the maimed

Ayer a las 3 am terminé de leer The Maimed, libro del escritor Hermann Ungar. Este libro lo compré en el museo de Franz Kafka, en Praga, pues resulta que este Ungar era contemporáneo de Kafka. Yo jamás había oído hablar de él, pero las críticas del libro estaban bastante pesadas, en cuanto al renombre de quienes las hicieron y los comentarios que de esta novela hacían.
Puedo decir que el libro es muy bueno, pero no sé si puedo decir que me gustó. Me pareció perturbante en muchos sentidos, al final me quedé con un malestar que se manifestó físicamente: el libro me provocó náuseas, no por alguna imagen en particular, sino por el modo en el que se fueron desatando los hechos. Supongo que esto es síntoma de que el libro estaba muy bien trabajado, que de hecho sí, la forma en como fueron delineados los personajes me parece espectacular. Todos son personajes muy complicados, muy crudos y al mismo tiempo llenos de comportamientos enfermizos, que definitivamente no son fáciles de trabajar.
Pensándolo bien, sí, sí me gustó. 

Estuve leyendo hace poco Vida con mi viuda, de José Agustín y no me gustó para nada. Llegué hasta el segundo capítulo, y de entrada el planteamiento incial me parece absurdo y más que nada, falso. No te la crees ni tantito. No sé, nunca he sido fan de José Agustín (aunque La Tumba sí me gusta, matarile rile ró) pero cuando definitivamente me cagó la madre fue cuando terminé de leer Se está haciendo tarde (final en la laguna). Ush. De veras. No me gustó, aunque sí tenía cosas chidas, debo admitir. El punto es que lo tenía que leer para mi círculo de lectura (ilustremente nombrado “Círculo Literario Moderno” -hablando de La Tumba) y no lo terminé, ni tengo intenciones de hacerlo. Así que si alguien quiere comprar este ejemplar de Vida con mi viuda se los vendo, bara bara. Nuevecito. Nomás desvirgué dos capitulitos, cómo ven.

pd: sección de “Clima” actualizada. Tengo que ponerme al tiro con las reseñas, se me está pasando la inspiracióooon…

otro sueño

Eran calles como de ciudad extranjera, calles de aire, de cemento gris construyendo la noche. Recuerdo que estaban húmedas y vacías, y en la humedad de la superficie se reflejaba la temblorosa luz de los faroles. Yo caminaba por una calle ancha y sin coches, pisando las líneas que dividían los carriles. Llevaba puesto un abrigo largo y negro (con el que siempre viajo) y con las manos en los bolsillos avanzaba en la madrugada oscura, sobre la ciudad desierta. Luego de caminar un rato por esa calle, con ese malestar que provoca el estar despierto mucho tiempo, encontre en la acera derecha, a lo lejos, un lugar colorido. Tan colorido, que contrastaba notablemente con el panorama gris y frío del cemento. Este lugar (un bar, un café, un centro de reunión) estaba lleno de gente, pero sólo en el interior del recinto. Afuera era como otro mundo. La gente del lugar estaba sentada en mesas, bebiendo lo que parecía ser jugos de frutas, o algo muy colorido y seguramente dulce. A pesar de que estaban distribuídos en diferentes mesas, todos parecían conocerse, por lo que pensé que quizá se trataba de compañeros de una misma escuela, o algo así. Yo me detuve, extrañada, a mirar ese lugar. Pegué mis manos en el vidrio y me asomé hacia adentro. Pude ver una barra, mesas, mucha luz y risas… no sentí nostalgia, ni siquiera ganas de entrar ahí, sólo extrañeza. ¿Por qué un lugar así, estaría en un sitio como este? Seguí mi camino, muy despacio, rodeando el lugar.
Cuando me encontré frente a la puerta principal, a la que se llegaba por unas escaleras, vi que salía apresuradamente un joven muy apuesto, el que yo había visto detrás de la barra sirviendo las bebidas. Este hombre, al mirarme, se detuvo en seco a mitad de las escaleras, como si hubiera salido a alcanzarme y yo lo hubiera sorprendido apareciendo justo frente a él. Nos miramos por cinco segundos, tiempo suficiente para enamorarnos perdidamente, y la sonrisa que apareció en nuestros rostros fue la más sincera respuesta.
Me puse muy nerviosa por aquel brevísimo encuentro, así que seguí caminando, a falta de una mejor idea. El corazón me latía muy rápido. Sentí pasos detrás de mí. El chico me había tomado por el hombro, e hizo que lo mirara. Me tomó la mano, y siguió caminando a mi lado. Yo me reí tontamente. Entonces vi sus manos perfectas y hermosas, que cortaban la oscuridad de la calle y la noche y el frío y la soledad. Sus manos que tomaban las mías mientras me miraba a los ojos con sus ojos enamorados, y nos decíamos las palabras más tibias y dulces que podíamos encontrar dentro de nuestras bocas. Yo trataba de explicarle todos mis defectos, para asegurarme de que me aceptaba a pesar de ellos, pero él me detuvo y dijo que habría tiempo, siempre hay mucho tiempo para todo. 

