Un día en la vida

Ayer, cuando íbamos rumbo al consultorio del Piantao, un coche se detuvo a mitad de la calle frente a nosotros. Yo iba conduciendo y le saqué la vuelta, volteé a mirar por qué la conductora del coche de adelante se había bajado y entonces lo vi: un gato atropellado, maullando desde el piso. Frené de golpe, el Piantao se bajó. La otra conductora lloraba y gesticulaba mientras el Piantao levantaba con sumo cuidado al gatito (de no más de 6 meses) haciendo como una mesa con sus manos. Le dijo a la chica que lo llevaba al veterinario, ella le hizo jurar que así sería. De regreso en el coche vi a esa criaturita sobre las manos de mi esposo: era un taby anaranjado, delgado, pequeño. Sus ojitos se entrecerraban, ya había dejado de maullar. Conducí torpemente hasta la veterinaria, ubicada a dos minutos de donde estábamos.
Pero en el camino, el gatito murió.
Yo le dije al Piantao nomedigas cómo está, nomedigas noquierosaber, trataba de no mirar al felinito indefenso mientras conducía. Así que no me dijo, pero él sintió el momento en que el gatito falleció. Cuando llegamos a la veterinaria ya no había nada qué hacer.
Al menos no murió en el pavimento, maullando, sin entender qué sucedía ni poderse mover.
La imagen se imprimió en mi mente con tal fuerza, que incluso ahora, más de 24 horas después, no puedo dejar de pensar en eso. Yo no sé si mis gatos lo perciban, pero cuando estoy en casa Mao no se despega de mí. Cuánto tiempo llevaba ahí, por qué la demás gente no hizo nada, por qué -en primera instancia- fue atropellado, son preguntas que ni siquiera vale la pena hacerse.
El tema es que siento una desesperanza profunda y una gran tristeza al pensar que nunca podré ver a una humanidad sensibilizada ante la vida, la belleza y el prójimo, sea éste un árbol, una persona, o un gatito indefenso maullando desde el pavimento.

El árbol y el gato

El día de ayer la pasé viendo algunos episodios de animaciones rusas (¿alguien se acuerda de Cheburashka?) que la Señorita O había recomendado en su blog. Hay cosas verdaderamente chingonas y que te derriten el corazón, al mejor estilo ruso: melancólico, freaky, triste. Ayer lloré como loca después de ver El árbol y el gato, una historia que… no, mejor véanla.

Es una de esas historias que te quitan el piso, de chingazo. Y no te lo regresan.

Qué bonito es lo bonito

1. Anoche fuimos a cenar a un lugar de Kebabs al que no habíamos ido antes. Acostumbrábamos ir a otro, un carrito que se pone los fines de semana en la noche/madrugada en el centrito, donde están carísimos pero son de cordero. Este otro se encuentra escondido en una placita, a una calle de distancia del carrito primero. Los kebabs no son de cordero sino de res, pero la condimentación los hace absolutamente deliciosos. Como dijo mimarido: saben a “allá”. También venden shawarmas de pollo y res, lo que me hizo tener en loop esta canción en mi mente:

2. Nada mejor que quitarle el sueño a mimarido a carcajadas, mutuamente propiciadas.

3. A media madrugada, el kebab se manifestó. A pesar del omeprazol y la dimeticona sentía una bala de cañón dentro del estómago, no podía estar en ninguna posición sin sentirme incómoda y con gusto a cebolla en la garganta. Entonces fue que me di cuenta de que Mao ya estaba oficialmente enfermo. Lo tomé entre mis brazos, lo tapé con la colcha (aunque yo tenía calor) y escuché su dificultad para respirar, para pasar saliva, su naríz reseca. Lo abracé y ronroneó ronco. Aventé cincuenta veces a Julieta, quien con su ronroneo supersónico insistía en acostarse encima de los dos. Mao finalmente se hartó y se fue (qué bueno, yo tenía calor y no podía dormir con la bala de cañón) y entonces fue que escuché las arcadas. Prendí la luz de la lámpara del buró y Mao miraba su pequeño vómito. Parecía como flema. Mañana lo llevo al veterinario, pensé. Mimarido en el país de los sueños.

