Los últimos 10 días

Han sido días muy intensos. Siento como si ayer hubiese sido 2 de julio, y no, lo que sucede es que llevamos tanto tiempo trabajando en la defensa del voto (otros más que yo, definitivamente) que me siento como atrapada en el tiempo.
No quiero entrar mucho en detalle. Necesitaría escribir todo un ensayo si quisiera entrar en detalle. Ustedes saben lo esencial: las elecciones estuvieron plagadas de delitos electorales, de acciones y comportamientos fraudulentos y estamos en un proceso de imposición tan sucio y macabro que si algo hay que “reconocer” es la macabrosidad (sic) de la mente maestra detrás de.
Fui observadora electoral por parte del IFE. Nos capacitaron muy mal, nos dijeron dos que tres cosas nomás para decir que hubo una capacitación. Confiaron en que todos leeríamos el libro en casa, en lugar de verdaderamente explicarle a la gente (a nosotros) de qué iba el asunto. Yo opino que aceptaron observadores nomás para “legitimar” el proceso: sabían que “no íbamos a ver nada” o a saber nada. Pero en las casillas que me tocó visitar ciertamente hubo elementos delictivos. No muy graves, pero sé de compañeros que presenciaron cosas inenarrables.
En la evidencia está todo. O todo está en la evidencia. Con lo que hemos recopilado hasta ahora creo que basta y sobra para mostrar que por muchos lados se actuó con dolo. Todo esto va a dar a los abogados, quienes se encontrarán con el complicado proceso de la impugnación. Ya no se trata de candidatos, ahora se trata de un compromiso con la verdad y la democracia (si es que existe).
La verdad estoy cansadísima. Ya no necesariamente de un trabajo físico sino mental: hay gente muy obtusa que además defiende sus ideas con “argumentos” de risa loca. Y por más que quisiera abrirles la cabeza para que vean más allá de su nariz a veces simplemente no se puede. Ya no puedo contar las discusiones que tuve en facebook, en persona, en foros, en los comentarios del periódico… es cansado. La gente nomás no. Y tampoco digo que todos deberían pensar como yo porque yo soy la poseedora de toda la razón, pero es que hay cosas que híjole… son de dos más dos. Todavía me sigo peleando en facebook, son causas perdidas, lo sé, pero me es inevitable saltar.
Ya quiero que todo esto pase. Me encantaría que tuviera un resultado favorable para el compromiso con la verdad, la democracia, etcétera, pero sé que desgraciadamente es muy difícil que suceda. Lo que me queda es que por fin mucha gente ha despertado (empezando por mi, que era absolutamente apática y ahora ando del tingo al tango) y sé que otros más lo harán más adelante.
Estoy cansada, muy cansada. Y cuando me canso, me pongo a ver Quique haciendo cosas y muero de la risa aunque sea por un rato.

La Tesis (y la crisis)

Si todo sale bien, terminaré mi tesis en diciembre de 2013. Les digo esto para que, ahora que me he vuelto más o menos monotemática, se den una idea de cuándo cambiaré de tema.
Y como diría Quadro: Pero en fin.
Estoy en medio de una crisis que no sabía que estaba teniendo y que el domingo alcanzó su punto cumbre. Un muy buen amigo, quien además resulta que este verano será mi maestro, me hizo leerle en voz alta todo mi avance de tesis (cerca de 100 páginas) mientras él hacía apuntes en la copia que yo le había dado expresamente para ese fin.
Al final, después de varias horas de lectura, me dijo: sí pero no. Entonces propuso una modificación estructural muy fuerte al texto, al que por supuesto al principio me negué, pero luego me vi tan arrinconada que tuve que admitir que no estaba siendo del todo honesta conmigo y había algunos asuntos ahí en ese índice (según esto tan seguro) que no terminaban de gustarme. Y qué diablos, mi tesis ya era otra aunque no quería aceptarlo.
Así que acepté el reto y ahorita hay tremenda guerra nuclear en mi cerebro que no me deja ni pensar en el calor de 40° C que hay allá afuera. Supongo que en algún momento tendré que enfrentarme al monstruo que representa la reestructuración de mi tesis.
Mientras tanto, acabo de descargar Muerte en Estambul, quinto libro (o sexto, si incluímos el de cuentos) de la serie del comisario Jaritos de Petros Markaris. Están buenísimos y altamente adictivos. No es que no quiera pensar en la tesis…

Mariposas

El otro día estaba pensando en las mariposas monarca. Según yo no es temporada de migración ni nada, pero ya van varios años que pienso siempre en lo mismo: este año tampoco me tocó ver mariposas. Recuerdo que hace algunos años todavía nos tocaba ver grandes grupos de mariposas pasando por el patio de mi casa, por la calle, incluso muertas (ups) en los frentes de los coches.
No puedo recordar cuál fue el último año en que las vi pasando por mi ciudad.
Primero pasaba un grupo menos numeroso de mariposas de alas amarillas, a las que inmediatamente después seguían las monarca. Y durante varios días podías voltear al cielo y ver grupos de pequeños y maravillosos insectitos haciendo un viaje más largo que sus propias vidas.