Llegó el amanecer.
Con sus primeras luces se llevó toda la noche y sus misterios, y el lugar que antes había estado lleno de vida y color, ahora lucía vacío y sin luz. Yo seguía compartiendo ansiedades con el chico que había resultado ser el amor de mi vida, hasta que tuve que irme. Un autobús solitario pasó por la calle, y yo lo abordé, no sin antes despedirnos con muchos besos y deseos de encontrarnos pronto. Pero mientras el autobús avanzaba lentamente y yo miraba por la ventana, vi a mi chico irse caminando con otra. No la tomaba del brazo o de la mano, pero reían juntos mientras caminaban en la misma dirección en que iba mi autobús, así que pude seguirles la pista un tiempo. Yo no entendía nada. Eventualmente ellos dos se separaron y siguieron caminos opuestos. Pero en mí quedó una sensación de fracaso y vacío.

Insisto, todas mis historias terminan así.

más de sueños

Dicen que el mejor remedio para el insomnio es dejarse llevar por él. Siempre pienso en eso cuando tengo insomnio, abro bien los ojos y viendo al techo enfrento mi incapacidad para conciliar el sueño. Casi siempre es ansiedad. Pero luego de dos o tres vueltas y sacar los pies de abajo de la sábana, cierro los ojos y empiezo a contarme historias en donde, casi siempre, apareces tú. Qué predecible. Pero luego estas historias empiezan a tomar formas estéticas, agradables, y te conviertes en un personaje realmente fascinante. 

Lo malo es que justo cuando me doy cuenta de que debería de estar escribiendo, entro en una etapa previa a conciliar el sueño, en donde encender la luz, tomar una libreta y una pluma, y ponerme a escribir, no es lo más llamativo. O duermo, o escribo… mejor escribo. Me incorporo, enciendo la lámpara, tomo la libreta y la pluma. Y justo cuando apoyo la punta sobre el papel, tu imagen empieza a desvanecerse con el sueño.

Trato de evocarte a mi lado, en esa imagen que es mi favorita: tú estás dormido, y la luz de la calle se resbala en la línea de tu cuello que se pierde debajo del primer botón de tu camisa (debo confesar que es reiterativa esa imagen). Tus labios relajados, tus párpados quietos. Empiezo a dibujarte con mi pluma, de la única manera que sé dibujar: con palabras. Y tus rasgos empiezan a tomar forma, tu pecho empieza a subir y bajar, y tus cabellos se deslizan por la almohada cada que giras la cabeza.

Ahora el insomnio se convirtió en una necesidad de no dormir, en una vigilia voluntaria; mi pluma no puede parar de dibujarte, de describirte, de recorrerte mientras navegas en el sueño. Escribo y las hojas se me escurren apenas se llenan de palabras. Trato de no hacer mucho ruido mientras te voy dando vida, no quiero despertarte ahora que estás a mi lado. Pero en un cambio de página descuidado, te rocé la frente y abriste los ojos. Estabas ahí. Yo te miré con sorpresa y ambas manos ocupadas: en una la libreta, en otra la pluma.

Te incorporaste tallándote los ojos. Yo no cabía de asombro. Me sonreíste y, despacio, me quitaste las cosas de las manos. Llevaste mi cabeza hasta tu pecho, y acaricándome el cabello, dijiste que durmiera. Me acurruqué entre tus brazos y dejé que mi mente cayera hasta el fondo, muy hasta el fondo del ensueño. El ritmo de tu pecho que subía y bajaba me arrulló.

