Multitasking o las ideas a empellones

Hay días en los que trabajo mucho. Me duele el trasero de estar aplastada frente a la computadora -donde, desafortundamente, ocurre el 95% de mi trabajo. Tengo que hacer estiramientos y todo, subir y bajar las escaleras, pararme a acariciar a algún gato (es muy curioso cómo todos se reúnen en el estudio desde donde trabajo, de pronto volteo hacia atrás y parece que hubo una explosión de gatos y quedaron tirados por cualquier lado). El asunto es que no puedo mantenerme concentrada sobre una sola idea, llega un punto en el que tengo más de diez pestañas del Chrome abiertas con temas distintos pero relacionados, estoy escribiendo más ideas en la libreta a mi lado, escribo un correo y platico con el Piantao -todo al mismo tiempo. A veces hasta me pinto las uñas mientras todo esto ocurre.
Mucha gente podría pensar que esto es digno de presunción, pero la verdad es que a mí me agobia.

Lo curioso es que mucha de la literatura que analizo (al mismo tiempo, para freírme prematuramente el cerebro) le pide al lector que esté como en varios lugares al mismo tiempo. Pienso por ejemplo en The great fire of London de Jacques Roubaud y sus intersecciones y bifurcaciones: básicamente son extensiones de las ideas que narra en la línea “principal” del texto, hay que cambiar de página para ir a ellas cuando el autor lo solicita, a la manera de un hipertexto pero en papel. No resulta un texto enredado ni nada parecido, pero obviamente el lector ya no se puede sentar en sus laureles sólo viendo cómo la historia le pasa por delante, sino que tiene que involucrarse (físicamente, omg) con ella.

El asunto de la multiplicidad o la multiplicación de las posibilidades aplicado no sólo a la teoría literaria sino a la cotidianeidad, es que resulta un gran gasto de energía mantenerlo. (La idea anterior ejemplifica lo expuesto: he pensado tantas cosas a la vez que probablemente mi enunciación no tenga sentido). Al momento de enfrentarse a tantas teorías sobre cómo abordar el análisis de la literatura hipertextual lo que hay que tener es capacidad de abstracción (y de concentración) para poder escuchar realmente cuáles son las necesidades del texto. Lo curioso es que lo que ocurre en la teoría me sucede en cierta manera en la práctica: mi vida académica se ha vuelto hipertextual, múltiple, descentrada, rizomática y lo que sigue. Las ideas me llegan (o me caen encima) a raudales, abro doce documentos, me pongo enfrente diez libros de la biblioteca, dos libretas para notas y otras tantas pestañas del Chrome y trato de asimilar todo al mismo tiempo: es imposible leer todo esto de manera lineal. Luego me frustro, abro el facebook y ya saben a dónde va a parar todo.

Ni siquiera es que no sepa cómo investigar, aunque así pudiera parecer. Llevo mi tesis en un (nada deleznable) 60% de avance y la percibo más clara que nunca. Creo que el problema podría ser mi talento (o maldición) de tener capacidad de multitasking y mi imposibilidad de decir “eso lo investigo luego, cuando termine esto”. De hecho este post es un pequeño receso para ordenar mi mente y creo que cumplió su cometido: acabo de cerrar todo lo que tenía abierto (en papel y en digital) y estoy por concentrarme en UNA cosa de la lista de pendientes. Ya les contaré si logro mi cometido sin terminar en un mar de ideas que me asaltan a empellones.

¿Conoce usted el Mar muerto?

Ayer fuimos al centro comercial. Nos gusta ir en la mañana, hacer pagos (eso no nos gusta) comernos un elotito (aunque acabamos de descrubrir que usan elote congelado La Huerta) y tontear, sobre todo ahora que todavía quedan algunas ofertas por ahí.
Ya íbamos de salida cuando en el pasillo apareció un stand que no había visto antes, de algún producto cosmético. Había en ese stand una sola chica, que me lazó con un “disculpa”. Yo volteé a verla (apariencia genérica de demostradora de cosméticos) y vi que traía una cuchara con algún producto.
Me dijo:
-¿Me puedes mostrar tus manos? (con acento gringo finjidísimo).
Extendí mi mano derecha, y al tiempo que ella colocaba el contenido de la cuchara sobre ella (parecía algún tipo de exfoliante) me pregunta:
-¿Conoce usted el Mar muerto?

