Si bien no tiene mucho sentido resistirse a la tecnología, yo soy de las “chapadas a la antigua” que siempre ha pensado en que el libro (como objeto) es irrermplazable. Por supuesto, me encantaría encontrar aquellos libros que ya no se editan cuando menos en formato digital, ojo, “cuando menos”. De los males, el menor.
Pero cuando quiero leer una novela, o un libro de cuentos, internet es el último lugar al que recurro, si es que lo hago. Leo el periódico, los blogs (que algunos sean como una novela no será por un elemento propio del género), el resumen de noticias más importantes según mis intereses en google news, enciclopedias, diccionarios, imdb, cosas así: breves y generalmente de consulta, o páginas de esparcimiento no literario (webcomics, tiendas, etcétera). Incluso no me molestaría leer revistas online -casi no lo hago, debo admitirlo, a menos que sea algo sumamente interesante o inconseguible en otros medios.
Pero el libro es un ritual íntimo, que requiere del 100 por ciento de nuestra atención. No me gustaría estar leyendo una novela frente a la computadora, y que de pronto alguien me hablara por messenger, o fallara el windows, o me llegara un correo, o hubiera una liga por ahí y sin querer hiciera click y me distrajera de mi lectura. El problema con leer en internet, creo yo, es precisamente la hipertextualidad. No he hecho ningún estudio formal, pero es complicado mantener la atención en una sola cosa cuando se navega en internet. Funciona un poco como el pensamiento, de pronto aparecen palabras subrayadas a las que hacemos “click” y nos lleva a otro pequeño mundito, relacionado con el anterior pero diferente. Cuando leo no puedo estar pensando hipertextualmente, porque mi línea de pensamiento debe ir en una sola cosa, de lo contrario me distraigo y no disfruto lo que leo.
Que si es más fácil darse a conocer en internet, es obvia la respuesta. Pero eso no significa que voy a preferir leer un e-book a un libro impreso. Claro, es más barato, lo consigues más fácil y más rápido. Pero no es lo mismo. Imagínense que en mi vuelo de 12 horas se le termine la batería a mi palm o cualquier lector de e-books. Una palm no registra las manchas de café, las esquinas dobladas, las lágrimas o babas o mocos o sangre o lo que sea que le caiga encima. Un e-book no huele rico, no tiene textura, no se pone amarillito lindo con el tiempo, no podría usar los separadores que tanto me gusta coleccionar. No hay tiendas de e-books usados, en donde puedas sorprenderte al encontrar una reliquia, o un libro con una dedicatoria que diga “te regalo este libro para que nunca olvides que te amo”. No me imagino mi biblioteca metida dentro de una carpeta que ni siquiera puedo tocar, y acaso pudiera perder en un respaldo.
No estoy en contra de los e-books. Simplemente creo que tienen otra función; por ejemplo, si estoy haciendo una tesis me encantaría tener todo digitalizado: sería mucho más fácil buscar la información, citar, comparar. Pero si la lectura es para mero disfrute, un e-book le quita mucho el chiste a las cosas.
Creo que el internet es un recurso complementario, una visita obligada después de que terminas de leer el libro. Pero bueno, todo esto me vino a la cabeza por un artículo que leí hace rato, y aquí está la liga:
Authors’ angst is rising as digital publishing age closes in – Technology – International Herald Tribune