Pues ya muchos lo saben, que tengo una fijación y un enorme gusto por el señor Tarkan, así es, el mismo de la canción del besito. Esa canción, curiosamente, es la que menos escucho. Y ahorita estoy feliz porque estoy oyendo Aacayipsin, uno de sus primeros discos (esa palabra, por más que la escucho cantada nunca la puedo pronunciar, como si las sílabas se dislocaran, muy loco) y es como si estuviera oyendo el Viviendo deprisa de Alejandro Sanz. No porque se parezca, sino porque melódicamente me remite a una época que me suena inevitablemente remota.
Estoy contenta, y nerviosa. Quizá me presente bailando en público por primera vez en Gdl, en un congreso de danza. De nuevo, estoy contenta y nerviosa. No soy tan pro como para bailar en público, pero confío en que mi maestra podrá enseñarme una coreografía y que no me vea tan chafa.
El sábado me sentía triste (para variar, sí, sí) pero nada como unas apapachadoras gorditas de Doña Tota. Y como si eso fuera poco, descubrí la nueva gordita rellena de champiñones. ¡Champiñones! Pedí una para probarla, me la comí primero y me arrepentí mucho. Porque sabía deliciosa, y entonces mientras comía las demás gorditas, sólo podía pensar en la de champiñones. Fue como fantasear con la comida. Es el colmo de la insatisfacción: sólo podía desear la gordita que no tenía, de la que había tenido una probadita, y el resto de las gorditas no fueron tan buenas por culpa de eso.
Lo bueno, es que las gorditas de champiñones no tienen messenger ni te sacan la vuelta, y sólo cuestan 8 pesos. ¡Y no engordan!