En automático giré la mano y regresé el contenido a la cuchara.
-Ah no, disculpa, no me interesa conocer tu producto.
-(cara de absoluta incredulidad) ¿Puedo saber por qué?
-Porque está hecho de sales del Mar muerto.
-…¿Y?
-El mar muerto se está… extinguiendo. Secando, pues. (Claro, iba a decir “el mar muerto se está muriendo”).
-Pero no entiendo…

Y aquí es donde me sentí super idiota. A ver, hay gente que no come carne porque los animalitos sufren, hay gente que no usa pieles por la misma razón, hay gente que sólo consume alimentos orgánicos, hay gente que etc etc tiene sus razones para dejar de consumir algún producto. Yo no utilizo productos cosméticos hechos de sal del Mar muerto porque el Mar muerto me parece uno de los lugares más increíbles del planeta y se está secando porque lo utilizan para hacer cosméticos y fertilizantes. Y porque sí, porque por donde pasa el hombre hace su mugrero.
Pero no sabía cómo decir eso a la chica que me miraba con cara de verdadera curiosidad, diciéndome “pero no entiendo” con acento gringo de infomercial. Si en el Mar muerto no hay fauna, ni flora, sólo un charcote saladísimo en el que flotas. Pues eso. A mí me gusta ese charcote saladísimo y por eso no consumiré tu producto que además tiene cara de que cuesta más de 300 pesos el frasco.
Tuve que explicarle muy despacio, con señas, articulando muy bien qué es lo que sucedía con ese tal Mar muerto, que tan muerto no estaba pero estará por culpa de ese y otros productos, pero siento que ella seguía sin entender. En ese momento dos líneas de pensamiento se desarrollaron a toda velocidad en mi cabeza: una, de neta esta chava está muy güey y no entiende que no es positivo que algo chido desaparezca del planeta por culpa del hombre. Otra, yo estoy muy fuera de contexto por andar con mis tonterías de “pobrecito Mar muerto”. De igual manera me sonrojé, y estuve a punto de decirle “a ver, sí, trae acá tu cucharita con tu exfoliante y empecemos de nuevo”.
Pero no fue así: simplemente le dí las gracias y me largué.
El acontecimiento siguió rebotando en mi cabeza por varias horas más. Pero la verdad es que por más tonta que me haya sentido expresando mi sentir respecto al Mar muerto, no puedo ni quiero hacer nada para cambiarlo. De hecho, los números son alarmantes:

El mar Muerto, lago endorreico situado a 426 metros por debajo del nivel del mar, se seca y se muere en el desierto a un ritmo de unos 1,1 metros al año. Su superficie se redujo en un tercio en los últimos 50 años: de 960 kilómetros cuadrados pasó a los actuales 620. – Nota completa en IPS

En la nota de arriba vienen los detalles sobre un método bastante complicado y riesgoso con el que quieren jalar agua del Mar rojo al Mar muerto, pero a pesar de años de estudios, los expertos dicen que las aguas no se mezclarán y, en pocas palabras, echarán a perder todo.

La verdad es que la gran cantidad de minerales que contiene tiene un efecto muy benéfico sobre la piel. En las orillas se puede encontrar un barro negro (mientras más negro, mejor) que debes untarte en todo el cuerpo y enjuagar una vez que se seca. La piel queda hidratada incluso por varios días y si este barro es usado en el rostro, tiene además una función limpiadora. La neta es que sí es una maravilla pero el chiste es estar ahí, experimentarlo y aplicarte el barro directo del mar, como una experiencia única en la vida. Porque de otro modo sólo es la ilusión de que verdaderamente obtendrás los beneficios del Mar muerto…

No sé qué se habrá quedado pensando la morra de mí. Yo me sentí muy absurda, pero pues la neta es la neta y el Mar muerto es una de las experiencias más chingonas que he vivido. Por supuesto me entristece que eso también vaya a desaparecer, más pronto de lo que parece.

Nomás, flotando.

Incertidumbre

Detesto esos momentos de incertidumbre, donde cualquier decisión que tome me lleva a la toma de más decisiones que a su vez se complican y bifurcan, cuyas resoluciones dependen de factores sobre los que hay que tomar decisiones.
En otras palabras, qué complicado es a veces todo. Eso, o a lo mejor traigo un exceso de antibióticos que están haciendo merma en mis capacidades analíticas.
En momentos así, me pasa que me hago adicta a jueguitos tipo puzzle, bien tontos. Como Tetris Attack (que ya puedo jugar en línea, yei), o Candy Crush Saga, o Luxor, o Zuma. Cualquiera diría que es evasión, yo digo que me estoy estructurando. También funciona acomodar la ropa de los cajones, hacer limpieza del closet, tejer o alguna actividad que tenga que ver con acomodar cosas (papeles, fotos, armarios). Es bien raro pero me sucede ya desde hace muchos años: en cuanto me veo realizando obsesivamente alguna de las actividades anteriores, es que traigo algo en la cabeza que necesita acomodo.
Mi problema con la incertidumbre es que, como sobreanalizo todo, termino absolutamente abrumada.
Lo malo es que la lucha de los antibióticos contra las bacterias ha terminado con lo mejor de mí, así que sólo me queda aplastarme enfrente de esta computadora, haciendo click y click y click en mis múltiples opciones y enredándome más la cabeza.

