Hace no más de dos meses le dije a Ilsa que yo no era mucho de ir a ver teatro. Sí me gusta leerlo, y lo disfruto cuando lo veo, pero no es algo que acostumbre hacer con frecuencia. Entre ese comentario que le hice y el domingo pasado fui dos veces.
La primera fue para ver Conferencia sobre la lluvia, recién publicado monólogo de Juan Villoro. La actuación fue muy buena, el monólogo fue muy atinado, con las dosis necesarias de humor y tristeza. Y es que me es difícil pensar que la combinación de temas (lluvia, libros, gatos) además escrita por Villoro podría no gustarme. La escenografía me pareció muy creativa, bueno todo, todo me gustó. Me encantó. El libro lo pueden conseguir en casi cualquier librería, se los recomiendo ampliamente.
La segunda fue para ver Salomé, de Oscar Wilde. De ninguna manera iba a dejar de ver una obra de Oscar Wilde, tener la posibilidad de sentir tan siquiera un atisbo de lo que pudo haber sido cuando se presentó en su época, con el escritor (imagino) entre los espectadores y tal. Lo primero que llamó mi atención fue el espacio; es una obra de un solo acto, desarrollada en el mismo espacio -algo así como un baño (con estilo “aturcado”), con una pila de agua al centro. Wilde propone que sea en una terraza, pero creo que este espacio funcionó muy bien. Además el tamaño compacto hacía que la tensión fuera más intensa, los personajes apretujados, gritando, moviéndose… La adaptación del vestuario me pareció fascinante: medio victoriano, medio steampunk, medio futurista. Sé que victoriano y futurista caben en steampunk, pero este hace una interpretación de ambos que no necesariamente alcanza a describir la vestimenta de los personajes. El asunto es que el vestuario estuvo increíble, la música, todo. Hasta la sangre, porque fue una puesta en escena muy sangrienta pero de manera totalmente justificada.
Así que bueno, diré que no voy al teatro más seguido, a lo mejor salen más oportunidades teatrales igual de buenas e interesantes.