yo, que me figuraba el paraíso bajo la especie de una biblioteca

Ya terminé de leer el libro de Barbara Jacobs, y el de Fadanelli. Del primero puedo decir una cosa: aburridísimo. Más detalles, próximamente en una reseña en La Rocka. Del segundo: equis. Ni fu ni fa, ni me va ni me viene, ni me aburrió ni me emocionó. El primero lo terminé de leer por orgullo, el segundo por obligación. Ahora debo elegir un libro que realmente quiera leer, que sea algo que yo elegí voluntariamente; un libro que haya ejercido una atracción magnética en mi persona por quién sabe qué razón.
Me encantan los libros, tengo cientos. Jaja, suenan a miles. Pero dije cientos, no miles. Comprar libros es algo delicioso… es como comprar golosinas, o pedacitos de ti, o ropa bonita que te durará años, o mentiras encuadernadas, o verdades potenciales, o explicaciones del mundo, o lagunas de ausencia, o paliativo para la realidad, o cápsulas de felicidad, o suicidios ajenos, etcétera, etcétera, etcétera. Los libros son maravillosos, son una de las mejores cosas que hay en el mundo, punto. Yo, como Borges, me imagino que el Paraíso es una biblioteca. Una biblioteca donde podré descubrir… los secretos del universo (léase con voz de comercial de Discovery Channel).

En otras cosas, apenas me he terminado dos plumas de las cien que me regalaron hace un mes. Creo que me tardaré mucho, mucho más de lo previsto.

un lugar de piedra y silencio

Ayer pagué parte de mi deuda de lectura: por fin pude sacar los dos libros que tenía pendientes desde hace siglos. No hay cosa más terrible que no tener tiempo para leer, o no poder dárselo. El libro de la Wittkop resultó interesante (¡y se desarrolla en Venecia!), y Calvino es Calvino. Un libro más a la lista de libros favoritos. El mapa se sigue trazando:

Sire, ya te he hablado de todas las ciudades que conozco.
-Queda una de la que no hablas jamás.
Marco Polo inclinó la cabeza.
-Venecia -dijo el Jan.
Marco sonrió. -¿Y de qué crees que te hablaba?
El emperador no pestañeó. -Sin embargo, nunca te he oído pronunciar su nombre.
Y Polo: -Cada vez que describo una ciudad digo algo de Venecia.
-Cuando te pregunto por otras ciudades, quiero oírte hablar de ellas. Y de Venecia cuando te pregunto por Venecia.
-Para distinguir las ciudades de las otras he de partir de una primera ciudad que permanece implícita. Para mí es Venecia.
-Entonces deberías empezar cada relato de tus viajes por el lugar de partida, describiendo Venecia tal como es, toda entera, sin omitir nada de lo que recuerdas de ella.
(…)
-Las imágenes de la memoria, una vez fijadas por las palabras, se borran -dijo Polo-. Quizá tengo miedo de perder a Venecia de una vez por todas si hablo de ella. O quizá hablando de otras ciudades la he ido perdiendo poco a poco. (Italo Calvino, Las ciudades invisibles).

Veneciaaaaa!

Más y más señales de que debo regresar a Venecia. Ja.

En la mañana encontré mi casete de Robi Rosa (antes de que se agregara el Draco) y dije por_qué_no, así que camino al trabajo tuve un emocionante flashback a 1994 y mis tiempos de secundaria (¡sí! oh, maravilla: mi coche tiene tocacintas; espero NO encontrar los casetes de Caló). La canción que me encantó de ese disco se llama Cruzando puertas, y recuerdo que fue más bien a través del video (omg! hacía AÑOS que no lo veía… viva you tube!) que logró llamar mi atención. Lo pasaban por el recién-estrenado-en-cablevisión Telehit.
En fin, pues nada, el flashback y ya. El disco era bueno, tenía dos que tres canciones no muy pasables, pero en general bueno. Me extraña que no tuviera éxito. Digo, si luego pensamos en las canciones que compuso para Ricky Martin como Livin’ la vida loca, La copa de la vida y esas cosas. Qué increíble que sea el mismo hombre que después escribió un disco como Vagabundo (totalmente “maldito”, as in “poeta”).