El teléfono y los sueños

Es común que mis sueños sean muy angustiantes. Más bien lo raro es que no lo sean.

Desde que tengo 15 ó 16 años (sí, le puse acento a la ó entre números, y qué y qué) no puedo hablar por teléfonos en sueños. Ya les he contado, pero si no, las posibilidades son estas: los números se mueven cuando intento marcarlos, el teléfono no tiene números, la operadora no me escucha/entiende/hace caso, la tarjeta donde viene el número de teléfono es tornasol/3D/está rayada/no la puedo leer, el teléfono no funciona/le faltan partes/tiene estática… en fin, todas las posibilidades que se les ocurra.

El otro día soñé que mi coche (nuevo, que por supuesto no tengo un coche nuevo pero en el sueño lo tenía) se descomponía y terminaba en un paraje nada amigable, lleno de criminales, prostitutas, qué sé yo, coloquen sus ingredientes favoritos. Estaba por oscurecer, mi coche estaba varado en una carretera en medio de la nada -le contaba al Piantao- y saqué mi teléfono y le hablé a mi papá y le dije que viniera a recogerme porque estaba en un lugar horrible y mi papá me dijo que le enviara mi ubicación por el iphone (mi papá bien tecnológico hasta en sueños) y entonces la batería se estaba acabando y… a ver, espera, espera (me dice el Piantao): HABLASTE POR TELÉFONO.

Sentí como un golpe que me sacaba el aire. Después de 15 años (o algo así) de no poder usar el teléfono en un sueño, por fin, hablé por teléfono. Me quedé anonadada, mirando al Piantao con los ojos como platos y la boca abierta.
Hasta que extendió la mano y me dijo “son $350 pesos”. (Ba dum pss!)
-Muy gracioso, ahora me dices qué significa esto.
-No sé…yo no sé, te urge ir a terapia.
(Sí, eso de tener psicólogo en casa no lo exime a uno de ir al psicólogo).

Y entonces me di cuenta de que, chale, no voy a saber qué onda con mis teléfonos descompuestos hasta que vaya a terapia. Eso si algún día decido ir. Que el asunto de la terapia amerita otro post (aparentemente soy “muy analizable”, vaya usted a saber si eso es un piropo). Yo sólo sé que sentí una alegría muy grande y casi ganas de llorar cuando el Piantao me dijo “hablaste por teléfono”. Que a nivel consciente, digamos, sólo significó eso, pero “en el fondo” sentí verdaderamente algo muy grande que no puedo explicar. Quién sabe.

TV y comedia

Cuando estaba pequeña… no sé qué tan pequeña, a lo mejor en primaria, me gustaba mucho ver el programa de Anabel (Ferreira). No me lo perdía por nada (era los jueves a las 8) y recuerdo a muchos de sus personajes. No sé qué era, pero había algo que me mantenía viéndola semana tras semana. Recuerdo (entre otras cosas) un comercial que Yadira, la diva, hacía para unos quesitos, que sensualmente se comía frente a la cámara mientras decía “quesitos… mmmm…” hasta que de pronto, cae muerta. Luego, el punchline del comercial: “quesitos, veneno para ratas”. Tonterías así: blancas, bobas, simpáticas. Ese es mi tipo de humor. Bobo, pero no de pastelazo.
Luego de ahí sale Eugenio Derbez, quien la neta nunca me causó mucha gracia (excepto por un par de episodios de la familia peluche… que gracias a Dios son los únicos que he visto).

Otro a quien recuerdo casi con cariño es a Andrés Bustamente… me parecía absolutamente genial con sus Viajes Ponchito, los inventos del Doctor Chun-Ga o los disparates de Greco Morfema. Lo recuerdo desde que era Timo en Los cuentos del espejo… pero así casi casi como recuerdo de un sueño porque yo sí estaba muy peque y siempre he tenido mala memoria. Y él es uno de los humoristas (o comediantes o como les digan) que casi siempre me da gusto ver.
Me gusta reírme, pero la comedia en México como que no es cosa seria (sí, la comedia es algo muy serio) o será que dejé de ver televisión nacional y me pierdo de muchas cosas.