No sé cuándo dejaron de pasar las mariposas por esta ciudad. Y ciertamente dudo que tenga algo que ver con la violencia citadina, con los malos gobiernos, con la falta de educación. Bueno, quizá sí tenga que ver. La parte triste (además de la inminente desparación de este ser) es que mis hijos no podrán deleitarse con tal espectáculo y, al paso que vamos, quién sabe si incluso yendo al santuario puedan conocer a estas mariposas. Vamos, no es que me fascinen las mariposas en general, simplemente era un episodio hermoso, fuera de lo común, que te hacía detenerte y decir “¡mira!” mientras apuntabas con el dedo. Era belleza gratuita, indómita, sorpresiva.
Y ahora…

El demonio de la escritura

La casa no es grande pero la simpleza en su decoración la hace lucir muy amplia. Paredes de color gris claro, pequeños detalles en rojo. Es como un sólo rectángulo (ubicado donde normalmente se encuentra la casa de Ximena) que conecta todo: al centro la sala comedor, al fondo las habitaciones. Justo al final de este rectángulo está mi habitación. Es otro rectángulo pero de paredes rojas, al fondo se encuentra un gran escritorio y una computadora con dos monitores demasiado grandes. Del lado derecho de la habitación hay una cama con pie y cabecera de metal; no está alineada a la pared sino que está ahí como aventada, las sábanas sin acomodar. No hay ventanas.
Todo empezó con un mensaje en la computadora, mientras hacía cualquier cosa. De la nada se abrió el block de notas y algo dentro de la computadora me escribió un mensaje inofensivo: “PONTE A ESCRIBIR”. Lo cerré y atribuí mi locura temporal al cansancio, a algún troyano, qué se yo. Las cosas no mejoraron porque seguían apareciendo los mensajes uno tras otro, bloqueando la vista de mis otras ventanas: ESCRIBE. ESCRIBE. ESCRIBE. Yo seguía ocultando las ventanas, cerrándolas una tras otra. ¿Quién podría ser el autor de una broma tan tonta? Me puse de pie y me alejé de la computadora. Desde la puerta de mi cuarto miré hacia la computadora: los dos monitores brillaban en blanco, me lastimaban la vista. Parecían dos grandes ojos surcándome desde el fondo de mi habitación. Cerré la puerta, o creo que lo hice, porque sentí como si una corriente de viento jalara la puerta para impedir que el cerrojo hiciera click. No le hice caso.
Fui a la cocina. Otra luz blanca muy brillante provenía desde adentro del refrigerador, se colaba por las orillas de las puertas del electrodoméstico, como si el aparato contuviera dentro de sí un gran foco. Traté de no mirarlo, salí de la cocina y me senté frente a la televisión. La encendí con el control remoto y la pantalla me regresó sólo estática. Cambié de canal una y otra vez pero no encontraba otra cosa que no fuera la misma estática. Miré a mi alrededor y por primera vez me dí cuenta de que no había nadie en casa. Empecé a asustarme, a sentir como si alguien me acosara dentro de mi propia casa a través del cable de la luz.
Regresé a mi computadora que otra vez lucía normal y empecé a tratar de conectarme con personas reales allá afuera. Entré a twitter, a facebook, quise dejar mensajes, preguntas, ¿a alguien le ha pasado esto alguna vez? Pero otra vez algo dentro de la computadora no me dejaba. Los mensajes seguían apareciendo: ESCRIBE. ESCRIBE. TIENES QUE ESCRIBIR. Entendí de golpe que a lo que se refería era a Escribir, con mayúscula, es decir, algo de mi ronco pecho. Cuentos, novelas, poemas, qué sé yo. La angustia se incrementaba, porque yo no sabía escribir esas cosas. Le grité a la computadora que me dejara en paz, que yo no sabía escribir, que quería volver a la normalidad. El “algo” dentro de la computadora fue impasible: ESCRIBE. O TE MATO.
Mi corazón empezó a latir más fuerte. Mis latidos se reprodujeron en las luces de las casa: todas latían-parpadeaban aceleradas, las paredes exudaban mi respiración caliente. Me llevé las manos a la cabeza, esto no podía estar pasando. Salí corriendo del cuarto y tomé el teléfono, marqué el número de una amiga y en cuanto me contestó, una grito muy agudo hizo de pared entre su voz y la mía. A pesar del grito dentro del teléfono que no me dejaba escucharla, yo decía “¿bueno? ¿bueno?” y mi amiga intentaba alcanzarme pero su voz no llegaba. El grito me lastimaba los oídos, no hacía pausas, no cambiaba de intensidad. Aventé el teléfono y me llevé las manos a la cabeza cuando descubrí que el grito estaba dentro de mi, de mi cabeza. Taparse los oídos era inútil, el sonido continuaba taladrándome la cordura. Me tiré en el piso y me quedé no sé cuánto tiempo en posición fetal, cubriéndome los oídos.
