluvia, y el cielo, despreocupado, brilla azul y gris. El viento sana a la ciudad del calor de los días anteriores.
La lluvia no ha dejado de caer, y uno se siente desprotegido y se resguarda en la seguridad de cuatro paredes y un techo, o de un techo por lo menos. Y es que la lluvia purifica nuestro cuerpo, nuestra alma, y es necesario de cuando en cuando recibir un buen baño de lluvia.
Me pregunto cuándo será el día en que las personas, en lugar de abrir un paraguas negro y evitar pisar los charcos, extiendan sus brazos mirando al cielo y con una sonrisa, reciban en su cuerpo el azul vivificante.
Entonces, nunca dejará de llover.