Hasta que descubrí a mi nueva ídola, Mara Escalante.
La descubrí, tardíamente y muy a tiempo, en su programa María de todos los Ángeles. Era una broma recurrente que Miguemango tenía, esa de hacer el acento y repetir las frases de María y Doña Lucha en las reuniones de los compañeros del doctorado. Miguemango tiene ya de por sí esa facilidad de hacerte sonreír, pero cuando decía las frases de ellas con sus característicos acentos, sí es muy retesimpático el muchacho y me hacía reír mucho. Total, que me puse a ver quién fregados era esa tal María… y me encontré con uno de mis episodios favoritos de la serie: “Los chiles de la discordia“. Busqué como desesperada otros episodios en internet pero nunca logré verlos, hasta que descubrí que en Netflix estaban todos. Es sólo una temporada de 13 episodios de 22 minutos cada uno, aproximadamente, y se termina así como en suspenso. Como no tuve suficiente con eso, me puse a buscar más trabajos de Mara, y encontré videos de sus shows, de sus programas anteriores (¡resulta que sale en la tele desde 1999!) entre ellos, su participación en Hazme reír y serás millonario, una competencia entre comediantes famosillos, cuyos equipos integran personas no tan famosas además de ellos. Yo supongo que ahí fue donde conoció a Ariel Miramontes, quien como Albertano me encanta, pero luego al ver los demás trabajos que ha hecho, me parece que es muy buen actor y titiritero. De hecho ambos estudiaron teatro, y la verdad se nota.
Y digo que también la descubrí muy a tiempo, porque en marzo empieza la segunda temporada de María de todos los ángeles, y la neta pues aunque la gente diga “ay, no, cómo te vas a poner a ver eso” yo sí voy a sacar mi chelita y aplastarme a ver la tele todos los domingos aunque sea durante esa media hora.
Este es uno de los trabajos que hizo con Ariel (y Yurem y un muy buen guionista) para Hazme reír… y pues a mí sí me hizo reír.

Si tienen oportunidad, vean María en Netflix, puedes suscribirte gratis el primer mes, y así se echan también La reina del sur, que está buenísima. De verdad, si tienen tiempo (o sobre todo si no lo tienen, para que se lo hagan) denle una oportunidad.
Y entre algunos datos curiosos, mientras leía la página de Mara, me encontré esta historia de cuando por azares de la vida, ella y su novio tuvieron una boda gitana.

Siete años después

Dicen por ahí que los blogs “ya no están de moda”. Yo no creo que esto sea cierto, por lo menos no así; sigo viendo crecer la comunidad de blogueros y la aparición de otras formas similares al blog, que ciertamente muestran ciertas diferencias a como era el blog “cuando empezó”. A mí me divierte tener un blog aunque a veces lo abandono, es agradable pensar que hay un espacio de contacto (virtual y no necesariamente efectivo) entre mi ronco pecho y el exterior (whatever that means). O dicho de otro modo, me encanta que siempre hay un lugar en el que puedo venir a quejarme y sentirme como Mafalda subiéndose a su banquito para gritar.
Lo cierto es que este blog está cumpliendo siete años, lo que significa que tengo como 9 años de bloguera. Sé que no es algo que tenga que poner en mi currículum, pero viendo hacia atrás (y hacia adelante también) veo con gusto que la palabra escrita me sigue acompañando, no como aliada necesariamente (¡cuántas discusiones hemos tenido!) sino como salvavidas: qué sería de mí.
Sé también que antes escribía mejor que ahora, o como dicen, “todo tiempo pasado fue mejor”. Quizá es porque era más azotada, ahora, para el bien de mi salud mental y de mi corazón soy muy feliz, y desgraciadamente es poco probable que la felicidad me lleve al azotamiento escritoral (sic). Creo que ahora soy mejor lectora que escritora, pero este es otro tema del que quizá hable en otra ocasión.
Mientras tanto, hay mucho de mí que puede entenderse en este blog. Desde mis obsesiones hasta mis frivolidades, desde mis pensamientos más obscuros (según) hasta la tontería más tonta. Este es un mapa que delata mi geografía, una escultura ególatra a disposición del escrutinio público, un parque de diversiones que no es del interés de todo el mundo. ¿Y para qué? nos preguntamos todos. Para qué dedicarle tanto tiempo a una construcción tan estéril. No tengo una buena respuesta, pero de momento me gusta pensar que si nunca llegase a escribir un libro, esto sería lo más cercano.
Felicidades, querido blog.