4. Luego reconsideré mi postura (física) sobre la cama, varias veces, y terminé por dormirme.
Desperté dentro de un sueño. Me encontraba en un pequeño cuarto que parecía de hotel con una tarima como escenario. Sobre el escenario, Nick Cave & the Bad Seeds. Como audiencia a lo mucho éramos 5 personas sentadas sobre la alfombra. Yo lo veía cantar y pensaba: “¿qué pensará Nick de estar cantando frente a 5 personas? ¿Cómo es que no le dieron más difusión al evento?”. A él no parecía importarle. Entonces cantó “Fifteen feet of pure white snow” y me di cuenta de que el cuarto en el que estábamos se parecía al lugar en el video. Curioso.
Terminado el pequeño show, Nick bajó del escenario y se puso a recoger sus cosas. Yo me senté sobre un escritorio que estaba ahí, a un lado de Nick, y lo miraba guardar algo que parecían imágenes en diapositivas muy grandes. Entonces me dirigió la palabra.

– What do you do for a living?
– I study. PHD. Literature.
– Oh. I knew.
– Why? (sonrío). Do I look nerdy?
– Nerdy and cute (él sonríe).

Acto seguido empezó a acercarse y, antes de que yo pudiera decir “pío”, me di cuenta de que me estaba besando. Me dejé llevar por el beso, sin abrazo, sólo un beso. No había otro contacto que el de nuestros labios en ese beso en cámara lenta y yo pensaba, así nomás, “ohpordios ¡estoy besando a Nick Cave!”.

5. Al despertar, tenía tres gatos dormidos encima. Julieta sobre mi almohada, justo al lado de mi cabeza. Mao, sobre mi estómago. Garabato sobre mis pies. Y en mi mente sonaba “Fifteen feet of pure white snow”. Tardé algunos segundos en entender por qué tenía esa canción en la cabeza.

Una amable llamada

Me acordé, así de pronto, del día en que Mao regresó a la casa.
El año pasado, por ahí de abril/mayo, Mao decidió que pondría a prueba mis entrañas al “extraviarse” durante ocho días. Yo, obviamente, moría de la tristeza y me imaginaba los peores escenarios. Aún así no sucumbí a la total y absoluta depresión y con un poquito de esperanza colgué algunos carteles en los postes. En el cartel venía su foto y su descripción. Aunque con los gatos es complicado, por ejemplo, todos los tabys se parecen (por lo menos para el ojo no entrenado) y decir cómo era Mao era simplemente decir “es un gato, sólo que este es mío”. Exceptuando, claro, el tierno detalle de que tiene la colita chueca.
El veterinario dijo que podría ser un defecto de nacimiento, o que cuando era bebé se le quebró y le soldó chueca. El punto es que no puede parar la colita por lo alto como todos los gatos: cuando lo hace, se forma un simpático ganchito en la punta, “de carrito chocón” diría Damián.
El tonto de Mao en esa época no traía plaquita (me perdió tres) pero sí collar, entonces tenía la esperanza de que no fuera a terminar en el antirrábico o algo así. Y con los cartelitos, pues, no tenía mucha esperanza pero algo es algo.
Al octavo día de su interminable ausencia llegó, no sin antes anunciar a través de un sueño que regresaría. Esto no es poesía, es neta jaja, soñé que Mao regresaba y lo recibía mi mamá, tal cual sucedió en la realidad. Mis hermano me dijo “ten, esto es tuyo” y me dio a mi flaquitito gato y yo lloré y lloré cuando sentí que me regresó el alma al cuerpo.
Durante esa noche durmió conmigo y a cada rato me despertaba para ronronearme y frotarse con mi nariz y mi mano.
Al siguiente día, OBVIAMENTE, ya andaba en el patio y de ahí a cruzarse a los patios de los vecinos (algo que siempre hacía, pero siempre regresaba). De pronto a eso de las 9 am suena mi teléfono celular: era un señor que me decía “señorita, estoy viendo un gato como el que se le perdió, en la esquina de tal y tal”. En efecto, era la esquina a un lado de la casa de mis papás (donde Mao y yo residíamos en el momento) y coincidía con que Mao andaba afuera y todo eso. Le agradecí infinitamente al señor por su amabilísima llamada y me sorprendió que hubiera gente que sí se fijara en esas cosas. Le expliqué que Mao acababa de regresar y que todavía no había tenido tiempo de quitar los carteles. Si Mao no hubiera regresado la tarde anterior, esa hubiese sido mi llamada salvadora.
Supongo que estas son el tipo de cosas que restauran mi fe en el género humano: precisamente por lo pequeño, lo “insignificante” (subrayo las comillas aunque suene chistoso) que pudiera ser la pérdida de un gatito, y que, sin embargo, un señor se tomó la molesta de gastar unos pesos (que no son pocos) en marcar a mi celular y decirme “este que veo es tu gato”, porque leyó el cartel y supo identificar, de entre todos los gatos tabbys rayados que existen en el universo, ese que precisamente yo estaba buscando.

