Una amable llamada

Me acordé, así de pronto, del día en que Mao regresó a la casa.
El año pasado, por ahí de abril/mayo, Mao decidió que pondría a prueba mis entrañas al “extraviarse” durante ocho días. Yo, obviamente, moría de la tristeza y me imaginaba los peores escenarios. Aún así no sucumbí a la total y absoluta depresión y con un poquito de esperanza colgué algunos carteles en los postes. En el cartel venía su foto y su descripción. Aunque con los gatos es complicado, por ejemplo, todos los tabys se parecen (por lo menos para el ojo no entrenado) y decir cómo era Mao era simplemente decir “es un gato, sólo que este es mío”. Exceptuando, claro, el tierno detalle de que tiene la colita chueca.
El veterinario dijo que podría ser un defecto de nacimiento, o que cuando era bebé se le quebró y le soldó chueca. El punto es que no puede parar la colita por lo alto como todos los gatos: cuando lo hace, se forma un simpático ganchito en la punta, “de carrito chocón” diría Damián.
El tonto de Mao en esa época no traía plaquita (me perdió tres) pero sí collar, entonces tenía la esperanza de que no fuera a terminar en el antirrábico o algo así. Y con los cartelitos, pues, no tenía mucha esperanza pero algo es algo.
Al octavo día de su interminable ausencia llegó, no sin antes anunciar a través de un sueño que regresaría. Esto no es poesía, es neta jaja, soñé que Mao regresaba y lo recibía mi mamá, tal cual sucedió en la realidad. Mis hermano me dijo “ten, esto es tuyo” y me dio a mi flaquitito gato y yo lloré y lloré cuando sentí que me regresó el alma al cuerpo.
Durante esa noche durmió conmigo y a cada rato me despertaba para ronronearme y frotarse con mi nariz y mi mano.
Al siguiente día, OBVIAMENTE, ya andaba en el patio y de ahí a cruzarse a los patios de los vecinos (algo que siempre hacía, pero siempre regresaba). De pronto a eso de las 9 am suena mi teléfono celular: era un señor que me decía “señorita, estoy viendo un gato como el que se le perdió, en la esquina de tal y tal”. En efecto, era la esquina a un lado de la casa de mis papás (donde Mao y yo residíamos en el momento) y coincidía con que Mao andaba afuera y todo eso. Le agradecí infinitamente al señor por su amabilísima llamada y me sorprendió que hubiera gente que sí se fijara en esas cosas. Le expliqué que Mao acababa de regresar y que todavía no había tenido tiempo de quitar los carteles. Si Mao no hubiera regresado la tarde anterior, esa hubiese sido mi llamada salvadora.
Supongo que estas son el tipo de cosas que restauran mi fe en el género humano: precisamente por lo pequeño, lo “insignificante” (subrayo las comillas aunque suene chistoso) que pudiera ser la pérdida de un gatito, y que, sin embargo, un señor se tomó la molesta de gastar unos pesos (que no son pocos) en marcar a mi celular y decirme “este que veo es tu gato”, porque leyó el cartel y supo identificar, de entre todos los gatos tabbys rayados que existen en el universo, ese que precisamente yo estaba buscando.

Felizmente, en este momento Mao duerme (qué otra cosa si no) el sueño de los no pecadores a un metro de la silla desde donde escribo este post. Espero que no se pierda nunca más y, si se pierde, que encuentre una persona buena que lo regrese a este su hogar.

El fin de una etapa

Ozzy murió en la madrugada del viernes 5 de octubre, o sea hace casi una semana, unos pocos minutos después de que publicara el post anterior.

Cuando me enteré sentí una extraña mezcla entre profundo dolor y alivio: mi pequeño amigo ya no sufriría más.
Ozzy estuvo conmigo durante casi 15 años. Mi hermano lo recogió un día de la calle, pues ya todos los vecinos lo habían corrido de sus casas. Él lo recogió, lo bañó y se lo enseñó a mi mamá (que estaba adormilada tomando la siesta) y yo creo que por eso dijo que sí se podía quedar. Yo estaba en prepa.
Durante las primeras noches durmió en el recogedor (“se sabe recogido” decíamos) y usaba el resumidero de la lavandería como baño. A mi mamá le sorprendió lo limpio y educado que fue desde el principio.
La primera vez que lo cargué, escondió su cabecita en mi axila. Este gesto lo repetiría en cada visita al veterinario; al sentirse solito sobre la mesa fría se acercaba a mí y se refugiaba en mi brazo.
Mis amigos de la prepa lo recuerdan, y también los de la licenciatura. Recuerdo que Eduardo me decía que no quería ni pensar cómo me iba a poner el día en que Ozzy muriera.
Tantos y tantos recuerdos que tengo de él. Fue mi primer gato, y mi primer muchas cosas. Me dio tanto.
Ahora ya no está, pero nos queda el amor de 7 gatitos más distribuídos en dos casas.
En la mía sigue habiendo cuatro.