Este es un post multi-categórico. Para concluir, diré que detesto tener problemas con el email y para que el comentario venga menos al caso, lo sazonaré contando que tuve un poco de insomnio con pesadillas. Gruexo.

PD: Me cae que así, ¡sí plancho!

la bit-blioteca

Si bien no tiene mucho sentido resistirse a la tecnología, yo soy de las “chapadas a la antigua” que siempre ha pensado en que el libro (como objeto) es irrermplazable. Por supuesto, me encantaría encontrar aquellos libros que ya no se editan cuando menos en formato digital, ojo, “cuando menos”. De los males, el menor.
Pero cuando quiero leer una novela, o un libro de cuentos, internet es el último lugar al que recurro, si es que lo hago. Leo el periódico, los blogs (que algunos sean como una novela no será por un elemento propio del género), el resumen de noticias más importantes según mis intereses en google news, enciclopedias, diccionarios, imdb, cosas así: breves y generalmente de consulta, o páginas de esparcimiento no literario (webcomics, tiendas, etcétera). Incluso no me molestaría leer revistas online -casi no lo hago, debo admitirlo, a menos que sea algo sumamente interesante o inconseguible en otros medios.
Pero el libro es un ritual íntimo, que requiere del 100 por ciento de nuestra atención. No me gustaría estar leyendo una novela frente a la computadora, y que de pronto alguien me hablara por messenger, o fallara el windows, o me llegara un correo, o hubiera una liga por ahí y sin querer hiciera click y me distrajera de mi lectura. El problema con leer en internet, creo yo, es precisamente la hipertextualidad. No he hecho ningún estudio formal, pero es complicado mantener la atención en una sola cosa cuando se navega en internet. Funciona un poco como el pensamiento, de pronto aparecen palabras subrayadas a las que hacemos “click” y nos lleva a otro pequeño mundito, relacionado con el anterior pero diferente. Cuando leo no puedo estar pensando hipertextualmente, porque mi línea de pensamiento debe ir en una sola cosa, de lo contrario me distraigo y no disfruto lo que leo.
Que si es más fácil darse a conocer en internet, es obvia la respuesta. Pero eso no significa que voy a preferir leer un e-book a un libro impreso. Claro, es más barato, lo consigues más fácil y más rápido. Pero no es lo mismo. Imagínense que en mi vuelo de 12 horas se le termine la batería a mi palm o cualquier lector de e-books. Una palm no registra las manchas de café, las esquinas dobladas, las lágrimas o babas o mocos o sangre o lo que sea que le caiga encima. Un e-book no huele rico, no tiene textura, no se pone amarillito lindo con el tiempo, no podría usar los separadores que tanto me gusta coleccionar. No hay tiendas de e-books usados, en donde puedas sorprenderte al encontrar una reliquia, o un libro con una dedicatoria que diga “te regalo este libro para que nunca olvides que te amo”. No me imagino mi biblioteca metida dentro de una carpeta que ni siquiera puedo tocar, y acaso pudiera perder en un respaldo.
No estoy en contra de los e-books. Simplemente creo que tienen otra función; por ejemplo, si estoy haciendo una tesis me encantaría tener todo digitalizado: sería mucho más fácil buscar la información, citar, comparar. Pero si la lectura es para mero disfrute, un e-book le quita mucho el chiste a las cosas.
Creo que el internet es un recurso complementario, una visita obligada después de que terminas de leer el libro. Pero bueno, todo esto me vino a la cabeza por un artículo que leí hace rato, y aquí está la liga:

Authors’ angst is rising as digital publishing age closes in – Technology – International Herald Tribune