Luego de un rato abrí los ojos y en lugar del grito quedaba un zumbido muy bajo. Vi a mi mamá sentada en el sillón viendo la estática en la TV. Me acerqué desesperadamente para decirle lo que estaba pasando, pero su mirada perdida en el fondo de ese hormigueo gris me hizo darme cuenta de que su mente estaba muy lejos. Le hablé, traté de hacer que me mirara, todo sin éxito.
Regresé a la computadora. Me miró como siempre, desde el escritorio, casi como si todo hubiera vuelto a la normalidad. Pero apenas me senté frente a ella los mensajes volvieron a aparecer: ESCRIBE SOBRE LA CASA. LLÉNALA DE PALABRAS. Grité que no entendía, ya histérica, casi en llanto. TOMA UNA PLUMA Y ESCRIBE SOBRE LA CASA. DONDE SEA. LO QUE SEA. PRONTO. O ATENTE A LAS CONSECUENCIAS. Tomé un sharpie de mi lapicera y corrí a escribir sobre el refrigerador. En el camino pensé una frase muy buena sobre la locura, pero en cuanto puse la punta del marcador sobre la superficie fría y plástica, la tinta se secó y no pude escribir palabra. Agité el marcador, volvió la tinta. Empecé a escribir al fin pero no reconocía mi letra ni lo que escribía. Lo taché. Empecé a escribir de nuevo pero ahora salía demasiada tinta y las palabras eran como grandes manchas escurridas. Empecé a escribir de nuevo. Las letras cambiaban de lugar en cuanto yo las dibujaba y no me permitían formar aunque sea una palabra. Me descubrí llorando de la desesperación: sentía que la vida se me iba en ello, que si no lograba escribir aunque sea una frase ese algo iba a terminar conmigo. Por fin pude terminar la frase, que olvidé en cuanto le puse el punto final. Pensé que ya me había salvado, respiré tranquila por primera vez. Fui a la computadora y me recibió otro mensaje: ESCRIBE. TODAVÍA NO TERMINAS. Grité. Supe que ese algo, ese demonio me perseguiría por siempre, amenazándome, volviéndome loca de a poco. Corrí a la sala a buscar a mi familia y encontré a mi mamá acompañada por mis hermanos, todos en ese lejano lugar que se encontraba al fondo de la pantalla gris de la TV. Corrí a la puerta de la casa pero estaba fuertemente cerrada. Entonces el horror aumentó cuando me di cuenta de que la voz se encontraba ya dentro de mi cabeza: ¡ESCRIBE!, me gritó. Era una voz terrible, un sonido sibilante que se arrastraba sobre agua estancada. Le contesté que no sabía qué escribir, que me dejara en paz. Sentí toda su maldad dentro de la casa, se respiraba, se percibía en los objetos y personas posesionadas que me compadecían desde su estaticidad.
Entonces pensé en suicidarme.
Y ese pensamiento desencadenó una ola de ruidos dentro de mi cabeza que no me dejaban poner una idea al lado de la otra, mientras corría a la cocina para buscar cuchillos pero la puerta se azotaba en mi nariz para no dejarme entrar, luego corría hacia los objetos y estos salían volando antes de que pudiera tomarlos, luego corría contra las paredes pero parecía que un colchón invisible las protegía de mi cabeza, luego corría hacia las puertas pero se abrían antes de que pudiera golpearme con ellas. Una carcajada resonaba en todo mi ser, llenándome los poros de angustia, de terror, de descontrol. Mi corazón desbocado estaba por salírseme del pecho. No había centímetro de mi cuerpo que no sintiera el horror de sentirse controlada, manipulada, amenazada por un poder demoníaco que se carcajeaba de mi angustia y tenía el descaro de gritarme sus risotadas dentro de mi cabeza para que rebotaran por todo mi cuerpo.
Vencida, me tiré en la cama del que era mi cuarto.
Muy quedo, muy por debajo de los gritos y carcajadas demoniacas, escuché “despierta”.
Repetí la palabra: “despierta”. Cada vez un poco más fuerte, despierta, despierta. Abracé mis rodillas y pensé en sus brazos, en los brazos de él que me dan calma, mientras el “despierta” cada vez era un poco más fuerte, un poco más. Los latidos de mi corazón eran tan fuertes y rápidos, me empezó a faltar el aire, no me puedo despertar. Haz ruido para que tu marido te escuche teniendo una pesadilla y te despierte. No puedo. El corazón late rapidísimo. Siento que no puedo respirar. Despierta. En mi cabeza los gritos y otro más: DESPIERTA.