Mira lo que hiciste, Ozzy: agrandaste el tamaño de mi corazón.

Soundtrack de la vida


Creo que mi primer cassette, lo he dicho ya en incontables ocasiones, fue uno de Flans (precisamente llamado Flans) comprado en un supermercado en Saltillo y reproducido hasta el cansancio en mi grabadora rosa (y posteriormente en otras grabadoras). Durante la primaria no dejé de escuchar a Caló, a Thalía y a Alejandro Sanz -todos en cassettes, con el walkman colgado en la cintura. Tengo un recuerdo particular del disco de Sanz Viviendo deprisa, que esuché insistentemente en 6to año de primaria y es fecha que reconozco, conozco y me sé de memoria.
Y así con muchos otros artistas. Recuerdo mi primer semestre de prepa, por ejemplo, con Razorblade Suitcase de Bush, que fue quizá uno de mis primeros cd’s (junto con algunos de Caifanes comprados en Gigante, aunado a algunos cassettes robados en el mismo super).

El asunto era este: cada que comprabas un cassette o un cd nuevo había que disfrutarlo: abrías el papelito, sacabas el librito (qué triste aquellos discos y cassettes que no traían nada de info extra, ni letras) y escuchabas todo el disco leyendo las letras, cantándotelas, aprendiéndolas. Y como era difícil, dada la tecnología de la época, cargar muchos cassettes o muchos discos, terminabas dándole vueltas y vueltas al mismo, de modo que te lo aprendías de memoria. Todavía hoy soy capaz de cantar enteros los primeros dos discos de Bush, todos los de Caifanes, bueno, toda la música que escuché así, con cuidado.

Ya en la licenciatura me hice de un discman que reproducía discos con mp3, lo cual era genial porque ¡podías traer varios discos en uno sólo! aún así procuraba darle su debido espacio a cada artista, grabando discos de un sólo artista o dos. Así es como pasé mi viaje a Roma escuchando a Bunbury.
Tuve mi primer ipod hasta que cumplí 25 (y lo perdería poco después en un avión a París, pero eso es otra historia) y entonces fue que ya tenía muy claro que la forma de escuchar música era otra.

Actualmente mi last.fm dice que he escuchado 2,347 artistas en mi computadora, algo que hubiera sido imposible hace 10 años y no sólo por una cuestión de tiempo sino de tecnología. Hoy descargo varios discos de golpe, les doy una escuchada, y sólo si se trata de algo absolutamente maravilloso captan mi atención. Y no es necesariamente aquella atención (casi adoración) del que escucha un mismo disco por semanas, aunque si no traigo más discos en el coche puede que suceda. En mi época de pinchadiscos tenía que, forzosamente, estar al pendiente de las nuevas producciones (aunque terminaba pinchando lo más clasiquito) y ahora que tengo Romanistán, cada semana tengo que producir un programa con al menos 10 canciones que sean muy buenas y no haya tocado antes, aunque en ocasiones repito algunas joyitas.

El asunto es que la mayor parte de mis músicos favoritos son aquellos que descubrí antes de que escuchar música fuera un deporte extremo. La manera en cómo escuchamos música ahora me permite abarcar un espectro más amplio de géneros, artistas, tiempos. Sin embargo aumenta la angustia: antes sólo podía escuchar aquello a lo que tenía acceso, y no era mucho. Ahora no me da el tiempo ni la vida para escuchar todo lo que quisiera; lo mismo que me ocurre con la lectura y otras tantas cosas.

Yo quiero volver a mis cassettes y al tiempo en el que un mix tape tenía 5 canciones de cada lado, y no cientos de mp3 en un dvd. No cabe duda de que el mundo me genera ahora un vértigo agobiante.