abandon hope all ye who enter here

Recientemente terminé de leer El Club Dante, y si bien no es la gran cosa literariamente hablando, sí cumple su función de ser muy entretenida. El lenguaje es chafa, le sobra mucho (como a todo lo gringo reciente que he leído) tanto que dan ganas de tener unas tijeras a un lado e ir cortando. Las primeras 120 páginas son intragables, y hasta pesan cuando las pasas de derecha a izquierda. Pero después de eso, todo sigue de bajada y no puedes dejar de leer hasta que llegas al último punto de la última página (y son casi 500). Creo que es un detallazo importantísimo la nota histórica que viene al final (bien por Pearl, que nos dice qué es verdad de su novela y qué no, detallito que le pasó inadvertido a Dan Brown, y por eso tanta tragedia sin sentido) y considero completamente inecesaria la reproducción de los elogios hechos a esta novela.
Si bien es entretenida, y su gracia es que retoma un hecho histórico (la traducción al inglés de La Divina Comedia, por Longfellow, el Club Dante que sí existió, así como otros personajes y contexto social/cultural/etcétera) y lo utiliza como punto de partida para crear una historia de ficción (cfr. Capote), creo que en cuanto a la forma no tiene mucho que aportar. Lo importante del libro es la anécdota, el qué y no el cómo. Por eso creo que este libro será una magnífica película, pues siempre la adaptación del texto al guion requiere de una gran tijera.
Claro, me gustó, me divirtió, me brindó un rato de esparcimiento y distracción. Y mentiría si digo que no me emocioné o sorprendí en algunas ocasiones durante mi lectura. Pero por Dios, que no lo comparen con El nombre de la rosa. Nada más lejano.

más libros

Recientemente terminé de leer Choke, de Palahniuk (para los que no saben quién es, como yo no sabía, es el que escribió la novela de Fight Club) y cuando cerré el libro, no sabía si me gustaba o no. Al siguiente día me di cuenta de que sí me había gustado, y mucho. Hay textos que necesitan digerirse, acomodarse en la mente. Según la teoría constructivista, el proceso de aprendizaje implica necesariamente un reacomodo del conocimiento previo, para darle cabida a las nuevas ideas. Yo lo veo como una especie de Tetris (ja) y quizá para reacomodar mi cabeza requiero tiempo, o dormir (me acordé de un amigo que resuelve dormido los problemas matemáticos que no pudo resolver despierto). En fin, que vale la pena leer este libro.
También leí por segunda ocasión El último lector, de David Toscana (me vengo enterando que hay otro libro del mismo título, pero de un tal Ricardo Piglia) al que siempre me da gusto leer.
La lista de libros en espera cada vez se hace más y más grande, y a mi se me acaba la vida antes de leer todo lo que quisiera. Pero qué puede uno hacer, sino seguir leyendo.

the maimed

Ayer a las 3 am terminé de leer The Maimed, libro del escritor Hermann Ungar. Este libro lo compré en el museo de Franz Kafka, en Praga, pues resulta que este Ungar era contemporáneo de Kafka. Yo jamás había oído hablar de él, pero las críticas del libro estaban bastante pesadas, en cuanto al renombre de quienes las hicieron y los comentarios que de esta novela hacían.
Puedo decir que el libro es muy bueno, pero no sé si puedo decir que me gustó. Me pareció perturbante en muchos sentidos, al final me quedé con un malestar que se manifestó físicamente: el libro me provocó náuseas, no por alguna imagen en particular, sino por el modo en el que se fueron desatando los hechos. Supongo que esto es síntoma de que el libro estaba muy bien trabajado, que de hecho sí, la forma en como fueron delineados los personajes me parece espectacular. Todos son personajes muy complicados, muy crudos y al mismo tiempo llenos de comportamientos enfermizos, que definitivamente no son fáciles de trabajar.
Pensándolo bien, sí, sí me gustó. 

Estuve leyendo hace poco Vida con mi viuda, de José Agustín y no me gustó para nada. Llegué hasta el segundo capítulo, y de entrada el planteamiento incial me parece absurdo y más que nada, falso. No te la crees ni tantito. No sé, nunca he sido fan de José Agustín (aunque La Tumba sí me gusta, matarile rile ró) pero cuando definitivamente me cagó la madre fue cuando terminé de leer Se está haciendo tarde (final en la laguna). Ush. De veras. No me gustó, aunque sí tenía cosas chidas, debo admitir. El punto es que lo tenía que leer para mi círculo de lectura (ilustremente nombrado “Círculo Literario Moderno” -hablando de La Tumba) y no lo terminé, ni tengo intenciones de hacerlo. Así que si alguien quiere comprar este ejemplar de Vida con mi viuda se los vendo, bara bara. Nuevecito. Nomás desvirgué dos capitulitos, cómo ven.

pd: sección de “Clima” actualizada. Tengo que ponerme al tiro con las reseñas, se me está pasando la inspiracióooon…