Felizmente, en este momento Mao duerme (qué otra cosa si no) el sueño de los no pecadores a un metro de la silla desde donde escribo este post. Espero que no se pierda nunca más y, si se pierde, que encuentre una persona buena que lo regrese a este su hogar.

El fin de una etapa

Ozzy murió en la madrugada del viernes 5 de octubre, o sea hace casi una semana, unos pocos minutos después de que publicara el post anterior.

Cuando me enteré sentí una extraña mezcla entre profundo dolor y alivio: mi pequeño amigo ya no sufriría más.
Ozzy estuvo conmigo durante casi 15 años. Mi hermano lo recogió un día de la calle, pues ya todos los vecinos lo habían corrido de sus casas. Él lo recogió, lo bañó y se lo enseñó a mi mamá (que estaba adormilada tomando la siesta) y yo creo que por eso dijo que sí se podía quedar. Yo estaba en prepa.
Durante las primeras noches durmió en el recogedor (“se sabe recogido” decíamos) y usaba el resumidero de la lavandería como baño. A mi mamá le sorprendió lo limpio y educado que fue desde el principio.
La primera vez que lo cargué, escondió su cabecita en mi axila. Este gesto lo repetiría en cada visita al veterinario; al sentirse solito sobre la mesa fría se acercaba a mí y se refugiaba en mi brazo.
Mis amigos de la prepa lo recuerdan, y también los de la licenciatura. Recuerdo que Eduardo me decía que no quería ni pensar cómo me iba a poner el día en que Ozzy muriera.
Tantos y tantos recuerdos que tengo de él. Fue mi primer gato, y mi primer muchas cosas. Me dio tanto.
Ahora ya no está, pero nos queda el amor de 7 gatitos más distribuídos en dos casas.
En la mía sigue habiendo cuatro.

Mira lo que hiciste, Ozzy: agrandaste el tamaño de mi corazón.

Ozzy


Vengo de visitar a Ozzy, el primer gato que tuve, que ahora vive en casa de mis padres. Su carácter nunca le permitió convivir bien con otros gatos, se estresaba muy fácil, y por eso es que decidimos que se quedaría allá. Sobre todo porque apenas nos mudamos acá hace poco más de un año, y él ya estaba viejito y era muy gruñón, hubiera sido una experiencia muy fuerte para él.
Actualmente está muy enfermo, tiene que ver con la edad, pues ya está a punto de cumplir 15 años (si es que no los tiene ya). Contrajo PIF (peritonitis infecciosa felina) y ahorita es un huesito total, por la anemia tan fuerte que tiene, entre otras miles de cosas y síntomas que le aquejan.
Es duro verlo así, después de lo gordo y sano que fue a lo largo de su vida. No está pasando dolor, supongo que no está sufriendo demasiado. Hoy por primera vez lo vi sin ánimo ni fuerza para pararse. Le dí de comer un poco con una cuchara, no quiso tomar agua. Lo dejé con la esperanza de verlo mañana, pero al mismo tiempo deseando que todo pase pronto y así pueda irse con el menor malestar posible.
No puedo decir que no duela verlo irse poco a poco, al contrario, pero al mismo tiempo sé que duele por toda la felicidad que este hermoso gato me dio durante tanto tiempo, a mí y a mi familia.
Supongo que nunca nadie está preparado para perder a alguien a quien ama, sea persona o animal.