Cuando desperté por la mañana, todas las hojas que había escrito la noche anterior estaban en blanco. Y de ti, ni siquiera la marca en la sábana. Por eso, ahora todas las noches me mantengo despierta a voluntad. Me la paso escribiendo, tratando de buscar la combinación de palabras precisa que te dio vida en mi cuarto esa primera noche.

es verdad

People travel to faraway places to watch, in fascination, the kind of people they ignore at home.
– Dagobert D. Runes 

Bueno es normal. La percepción se abre, se esponja. Luego uno regresa sensibilizado.

sueños compartidos

Otra vez fue un sueño. Esta vez tenías cabello largo y manos finas. Era de noche y yo me recostaba a tu lado, en el suelo, y miraba tu silueta que se recortaba contra la luz del farol que entraba por la ventana. Tu respiración acompasada, el ligero soplo en mi nuca. Yo guardé tu sueño de las pesadillas, me quedé despierta a tu lado, velando tu descanso, esperando que nada te despertara y si acaso te despertabas, estar lista para acariciarte, abrazarte, hacer lo que fuera necesario para que volvieras a dormir.
A veces es lindo despertar y tener alguien a tu lado, dijiste, y por eso estoy aquí. Escucho en la profundidad de la noche los sueños que te envuelven y los suspiros que te provocan. Tus suspiros son contagiosos y yo te hago eco cortando el aire que respiramos. Tus párpados perfectos, tu rodilla rozando mi pierna, la misma almohada debajo de nuestras cabezas. Duerme, que en mi sueño yo velaré el tuyo. Y mientras, imaginaré que navego en tu cuerpo que respira acompasado.
Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes. Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo y tú, inocente, duermes bajo el cielo. Tú por tu sueño y por el mar las naves… 

tuve un sueño

Ayer te soñé. Eras tú, eras todos. Al principio te odiaba con fuerza, no sé realmente por qué. El rostro de uno, la sonrisa de otro, la mirada de otro más. Por alguna razón yo me veía obligada a viajar contigo, mi mochila al hombro y tú caminando delante con pasos que no te pertenecían. Corríamos las mismas calles oscuras y mojadas, saltando sobre los mismos charcos. Luego de un rato nos deteníamos exhaustos y nos recostábamos sobre el césped oscuro de un húmedo parque. Las estrellas salpicando nuestros rostros. Volteaba a verte, y de pronto tu mirada no era tan odiosa como al principio.
La noche siguiente tuvimos que compartir la misma cama. Yo inmediatamente te di la espalda, no sin antes advertirte que no quería que me tocaras. Entonces detrás de mí, a oscuras, vaciaste tu ansia mientras yo sentía cómo un par de ojos se clavaban en mi nuca. Me sentí un poco mal por ti, debo admitirlo, pero no estaba lista para permitir que entraras en mi vida.
Al siguiente día te odiaba mucho, mucho menos. Tus ojos de otro me dieron los buenos días, al tiempo que la mano (que no era tuya) me acarició la mejilla. Dijiste que mi mejor momento era cuando despertaba, y yo molesta te dije que eras un ridículo. El sol que entraba por la ventana pintaba dibujos anaranjados en las paredes, y tú me hablaste en alemán, en inglés, en italiano, en checo, en español, en todos esos idiomas que me han tocado el corazón.
Me asustó descubrir que quizá te quería. Así que me lancé a la calle, y al pisarla anocheció. Tú me seguías, me decías que teníamos que ir al supermercado (¡sabías que es uno de mis lugares favoritos!) a comprar comida, que debía comer algo. Entonces entraste a ese edificio de cuatro pisos iluminados con luz fluorescente mientras yo te esperaba afuera, mirándome en los charcos. Algo dentro de mí se hacía grande, se repegaba contra mis costillas y no me dejaba respirar. Pensé que quizá te perdería. Pero luego apareciste con una gran bolsa de papel llena de mis frutas favoritas. Tuve ganas de besarte y me contuve.
Después sucedió algo que todavía no entiendo. El siguiente episodio es algo confuso; sólo tengo imágenes difusas de mapas, maletas, abrazos, angustia, estampillas y tus ojos tristes. Los ojos que quizá, después de todo, sí te pertenecían. Te fuiste lejos. Yo esperaba con ansiedad tus cartas, tus señales, saber que existías allá afuera, donde la luz de mi día y las estrellas de mi noche no alcanzaban a alumbrarte. Tú me respondías a cuentagotas, y yo me marchitaba poco a poco, hasta que… hasta que… 

Desperté.

Y me di cuenta de que todos los hombres de mi vida eras tú.