Abrí los ojos.
Abrí muy bien los ojos, no quería ni parpadear, por miedo a que una pequeña distracción pudiera lanzarme de nuevo al sueño.
Estaba acostada sobre mi lado derecho (igual que al final del sueño), mirando hacia la ventana. Sobre la cortina negra se reflejaba una luz roja, como si afuera del cuarto estuviera el mismo fuego del infierno. También tenía calor. No entendía esa luz roja, de dónde venía.
Eran las 3 am.
Desperté al Piantao: amor, tuve una pesadilla. Y en cuanto empecé a contarla, lloré. Mientras lloraba pensaba “mañana me voy a sentir como una tonta por haber llorado por una pendejada”, pero no podía dejar de llorar. Era demasiada la angustia, el terror.
Él me abrazaba mientras le contaba todo, hasta que terminé.
No podía cerrar los ojos.
Entre sus brazos, poco a poco la luz roja desapareció.

Ya no hay respeto – la compilación

Para manejar feliz en una ciudad tan terrible como esta, donde el claxon, la falta de educación vial y los atascos están a la orden del día, lo mejor es contar con música que te haga feliz o te permita cantarla para salir del estrés. Como a mi estéreo no se le puede conectar el ipod, y luego de traer los mismos 10 discos me aburro, cada cierto tiempo hago mi compilado “Ya no hay respeto”. Y cuando digo que “ya no hay respeto” lo digo literal: no tengo vergüenza en mezclar a Kachaturian con Lady Gaga o a Led Zeppelin con Calle 13. El chiste es que sean canciones que me pongan de buenas, que tenga ganas de escuchar una y otra vez ya que la hora y veinte de música se va bastante rápido y termino escuchando la misma canción dos o tres veces en un día sobre el coche.
En la más reciente compilación pueden encontrar joyitas como esta (brínquense los primeros 40 segundos, es un intro):


Además de que de verdad me gusta mucho esta canción, me acuerdo de una noche hace mil años, bailando esta canción en el Karlovy Lázne, con un niño muy guapo (todavía no conocía al guapo de mimarido) con el que intercambié 2.5 palabras en inglés pero recuerdo que su suéter olía a suavitel. Aww. Esta última vez que fuimos a Praga no tuvimos energías para ir al antro luego de tanto caminar, pero claro, me arrepiento.

En fin, otra canción de este mismo compilado es la siguiente, que de seguro todos ustedes han escuchado… y si no, no sé qué esperan:

Un último ejemplo, este tomado de mis momentos retro.


Así que si algún día se suben a mi carro, no pregunten ;)


Al Piantao y a mí nos gusta mucho el té. Nos hemos hecho la costumbre de tomarlo casi tan frecuentemente como el café, o quizá más seguido. En nuestra alacena tenemos de muchos sabores, pero mi favorito por mucho sigue siendo el negro. Hemos comprado hierbas en World of Tea (Plaza Tanarah, San Pedro), lugar que recomiendo ampliamente pero sugiero que cuando vayan compren con cuidado: uno no sabe cuánto puede terminar gastando ahí.

Esta fotito es de la taza que usé para tomar un té muy bueno hoy, en Salón de Té, lugar maravilloso (donde preparan una maravillosa sopa de tomate) que conocí gracias a Beatriz, y al que pude ir sólo dos veces porque lo cierran el miércoles. Una lástima.