Apolo, Dafne y Klimt

1. En las Metamorfosis, Ovidio narra las transformaciones de célebres personajes pertenecientes a los panteones griego y romano, dando con ello explicaciones que van desde la creación del mundo. Además de ser una obra maestra de la literatura clásica, es un libro muy entretenido que contiene los mitos que considero mis favoritos. Uno de ellos es el de Apolo y Dafne. Apolo se burla de Eros porque juega con su arco y flecha; éste le maldice lanzando dos flechas: una de oro y una de hierro. La primera incitaba al amor y la segunda al desprecio. Con la de oro hiere a Apolo y con la de hierro a Dafne. Apolo persigue a Dafne rogándole su amor, que ésta siempre rechaza. Tanto la persigue que los dioses le ayudaron a que la alcanzara, pero cuando éste la atrapa, Dafne pide ayuda a su padre Peneo y éste la transforma en laurel, árbol que Apolo promete amar y colocar en las cabezas de los líderes.

2. El beso es una de las obras más famosas del pintor austriaco Gustav Klimt, nacido hace 150 años un 14 de julio. Esta obra es un imponente óleo de 1.80m x 1.80m que se exhibe actualmente en la galería Belvedere, en Viena, donde además pueden encontrarse otras increíbles piezas del artista. El beso muestra una representación simbólica del momento en que Apolo besa a Dafne cuando logra atraparla, antes de consumarse la transformación de ella en laurel. Hace casi un año, justo el día en que cumplí años, el Piantao y yo conteníamos el aliento observando esta obra a escasos centímetros de distancia. Cuelga majestuosa al centro de una gran sala, sobre una pared roja que hace destellar los tonos dorados de la pintura cual si fuere un reflejo divino.

3. Hace varios años compré unos posters en oferta en allposters, y los tuve guardados mucho tiempo. Uno de ellos era El árbol de la vida (también de Klimt) que colgué en el comedor de mi departamento, para el que Damián y mi hermana hicieron un hermoso fondo de árboles dorados (ahora extintos). El cuadro terminó siendo la inspiración delirante de los pacientes del Piantao en su consultorio. El otro era El beso, al que enmarcamos con un bello marco dorado desteñido y ahora corona nuestra cama todas las noches y todos los días.

Mariposas

El otro día estaba pensando en las mariposas monarca. Según yo no es temporada de migración ni nada, pero ya van varios años que pienso siempre en lo mismo: este año tampoco me tocó ver mariposas. Recuerdo que hace algunos años todavía nos tocaba ver grandes grupos de mariposas pasando por el patio de mi casa, por la calle, incluso muertas (ups) en los frentes de los coches.
No puedo recordar cuál fue el último año en que las vi pasando por mi ciudad.
Primero pasaba un grupo menos numeroso de mariposas de alas amarillas, a las que inmediatamente después seguían las monarca. Y durante varios días podías voltear al cielo y ver grupos de pequeños y maravillosos insectitos haciendo un viaje más largo que sus propias vidas.

No sé cuándo dejaron de pasar las mariposas por esta ciudad. Y ciertamente dudo que tenga algo que ver con la violencia citadina, con los malos gobiernos, con la falta de educación. Bueno, quizá sí tenga que ver. La parte triste (además de la inminente desparación de este ser) es que mis hijos no podrán deleitarse con tal espectáculo y, al paso que vamos, quién sabe si incluso yendo al santuario puedan conocer a estas mariposas. Vamos, no es que me fascinen las mariposas en general, simplemente era un episodio hermoso, fuera de lo común, que te hacía detenerte y decir “¡mira!” mientras apuntabas con el dedo. Era belleza gratuita, indómita, sorpresiva.
Y ahora…

Voy en un coche

La primera computadora que llegó a casa lo hizo por ahí de 1993. Mi papá la conectó a internet (por teléfono, de qué otra manera), me sentó frente a ella, abrió algún buscador (yahoo?) y me dijo “busca lo que quieras”.
Yo escribí “salvador dali”. Esa fue mi primera consulta del mundo mundial.
Poco tiempo después llegó nuestra Aptiva, y llegó para quedarse. Entonces la usé para hacer tareas de mecanografía con copy-paste, jugar al Endorfun (el cual todavía echo de menos) y otros juegos didácticos, ah, y mi hobbie favorito de toda la secundiaria: coleccionar letras de canciones. Daniela y yo teníamos libretas dedicadas completamente a este propósito, divididas las canciones por idioma o género. Mis primeros intentos por traducir “What’s up?” se registraron en una de esas libretas.
Llegado el internet, todo fue más fácil (o más aburrido): ya no había que copiarlas de la revista Eres o escucharlas con los audífonos a alto volumen: stop, rew, play, pause, play, stop, rew, play, etc. La primeritititita letra que busqué e imprimí en internet fue la de esta canción.
Enjoy the flashback.